Prólogo

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Nacieron un cálido día de verano, sus padres miraban con orgullo a las tres criaturas de grandes ojos y piel arrugada que lloraban buscando con ansias el aire fresco y con olor a medicinas del quirófano, cuando el doctor de manos experimentadas cortó el cordón umbilical, se dispuso a cerrar la cesárea de la madre primeriza que lloraba de alegría. Luego, llevaron a las bellas niñas en tres incubadoras distintas a la unidad neonatal donde unas enfermeras se encargaban de cantarles nanas a los otros niños recién nacidos y, a la madre aún bajo los efectos de los sedantes la transportaron a una nueva habitación en la misma unidad de maternidad. Allí esperaba una persona vestida de túnica negra, sentada en el cómodo sofá del cuarto de paredes de color menta.

-Disculpe, creo que se equivocó de habitación-dijo el marido al ver al hombre.

- No, no. Estoy seguro de que esta es la habitación, señores. Quería hacerles una propuesta... interesante en la que ambos saldremos beneficiados.-Su voz sonaba como el papel de lija.

- ¿Qué le hace pensar que estemos interesados?- El hombre dirigió una mirada a su esposa que se había quedado dormida mientras le suministraban un tranquilizante.

- Sé que han tenido... problemas económicos. Ya saben a qué me refiero: deudas, hipotecas, perdidas de propiedades, desempleo, por no decir que no están en este lugar-señaló la habitación- gracias a sus ingresos, sino gracias al gobierno. Mi nombre es Roger Stevenson y digamos que puedo hacer desaparecer sus problemas si me das algo a cambio, Dan.

- ¿Qué quieres?- Preguntó el aludido.

- A sus hijas- Roger se apartó la capucha de la cara para dejar ver su rostro de treintañero con algunas arrugas marcadas en su frente, sus ojos castaños carentes de alguna emoción, una incipiente papada, una gran nariz y una sonrisa psicópata de dientes amarillos de fumador.

- Bastardo, no te las llevarás.- Dan frunció el ceño y se puso en posición listo para atacar.

- Piénsalo, no sería justo para las tres pequeñas; en un colegio cutre, de profesores mediocres, donde fumen y beban. Si me dejas llevármelas, las podrás ver una vez cada mes. Ustedes necesitan la plata. Sé lo que han sufrido para tener a estas niñas pero será una crueldad criarlas en las calles y dejarlas a las manos de Dios.

Dan miró a su esposa que se movía inconsciente en la cama. Si aceptaba, ella no se lo perdonaría jamás y la perdería, pero era una verdad innegable: necesitaban ese dinero o terminarían viviendo en las calles. Entonces se le ocurrió algo.

- Llévatelas, no necesito verlas. Convence a la gente de este lugar y diles que murieron las tres, mala praxis... lo que sea y toma a mis nenitas, iré en cuanto le den de alta a mi esposa, necesito ver si las cuidarás bien.

- Perfecto, ya la siguiente semana no verán más deudas en sus cuentas. Trataré de ayudarle también con un trabajo si lo desea, pero no le prometo nada.

Ambos hombres se dieron la mano y Roger salió de la habitación rápidamente. Cuando Dan estuvo a solas con su esposa, comenzó a pensar si estaría haciendo lo correcto y si no le habría engañado aquel hombre. Estuvo un rato haciéndose esas preguntas hasta que una enfermera llegó llorosa y jadeante.

- Señor Skies, sus hijas... acaban de... fallecer. Un paro respiratorio, lo siento mucho- Dan puso cara de consternación y fingió llanto, sabía cuál era la verdad tras todo eso y no se arrepentía por lo que acababa de hacer.- Entiendo que todo esto puede ser muy duro para usted y su esposa así que los dejaré para que lo asimilen mejor.

El hombre asintió y se tapó la cara con las manos para ocultar la sonrisa que amenazaba con escaparse de las comisuras de sus labios, acto seguido la enfermera salió. Poco después, su esposa despertó algo atontada por los efectos del sedante. Dan le dio unos minutos hasta que fue completamente consciente de sí misma y le dio la noticia. Ella se estremeció por el llanto y se abrazó buscando el apoyo de su marido. Unas semanas después, sumida en una profunda depresión decidió terminar con su agonía suicidándose con una sobredosis de fármacos.

....
Todo había sido muy fácil, solamente bastó con una pequeña suma de dinero para que lo dejaran llevarse a las pequeñas niñas y otro poco más para que fingieran una muerte por paro respiratorio. Al llevar a las criaturas a su auto, aparcado casi en la entrada del estacionamiento, las acomodó en tres sillitas para bebé. Las niñas no lloraban ni se quejaban buscando el calor materno o los suaves y relajantes latidos de su madre, como si intuyeran que eso estaba muy lejos de ellas y chistar no serviría.

Llegaron a la casa de Roger - una gran mansión a las afueras de la ciudad- horas después, la mascota del vecino ladró y la lluvia amenazaba con caer a pesar de la estación en la que estaban y colocando a las nenas en un cochecito para trillizas -tenía todo planeado- las llevó al interior de la amplia casa, donde a partir de ese momento sus vidas cambiarían.

Todo acababa de comenzar apenas.

Mawuitas: El OrigenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora