Prólogo

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Llovía. Corrí con el propósito de llegar rápido a mi destino. Vacile antes de abrir la puerta. Era la primera misión que habían concedido, estaba nerviosa. Aquel peso caía sobre mis hombros. Después de tanto esperar, por fin había llegado mi momento.

Mi misión consistía en buscar. En buscar, e investigar, a un chico llamado Lucas, apenas sabía cosas sobre él, tendría unos 22 años y mediría aproximadamente metro ochenta, pelo rubio y ojos verdes. Aquello era todo lo que decía el informe. Escasa información, pero teniendo en cuenta a donde me hallaba, no tendría problemas para encontrarlo.

Noté como se aceleraba mi pulso. Cada latido de mi corazón hacía que sintiera ganas de echar a correr y no cumplir lo que me habían encomendado. Pero por fin había llegado mi oportunidad, y no podía desaprovecharla. Lo más importante era no cometer ningún error, toda mi vida podía depender de ello.­

Avancé cautelosamente, no quería, no, no debía, llamar la atención. Y de pronto toda la tensión que sentía se esfumó. Era un bar. Paredes de ladrillo descubierto, mesas redondas distribuidas cual elegante café parisino, un viejo tocadiscos reproduciendo canciones de los años 80. Absolutamente todo en aquel lugar hacia sentir algo especial. Tranquilidad, armonía, incluso felicidad.

Había pocos clientes aunque parecían cientos, el joven de la barra, el anciano de la esquina frente a la ventana, el matrimonio leyendo frente al tocadiscos... sin duda todos ellos se conocían, como si se tratara de los habitantes de un pequeño pueblo. Era como encontrarse en una casa, podía respirarse un aire totalmente familiar, como si nada más entrar, formaras parte de aquel sitio. Como si fuera tu hogar.

Recorrí cada rincón, me daba lástima abandonar aquel lugar. Pero por allí no había rastro de Lucas. Decidí sentarme a esperar, me dijeron que estaría allí. Ellos nunca se equivocan. Por lo tanto me senté y observe cada cosa que pasaba a mí alrededor. Pudieron pasar horas, pero parecieron segundos, aquel sitio contaba con un encanto especial. Pero entonces apareció él.

Entro por la puerta con un aire totalmente despreocupado, se acercó a saludar al anciano de la esquina, a un par de los camareros, y se sentó en una mesa a mi lado. Tenía que ser él, ojos azules, pelo castaño...

Hubo varias cosas en él que me fascinaron. Sus ojos eran del verde más intenso que he visto jamás. Su pelo, aunque castaño, parecía rubio. Era delgado, pero algo más musculoso de lo que había imaginado, y contaba con una sonrisa que casi iluminó la sala.

Le observé durante 30 segundos, llevaba una mochila, y un libro en la mano. "Historia de dos ciudades" de Charles Dickens.

Me levanté de mi asiento en dirección a la salida. Y nada más pasar a su lado simulé un tropiezo. Me agarró de la mano y evito que me cayera.

- ¿Estás bien? – me preguntó con un tono sorprendentemente serio.

Asentí

- Lo siento – dije medio riendo – que vergüenza.

- No pasa nada – dijo esbozando una sonrisa – me pasa continuamente.

Me puse recta, le di las gracias y salí del allí.

Me sentía satisfecha con mi trabajo, pero ahora quedaba lo más difícil, y lo peor era, que debía esperar.

Pasaron semanas hasta que decidí volver a presentarme en el bar. Curiosamente, desde que me mandaron aquí no se habían puesto en contacto conmigo. Dijeron que lo harían. Pero si no lo han hecho es porque no me he equivocado. Por tanto era hora de pasar a la segunda parte del plan.

Me dirigí al bar a las 8.37 de la tarde. Esperaba encontrarle ahí. Pero tampoco me sorprendió que no estuviera. Volví a esperar. La gente que estaba era distinta a la de la última vez, pero parecía no haber cambiado en absoluto. Aunque el anciano seguía estando en la misma esquina, y su vista seguía clavada en el exterior.

Esta vez fue más breve. Apenas tuve que esperar. Observé como dejaba todas sus cosas en la misma silla que las dejo la ultima vez, y como fue a saludar al anciano. Parecía estar presenciando otra vez la misma escena. Pero esta vez me dirigí a su mesa antes de que volviera y me quede en la silla al lado de sus cosas, de forma que tuviera que moverme para que él pudiera cogerlas. Llevaba pocas cosas, el móvil, un periódico, llaves, un par de euros sueltos, y el mismo ejemplar de "Historia de dos ciudades".

Cogí su libro y lo abrí, observándolo fingiendo curiosidad. Cuando llegó a mi lado, me observó un segundo, disimule, como si no le hubiera visto.

- Buena elección – dijo. No me había fijado en lo grave que resultaba su voz

Levante la vista del libro hacia él, miré la portada del libro y dije:

- Siempre admiraré a Charles Dickens – contesté sonriendo

- En realidad me refería a al sitio – dijo señalando a sus cosas en la silla de al lado.

- Lo siento - me reí – que vergüenza.

Entonces noté que me había reconocido.

- Te recuerdo, señorita Dickens, nos conocimos hace unas semanas, ¿me equivoco?

Intenté sonrojarme apropósito. Lo conseguí.

- Disculpa – dije, comencé a coger mis cosas y nada mas girarme me dijo.

- "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto" – dijo

Aquello me sorprendió, no esperaba que supiera citar a Dickens. Pero en algún rincón de mi alma algo se estremeció.

- Impresionante – respondí, y realmente lo estaba.

- Sí quieres quédatelo – me dijo ofreciéndome el libro – tengo más ejemplares.

Alargó su brazo hasta dejarlo a unos 20 centímetros de mí.

- No, no – dije esbozando una enorme sonrisa – ya me compraré uno. Muchas gracias.

- Bien – dijo. Se dirigió a la puerta y la abrió - ¿Vamos?

Me quede desconcertada.

- ¿Perdona? ¿A dónde? – dije arqueando las cejas.

Sonrió.

- Si no me dejas regalártelo, tendré que acompañarte a por uno. Hay una librería a la vuelta de la esquina. Y una chica tan guapa no debe andar sola por este barrio.

Lo había conseguido.

- Bien – dije, y salí del bar pasando por el pequeño espacio entre él y el cerco de la puerta.

Doblamos la esquina y entramos en la librería. Era un lugar pequeño y oscuro. Repleto de libros (como cabe a esperar en una librería) sobre unas estanterías de madera muy viejas. Compró el libro y me lo tendió.

- Aquí tienes señorita Dickens – dijo sonriendo, y haciendo una pequeña reverencia

- Muchas gracias – dije mientras salíamos de la librería

Me di la vuelta, dispuesta a irme

- ¡Espera! – gritó, corrió hacia mi – se te olvida una cosa

Le mire dubitativa, no recordaba llevar nada más que mi bolso y mi móvil. Solo mi mirada interrogante sirvió para que acabara la frase

- Se te olvida decirme tu nombre. Yo soy Lucas - dijo sonriendo, tendiéndome la mano

Le devolví la sonrisa y el saludo

- Verónica



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