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Epílogo

Era un día soleado, sin embargo el cielo se encontraba parcialmente nublado. Ocasionalmente, los rayos del sol se colaban entre las nubes blancas, las cuales se encontraban en constante movimiento a causa del viento.

Bajo ellas, una pequeña niña caminaba de la mano de sus padres. Después de haber ido a llevarle un precioso ramo de flores a su abuela en el cementerio donde se encontraba enterrada, Zoe se dirigía en compañía de su mamá y su papá hacia la heladería, pues este ultimo le había prometido comprarle un helado de doble chocolate.

Sin soltar la mano de ninguno de los dos, Zoe comenzó a dar saltos. A cada vez que lo hacía, las trenzas en las que se encontraba atado su cabello castaño se elevaban por los aires y eso la hacía sentir una extraña sensación de satisfacción. Zoe estaba feliz porque le encantaba el helado y eso la hacía querer saltar por el resto del día, o al menos hasta que llegase la hora de la cena y se viese obligada a comer alguna clase de alimento que no le agradase. De cualquier manera, con siete años de edad, Zoe no se preocupaba por lo que sucedería en un futuro próximo y lo único que le importaba era aquel helado de doble chocolate que su papá le había prometido.

Para cuando la familia arribó a la heladería a la que solían ir con frecuencia, Zoe soltó la mano de sus padres y se apresuró hacia el mostrador. Su papá se detuvo a su lado y, justo como le prometió, le compró un helado de doble chocolate, el cual apenas sostuvo entre sus manos, comenzó a comer como si su vida dependiese de ello.

Su mamá le preguntó si quería tomar asiento dentro del establecimiento, pero ella prefirió ir al parque. Entonces, eso hicieron. Sin soltar la mano de su mamá, Zoe se dirigió hacia el parque que se encontraba al otro lado de la calle, antes comprobando que su papá venía detrás de ambas, observándolas con una sonrisa ladina dibujada en su rostro.

-¿Puedo ir a los columpios sola? -le pregunto a su mamá cuando notó que está comenzaba a dirigirse hacia los columpios con ella.

-¿Y cómo te balancearas si no te empujo? -le preguntó su mamá al momento en el que se agachó a su lado para así poder estar a su altura.

Zoe arrugó la nariz, sintiéndose enfadada por el hecho de que su mamá no comprendiese que ella era capaz de hacer muchísimas cosas sin su ayuda, o al menos así es como Zoe lo veía.

-¿No confías en mi? -le preguntó en el justo momento en el que su papá se detenía a su lado, atento ante la conversación que se daba entre ambas.

-Sí, confío en ti -aseguró su mamá, acariciando su mejilla-, pero eso no significa que no pueda ayudarte si tengo la posibilidad de hacerlo.

Sin despegar la vista de su mamá, Zoe soltó un bufido. No comprendía a lo que ella se refería, o al menos no del todo, pues Zoe apenas era una niña.

-Por favor, déjame ir sola.

Y entonces, para cuando comenzaba a caminar hacia los columpios sin ser seguida por su mamá, Zoe comprendió a lo que ella se había estado refiriendo antes. Ella no podía subir al columpio y balancearse por su cuenta, pues necesitaba que alguien la empujase para así comenzar con el balanceo que mantendría en curso con ayuda de sus cortas piernas. De cualquier manera, Zoe no quería volver hacia su mamá, que ya había ocupado una de las bancas más cercanas al parque junto a su papá. Ambos se encontraban vigilándola a distancia. Zoe no miró hacia atrás, pues quería demostrarle a a ambos que era capaz de subir al columpio por sí misma; en su lugar, se acercó a la única persona que estaba en el parque a excepción de sus papás.

En la caja de arena, un pequeño niño que podría tener su edad se encontraba sentado jugueteando y desplazando su mano sobre los diminutos granos de arena. Sin titubear, Zoe se acercó a él y lo miró desde arriba.

-¿Me puedes ayudar? -le preguntó, yendo directamente al grano.

El niño, quien apenas había notado la presencia de Zoe, miró hacia su dirección, y al notar que ella no parecía tener la mínima intención de sentarse, se levantó para así quedar a su altura. De hecho, era más alto que Zoe, así que al levantarse bajo levemente la mirada para observar el rostro de la niña.

-¿Qué obtendría a cambio?

-La gratitud de una niña -soltó Zoe con astucia, pero al notar que el niño no parecía estar demasiado convencido con respecto a la idea de ayudarla sin ninguna condición, Zoe requirió pensar en alguna recompensa que podría ofrecerle a cambio de su ayuda-. ¿Qué te parece un emparedado? ¡Traigo dos en mi mochila!

-¿Y dónde está esa mochila?

-Mi mamá la tiene, ella está por allá -aseguró, apuntando con su dedo en dirección a la banca en la cual sus papás se encontraban sentados.

El niño los miró desde allí, frunciendo los labios mientras consideraba la oferta. Finalmente aceptó, tendiendo la mano en dirección a Zoe, justo como había visto que las personas hacían en las películas al conocer a alguien nuevo.

-Soy Andy.

-Y yo Zoe -sonrió, sin estrechar la mano de Andy.

-Se supone que debes estrechar mi mano.

-¿Y quién dice eso?

-Las películas.

-Mejor, estrechemos el dedo.

Y entonces eso hicieron. A Andy le pareció extraño, pero le agradó la idea. Estrechó su dedo índice con el de Zoe y entonces ella le explicó que necesitaba que la empujase en el columpio. Andy asintió con la cabeza, comprendiendo lo que debía hacer. Ambos niños se dirigieron hacia los columpios y después de que Zoe subiera en uno de ellos Andy comenzó a empujarla.

Moviendo sus piernas de adelante hacia atrás, Zoe mantuvo el balanceo. Por otro lado, Andy subió a el columpio vecino y consiguió balancearse por su cuenta en vista de que sus piernas eran más largas que las de Zoe.

El resto del día estuvieron allí, balanceándose en los columpios. Al principio compitieron, intentando llegar más alto que el otro, después bajaron la velocidad y comenzaron a hablar, aún balanceándose. Finalmente, se aburrieron y bajaron de los columpios.

-Y... ¿dónde está mi emparedado?

Inmediatamente, Zoe tomó la mano de Andy y lo encaminó hacia sus padres. Para cuando le pidió el emparedado a su mamá, está sonrió al saber el propósito de ello. A su lado, su papá también sonreía, y aunque Zoe no comprendía la razón de aquellas sonrisas que ambos les dirigían a ella y su nuevo amigo, no le importó en lo absoluto, porque lo único que quería era ir a jugar con Andy, esta vez en el tobogán.

FIN

➳Si unen las palabras que se encuentran en negrita en los últimos capítulos narrados (desde el capítulo cuarenta hasta el capítulo cuarenta y tres) de la historia, formaran una oración inconclusa a la que ustedes mismos le añadirán un final. Básicamente una oración a la que le falta un final, que ustedes crearán con sus cabecitas. ¡Vamos, anímense y coméntenla acá antes de ir a la siguiente pagina!


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