Entonces Margo supo que era su turno de hablar, lo notó en el aire, en el silencio expectante del resto de las ancianas y por primera vez en toda la tarde—y me atrevería a decir que en toda su larga vida—esbozó una sonrisa, más no de felicidad, si no de autosuficiencia por el saber que ahora la escucharían dijese lo que dijese.
Siempre fue testaruda, amargada y soberbia. No sería del todo errado decir que nunca quiso a nadie en su vida. Uno diría que los años la fueron amargando y deteriorando, pero no, Margo siempre fue así y de las cuatro amigas era la que menos simpatía aportaba y lo mismo recibía, pero le daba igual.
No obstante, a Amelia le tenía todo el respeto que nunca les tuvo a las demás, su silencio contrastaba perfectamente con lo que a ella le gustaba hablar y, si bien en su juventud esta había sido objeto de las bromas pesadas de Margo, ella disfrutaba de su compañía. Pero todo esto se desvaneció de forma casi instantánea cuando la escuchó contar su historia, aquella ancianita de pelo blanco como la nieve perdió toda la gracia que alguna vez tuvo y Margo sintió una ira irracional hacia ella.
—Trudy y Rita...están tan equivocadas las dos—Luego de decir estas palabras miró fijamente a Amelia—. Amelia, tu historia tenía un mínimo de sentido hasta que saliste con eso del paracaidismo y el tatuaje en la nalga ¿Siquiera te escuchas lo que dices? Yo les contaré la verdadera historia y ustedes, si aún les queda algo de sensatez, verán que tengo razón.
»Corría el año 1993 y Ortiz acababa de graduarse de la escuela secundaria. Tenía 18 años y un sueño: ser el mejor informático que el mundo haya visto. Pero fue un idiota, si, lo digo y lo repito y no me vengan con "está muerto, no le digas así", no podemos negar lo inevitable: era un idiota. En la universidad conoció a la renombrada Petunia, solo que esta no era ni una putilla, ni una mujer importante y además estaba soltera. Se enamoró perdidamente de ella y allí cometió la idiotez más grande, la que le costaría su vida. Se casó y 10 años después, se convirtió en padre.
—Esto es...—Comenzó a protestar Amelia indignada.
—Espérate que no termino—dijo Margo secamente haciendo un gesto para callar a su compañera—El error no fue ese en sí, si no lo que vino después. El error fue abandonar todo lo que le había importado alguna vez.
»Comenzó a trabajar en una oficina como el señor que llevaba el café a los empleados, explotado, maltratado, como un infeliz. Fantaseaba todos los días con la vida que pudo haber tenido, una vida en la que pudo haber sido esposo, padre y a pesar de todo feliz. Se convenció a sí mismo de que había tenido mala suerte, que la vida lo había tirado al fondo del pozo en lugar de ver que el culpable de todo era él, por idiota, por cobarde, por no ordenar sus prioridades.
»Su único refugio lo encontraba en su familia, claro. Una esposa amorosa y dos retoños, un niño de 12 y una niña de 4, a ellos los envidiaba tanto como los amaba, en secreto, claro está. Los niños tenían el futuro en sus manos e infinitas oportunidades de ser lo que él nunca pudo, o mejor dicho, nunca se atrevió a ser.
» ¿Qué sentiría entonces al perder lo único que llenaba su vida? Vacío. Una noche que había salido a hacer los mandados, se olvidó la llave de gas abierta. De una forma u otra que no tengo conocimientos para explicar se produjo un incendio. Al llegar vio el desastre: su pequeña casita en llamas, los bomberos aún no habían llegado y todo había sido su culpa. Estaban todos muertos, ver las caras deformadas de su amada esposa y de sus pequeños hijos fue demasiado para él. Se acercó a las llamas, pues ya nada tenía sentido ahora que lo había perdido todo.
»Y ahora que ya saben la verdadera historia, admitan que se equivocaron, tómense una pastilla y váyanse a sus casas a dormir que ya oscurece.
Pero nada había terminado. El descarado autoritarismo de Margo hizo que se formara una ola por parte de las otras tres ancianas, y esta estaba a punto de romper. Se avecinaba una gran discusión en base a algo de lo que ninguna de las cuatro tenía idea, pero de lo cual todas creían tener la razón.
Nota: capítulo escrito por Teseractie
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Suicidio Colectivo
General FictionEl repentino suicidio de Clemente Ortiz ha conmovido a todo el pueblo y, como todo acontecimiento tan polémico, se convirtió en objeto de rumores y cotilleos. Trudy, Rita, Amelia y Margo son cuatro ancianas que viven en el pequeño pueblo que ha pres...