¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! Es genial. De verdad. Es perfecto. Ideal. Es para flipar. Estoy completamente colada por él.
Me he caído de espaldas literalmente al verlo. Y nunca mejor dicho. En serio.
Me pegué tal talegazo delante de él que acabé en el suelo. Vamos, que me tenía a sus pies. Jijijiji. En serio. Fue vergonzoso.
Yo iba por la ciudad a paso ligero, porque mi madre me había mandado a comprar papel higiénico.
-Pero, por favor, Yoyo que se el paquete grande. ¡El de treinta y dos rollos! -me dijo mi madre.
Lo odio. Y no solo porque parezco un burro de carga mejicano, sino porque comprar papel higiénico es el peor de los encargo. El papel grande no cabe en ninguna de la bolsa de la compra, y estoy segura de que soy la única adolescente en ma ciudad que tiene que ir tirando de veinte kilos de papel higiénico visibles a todo el mundo. La cuestión es que estaba totalmente estresada y lo único que yo quería era llegar a la casa cuando antes.
Entonces, lo vi. ¡Era tan guay! ¡¡Que monada!! Jo, me quedé completamente idiotizada. Mi corazón tropezó y perdió el ritmo.
Un minuto más tarde, yo también lo hize. Volé por encima de una correa de perro. No la había visto, porque estaba demasiado embobada mirando fijamente a ese tipo.
Debí de sonreír mientas caía, e incluso debí de seguir sonriendo cuando ya estaba en el sueño, porque él me dijo:
-Sonríes como un ángel.
Entrances mi cara se iluminó aún más.
Sentía mi rodilla algo húmeda, pero no le preste atención. Estaba demasiado fascinada con mister Maravilla.
Él sonrió amable y añadió:
-Un ángel caido -Luego se agachó y me ayudo a ponerme nuevamente de pie.
Mi rodilla comenzó a dolerme. Pero yo seguía sin poder liberarme de su ojos. Además intentaba acaparar su mirada para que, sobre todo, viera el papel higiénico. Hubiese sido un corte tremendo.
Fijó su mirada en mi pelo y dijo:
-En fin, si fueras rubia...
¿Eeh? ¿Qué quería decir con eso?
-¡Yo soy rubia! -me defendí.
Él sonrió cortés.
-Castaña ratón.
-Rubia ratón -exclamé indignada.
¿Qué estaba diciendo? ¿Por qué rubia ratón?
-¡Rubia! -me corregí.
Ese derroche de encanto sonrió aún más encantador. Mi rodilla ardía como mil demonios. Algo húmedo corría lentamente por mi pierna hacia abajo. Con la pierna sana intenté esconder de una patada el papel higiénico tras de mí.
-Los ángeles son rubios patino -me aleccionó.
Ajá. Bueno, cómo si un mortal tuviera que saber eso.
Por cierto, ¿Qué es rubio platino?, ¿y a quién le interesa?
¡A mí! ¡Porque ese tipo era súper guapo y porque era tan absolutamente guay...!
Él sonrió aún más amable y vio mi rodilla.
-¡Oh, estás herida! Estás sangrando.
-Qué va -dije yo con tono algo forzado, porque mi rodilla ya me estaba anunciando un dolor tan intenso que tenía que apretar los dientes para poder aguantarlo, pero pensé que era totalmente antiguay estar lesionada.
Miré hacia mi rodilla. Sangrada. Y cómo.
-Solo es pintura -me oí decir a la vez que me preguntaba quien demonios iba a creerse semejante memez, excepto con el índice de inteligencia del tamaño de un diente de ajo.
-Ah, ya -contestó el Principe Azul sonriendo.
¡Ay! ¡Y cómo sonríe! Esperaba que no me hubiese visto el papel higiénico
-Bueno, tengo que seguir -dijo disculpándose y señalando un perro que había a su lado.
-¡Liiiih! -exclamé asustada y salté asqueada hacia atrás.
Bueno, en realidad cojeé hacia atrás, debido a mi rodilla, y además, casi vuelvo a caer, esta vez por culpa del papel higiénico.
Impresionada me quedé mirando al perro. Era un caniche negro.
-¿Le han suministrado píldoras de hormonas o qué? -se me escapó.
El caniche parecía un culturista. Un culturista arreglado con secador y cardado. ¡Más feo que Picio! Superpijo. Un diez en la escala de vergüenzas.
El dueño del perro frunció el ceño preocupado.
-Es un Königspudel, es decir, un caniche gigante, también llamado caniche rey.
Hice una mueca. «¡Ah!, un rey. ¡Claro, no es un caniche cualquiera. Más feo que Picio, pero rey. Su majestad. ¡Qué torpeza la mía!», pensé.
Pero después me hice duros reproches por haber mostrado tan desenfrenadamente repulsa por ese bicho gigante. Seguro que el camino hacia el corazón de un chico pasa por su perro.
Por eso dije:
-¡Qué mono! -al parecer no fui tan convincente, porque el me miró con cara de no entender nada, así que yo le señalé tímidamente al megacaniche -. El perro. Que me parece muy mono.
El tipo me siguió mirando atónito
-¿En serio? Eso todavía no me lo había dicho nadie.
Vaya, y ahora, ¿qué?
-Bueno, quizá no sea taaan mono. Sólo, bueno, pues eso... Por cierto, ¿cómo se llama?
Buena maniobra para despistar.
-Señor Schmitt
-¿Señor Schmitt?
¿Y qué le dice uno a esto? Al fin y al cabo no quería volver a meter la pata.
-Señor Schmitt -repetí ligeramente alelada y asintiendo.
Luego pensé que si era un Königspudel, o sea un caniche rey, tal vez debería llamarle Señor von Schmitt.
-Estúpido nombre, ¿verdad -preguntó el tipo.
-Ptse -le contesté evasiva.
-Solo estoy haciéndole un favor a mi abuela -explicó
Ahora ya ni entendía nada.
-Unicamente llevo al Señor Schmitt de paseo. Todas las tardes. El perro es suyo. La mujer ya no puede andar muy bien, bueno, yo la ayudo.
-¡Vaya, eso sí es todo un detalle por tu parte!
Me quedé completamente impresionada, resulta que incluso ese tipo era una buena persona.
Él sonrió modesto.
-¡Qué va! Es es lo normal, ¿no?
Yo asentí:
-Claro.
-Tengo que seguir. A mejor nos volvemos a ver en otra ocasión... -dijo él entonces.
Mi corazón a latir más fuerte y yo, rápidamente, puse la mano encima para que no se notase cómo saltaba.
-Yo vengo todos los días por aquí -tartamudieé.
Pero para mis adentros movía la cabeza desaprobando lo dicho. ¿Se puede saber qué tonterías estoy diciendo?
-Vale, entonces hasta mañana.
El Principe Azul levantó su mano para decirme adiós, y entonces descubrió el paquete de papel higiénico, y dijo:
-Ah, y no te olvides de tu papel higiénico. Tierra trágame, ¿y ahora qué?
Miré el megapaquete y me escuché decir:
-Esto no es mío.
Ahí estaba yo renegando del papel higiénico de mamá. Me sentí como Judas.
-Ah, ya. ¡Bueno, entonces hasta la vista! -volvió a saludar con la mano.
Al parecer él estaba esperando que yo me fuera, pero yo no me podía ir. Tenía que esperar a que él estuviera fuera de mi vista para recoger el paquete de papel higiénico y llevarlo a casa. ¿O debía dejarlo simplemente donde estaba e irme?
No. Con la suerte que tengo seguro que alguien lo recogería y me perseguiría hasta devolvérmelo, y eso aún sería más bochornoso.
Así que ahí estaba yo esperando.
Él también esperaba.
-Tengo que quedarme aquí. Aún tengo que esperar un rato más, pero tú ya puedes irte si quieres -le propuse.
Él sonrió con picardía.
-Vale, entonces hasta mañana.
Y con ésas, se marchó.
Yo ya hacía ademán de recoger el paquete del suelo, cuando él de volvió a girar. Me incorporé rápidamente y disimulé.
-El rubio platino te sentaría realmente bien -me lanzó como despedida.
Yo me había quedado petrificada. ¿Habría visto que yo intentaba recoger el papel higiénico del suelo?
¡Qué va, seguro que no! Ojalá que no.
No puedo creerlo, el chico más guay de la ciudad ha quedado conmigo. Para mañana. Jo, que suerte tengo. Esto es demasiado bonito para ser verdad. Y eso que él es por los menos tres años mayor que yo. Y esa clase de chicos normalmente no se interesa para nada por la chica de mi edad.
Me quedé un rato más mirando de soslayo cómo se alejaba.
Después como pude hasta una farmacia.
La dependienta vio mi rodilla, miró con dolencia y dijo:
-Seguro que quieres un vendaje, ¿verdad?
-No -le contesté-. Quiero un tinte para el pelo. Rubio platino, por favor.
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Yoyo, el amor te vuelve rubia
RomanceYoyo es una chica un poco rebelde e independiente. Claro que eso es en parte es porque tiene que aguantar a la hermana pequeña mas crispante y a la más caótica del mundo. Por suerte existe otra cosa en el «mundo» que le hace perder la cabeza: LOS CH...