La hija de Dolores Umbridge (Severus Snape)

CAPITULO 3 QUIERO QUE SE MARCHE

Al día siguiente, un poco antes del alba, Dinna se dirigía con su ropa de dormir aún puesta, al arroyo, como ya era costumbre suya, darse un baño antes del amanecer. Llevaba unas toallas y ropa limpia.

Caminaba tranquila hasta que sintió un salpiqueo en el agua.

-Por Melín, ¿Quién puede haber a estas horas? Llevo aquí años y nadie viene a esta hora. - Murmuró aún con sueño en la voz.

Avanzó hasta su lugar favorito y se encontró con la persona que le rondaba la cabeza este último día, pero aún así Dinna siguió su rutina cómo si el hombre no existiera. La mujer se desnudó, quedando esta vez solo en un vestido interior corto, pues no estaba acostumbrada a desnudarse por si alguien llegaba.

-Se dice Buenos días. - Habló el hombre por primera vez.

-Para que vea lo que me importa.-Susurró para sí.

Severus escuchó esto y bufó. Tenía planeado marcharse de una vez por todas del lugar, pero no encontraba las dichosas hojas de acebo, no había visto ni un solo arbusto por todos los lugares que ya había recorrido. Mientras pensaba esto miraba a la joven que entraba en el agua a escasos metro de él, de pronto se le ocurrió algo; la había visto tratar el otro día a una joven y había observado su destreza con las plantas, tal vez la muchacha podría brindarle una respuesta.

- Niña. - Soltó de malas maneras y Dinna lo volvió a ignorar. - ¿Acaso está sorda? ¿Muda tal vez? 

Dinna giró su cabeza al hombre tan insistente que tenía al lado y habló.

- Mire, no tengo tiempo para sus boberías de hombre rudo y experimentado. Déjeme en paz. - Intentó llegar a un extremo para alejarse de aquel hombre, pero tropezó al pisar una piedra con musgo cayendo así al agua. Al levantarse se percató de que la poca ropa que llevaba se le ceñía al cuerpo, dejando ver así partes de su blanquecino cuerpo. De inmediato se sumergió en el agua hasta el cuello abrazándose con los brazos. El hombre observaba la escena con diversión mientras salía del agua para dejarle algo más de intimidad, aunque disfrutaba verla sufrir tenía algo de caballerosidad. Le dio la espaldas a Dinna mientras se colocaba el resto de su ropa, pues estaba solo con su negro pantalón.

- Le recomendaría contestarme a mi pregunta para así poder irme. -Al escuchar sus palabras se emocionó, eso significaba para ella su partida y el fin de su molestia.

- Debería haber empezado por ahí señor. - El mago arrugó la cara al escucharla tan feliz y emocionada. - Dime, ¿Qué es lo que desea? Le ayudaré en todo lo que pueda para que así pueda irse lo más pronto posible de este pueblo. - En la voz de Dinna se observaba una fingida amabilidad y preocupación por el hombre.

- Vaya, ahora tengo frente a mí una joven preocupada por mi marcha. - Río con maldad. - Dime niña, ¿Dónde puedo encontrar hojas de acebo? No he visto ninguno por el lugar.

- Primero no me llame niña, tengo 24 años ya, segundo... nunca he visto ningún acebo por aquí, así que lo mejor será que se marche y busque en otro sitio, es una pena que no pueda ayudarle. Ahora si me disculpa, me gustaría tomar un baño a solas sin miradas pervertidas.

Severus no se inmutó por las últimas palabras de Dinna y decidió ignorarla para ir en búsqueda de algún anciano del lugar, ellos son los que realmente conocen las tierras. Antes de irse soltó con desagrado unas palabras para la mujer.

- Cuando mezclas ignorancia y soberbia obtienes una dosis de mediocridad. - Dinna se quedó pensando en sus palabras, las había oído en algún libro pero no recordaba a quién pertenecía esas palabras. Abrió uno de los pocos libros que tenía sobre los grades magos y brujas de la historia y la vio; pertenecía al rey cristiano llamado Salomón, uno de los primeros magos de la historia. Dinna se extrañó al principio, ¿Cómo era que conocía a un mago tan antiguo? Quiso creer que lo conocía como rey cristiano y no por ser un increíble mago.