AGUILA ROJA

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na noche, bajo un cielo ahogado de nubes, los hombres de Águila Roja se calentaban junto a húmedos fuegos de un musgo que ardía lentamente. Una figura agachada y que arrastraba los pies se les acercó, cubierta de harapos, con el rostro encapuchado. Aunque sus hombres se burlaron y lanzaron piedras al extraño, Faolan sintió algo y lo llamó por señas. La capucha cayó hacia atrás en la tenue luz y la figura se reveló como una de las ancianas y venerables brujas cuervo, que le ofreció poder a cambio de un precio, y firmaron un pacto.
Así negoció con la bruja: su corazón, su voluntad, su humanidad. Desde ese día en adelante, el suyo fue un espíritu de venganza, sin piedad y más allá del remordimiento. Los rebeldes crecieron en fuerza y número y nadie podía hacerles frente. Los ojos de Faolan ardían fríamente en aquellos días, ópalos negros que reflejaban una mente que no le pertenecía por completo. Transcurrieron dos años y los extranjeros fueron expulsados de la Cuenca.

No obstante, dicha paz no podía durar, y una gran horda cayó sobre ellos, un rápido ejército de invasores como nunca hubo igual. Durante una quincena, los generales de Hestra asediaron la fortaleza de Águila Roja, hasta que él mismo salió a combatir, sin compañía y cubierto solo con su furia justiciera. Mil extranjeros cayeron ante su espada llameante y el enemigo fue expulsado Aun así, al caer la noche, también cayó él. Los guerreros que fueron hacia él dijeron que, en aquella noche final, los ojos de Faolan volvían a estar despejados.

Fue llevado hasta el lugar que le habían preparado, una tumba escondida en las profundidades de la roca. Con la fuerza que le quedaba, presentó su espada a su gente y prestó un juramento: que continuaran luchando y que cuando el último rincón de la Cuenca fuera libre, le devolvieran su espada, para que pudiera levantarse y guiarlos de nuevo.

De este modo lo dio todo por su pueblo: su vida, su sueño y su espada. Pero cuando todas las deudas sean pagadas con sangre, volverá a reclamarlos una vez más.

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