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Oliver Barret IV                                                /        Último Curso
Nacido en Ipswich, Mass.             /                          Phillips Exeter
Edad: 20 años                /                                           1'78 m. 83 kilos.
Materia: Estudios Sociales
Cuadro de Honor: 1961, 1962, 1963
All-Yvy Primer Equipo: 1962, 1963
Carrera proyectada: Derecho

En aquellos momentos, Jenny ya habría leído mi ficha en el programa. Me aseguré por partida triple de que Vic Claman, el manager, hiciera llegar un programa a sus manos.
"¡Válgame Dios, Barret! ¿Es tu primera conquista?"
"Cierra el pico, Vic, o te tragarás los dientes."
Durante el precalentamiento, ya en la pista de hielo, no la saludé con la mano (¡vaya cursilería!) ni siquiera miré hacia donde ella estaba. Y sin embargo, sospecho que Jenny creyó que la miraba. Supongo que no se quitó las gafas durante el himno nacional por respeto a la bandera, digo yo.
Hacia la mitad de la segunda parte, estábamos ganando a Dartmouth por 0 a 0. Es decir, Davey Johnston y yo estábamos a punto de perforar sus redes. Los malditos Verdes lo intuyeron y empezaron a jugar duro, con la esperanza de rompernos un par de huesos antes de que los dejáramos para el arrastre. Sus hinchas ya empezaban a chillar exigiendo sangre, o, de lo contrario, un tanto. Por aquello de noblesse oblige, jamás les he negado ninguna de las dos cosas.
Al Redding, el centro de Dartmouth, cargó a través de la delantera azul, y yo me lancé contra él, le arrebaté el tejo azul, y corrí hacia su puerta. Los hinchas rugían. Vi a Davey Johnston a mi izquierda, pero decidí realizar la jugada yo solo, puesto que el guardameta era un tipo cobardica a quien yo ya había metido el miedo en el cuerpo cuando jugaba con el Deerfield. Antes de que pudiera lanzar a gol, los dos defensas contrarios se arrojaron contra mí, y tuve que patinar por detrás de la puerta para no perder tejo, pero por el momento los tres nos dedicábamos a zurrarnos de lo lindo.
El árbitro tocó el silbato.
-¡Eh, tú, dos minutos de suspensión!
Miré hacia él. Me señalaba a mí. ¿A mí? Pero, ¿qué había hecho yo para merecer un castigo?
-Hombre, árbitro, ¿qué he hecho yo?
Bueno, el tipo no estaba para diálogos. Gritó en dirección a los de la mesa de control: "Número siete, dos minutos" sin cesar de agitar los brazos señalándome a mí.
Me hice un poco el remolón, como es de rigor. El público siempre espera una protesta, por mas clara que sea la falta. El árbitro me ehcó de la pista, gesticulando. Hirviendo de cólera, patiné  hacia la jaula de los castigos. Mientras subía a la tarima, entre los golpes de mis patines contra los maderos, oí los ladridos de los altavoces:
-Castigo. Barret de Harvard. Dos minutos. Suspensión.
La multitud aulló; varios fanáticos de Harvard pusieron en duda la visión y honradez de los árbitros. Yo me senté, y procuré concentrarme en recobrar el aliento, sin atreverme a mirar hacia la pista, donde el Dartmouth nos aventajaba en número.
-¿Por qué te quedas ahí sentado mientras todos tus amigos están jugando?
Era la voz de Jenny. Ignorándola, empecé a animar a mis compañeros.
-¡Adelante, Harvard, a por el tejo!
-¿Qué fue lo que hiciste mal?
Me volví hacia ella y le respondí. Al fin y al cabo yo la había invitado.
-Me pasé de la raya.
Y volví a mirar cómo mis compañeros de equipo intentaban anular los decididos esfuerzos de Al Redding por marcar.
-¿Y es una falta grave?
-Jenny, por favor, estoy intentando concentrarme.
-¿En qué?
-¡En cómo voy a pasar por la piedra a ese cerdo de Al Redding!
Miré de nuevo hacia la pista, para apoyar moralmente a los míos.
-¿Eres un jugador sucio?
Mis ojos estaban clavados en la meta, en nuestra portería, que en aquel momento era un hervidero de cerdos Verdes. Ardía en deseos de saltar de nuevo a la pista. Jenny insistió.
-¿Serías capaz de pasarme a mí por la piedra?
Le respondí sin volverme.
-Eso es lo que voy a hacer si no cierras el pico.
-Me voy. Adiós.
Cuando me volví, Jenny ya había desaparecido. Al tiempo que me levantaba para buscarla con la mirada entre el público, me dijeron que mi suspensión de dos minutos había tocado a su fin. Salté la barrera, y al hielo otra vez.
La multitud celebró con vítores mi reincorporación. <"Con Barrett en el extremo, seguro que ganaremos."> Dondequiera que se hubiese escondido, sin duda Jenny oiría el entusiasmo que suscitaba mi reaparición. Así que, ¿qué me importaba dónde estuviera?
¿Dónde está Jenny?
Al Redding disparó un tiro mortal, que nuestro guardameta desvió hacia Gene Kennaway, quien lanzó el tejo en dirección a mí. Mientras corría en pos del tejo, creí que me sobraba una décima de segundo para echar una ojeada a las gradas en busca de Jenny, y así lo hice. Y la vi. Allí estaba. Inmediatamente después me encontré sentado en el santo suelo.
Dos cochinos Verdes me habían embestido, me encontraba de culo en el hielo, y me sentía -¡valgame Dios!- abrumado de bochorno. ¡Barret derribado! Oía a los hinchas de Harvard gimiendo a mí, mientras resbalaba, intentando levantarme, y a los hinchas del Dartmouth, sedientos de sangre, coreando:
-¡Dadle, dadle, dadle!
¿Qué pensaría Jenny?
El Darmouth volvió a lanzar el tejo hacia nuestra puerta, y nuevamente nuestro guardameta lo rechazó. Kennaway lo pasó a Johnston, quien lo lanzó hacia mí. (Al fin me había levantado de nuevo.) La multitud estaba que ardía. Aquello tenía que ser un tanto. Agarré el tejo y me arrojé como un rayo contra la línea azul del Dartmouth. Dos defensas enemigos se abalanzaban contra mí.
-¡Vamos Oliver, vamos! ¡Hazles papillas!
Oí la voz aguda de Jenny por encima del rugido de la multitud. Un giro exquisitamente violento. Le hice un quiebro a uno de los defensas, choqué con el otro con tal violencia que quedó sin aliento y entonces -en lugar de disparar en posición falsa- pasé el tejo a Davey Johnston, que había aparecido a mi derecha. Y Davey lo incrustó en la red. ¡Tanto para el Harvard!
Un instante después nos abrazábamos y besábamos. Yo y Davey Johnston y todos los muchachos. Venga abrazarnos y besaron y darnos palmadas y saltar como cabras (sobre patines). La multitud chillaba. Y el tipo del Dartmouth seguía de culo en el hielo. Los hinchas arrojagaban los programas de pista.
El Dartmouth se desmoronó; se le quebró el espinazo. (Bueno, es una metáfora: el defensa se levantó cuando hubo recobrado el aliento.) Los dejamos para el cubo de la basura: 7 a 0.

Love Story - Erich SegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora