Capítulo 1

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-Me estoy muriendo- dijo la voz

Dusty sujetó con fuerza el auricular. Ella no tenia ni idea de quien le hablaba. Un chico de su edad, a juzgar por su voz: quince o dieciséis años, tal vez algo mayor.

-¿Hay alguien ahí?- murmuró él.

Hablaba en tono irritado y parecía arrastrar las palabras. Dusty echó una mirada rápida al reloj. Faltaban veinte minutos para la medianoche. Había contestado el teléfono de inmediato, pesando que tal vez fiera su padre, llamando para decirle que la nieve le había retenido pero que ya estaba en camino. Aquel chico era lo ultimo que esperaba.

-¿Hay alguien ahí?-repitió él.
-¿Quién eres?
La única respuesta fue una tos.
-¿Y de dónde has sacado este número?-dijo ella-. No estamos en la guía.
Se oyó otra tos, pero esta vez el chico contestó:
-He marcado el primer número que me ha venido a la cabeza.

Ella frunció el ceño. Aquello tenia que ser una broma. Viernes por la noche, uno de enero. Algún chaval de juerga con sus amigos.
Seguro que, si escuchaba con atención. Oiría sus risitas disimuladas en el fondo. Pero lo único que percibía era la respiración agitada del chico que había al otro lado.

Dusty pensó en su padre, que había salido con alguien en Beckdale. A ella le había gustado tener la casa para ella sola por primera vez en semanas, sobre todo por lo mucho que le había costado convencerle de que saliera, pero lo aje deseaba en aquel momento era que él se diera prisa en volver.

-¿No me has oído?-masculló el chico-. He dicho que me estoy muriendo.

Ella sabia que no podía ser cierto. Si aquel chico estaba de verdad en peligro, difícilmente habría llamado a un numero al azar.
Habría llamado a un número de emergencia.
-Tienes que llamar a la policía-dijo
-No necesitó a la policía.
-Pues a una ambulancia.
-No necesito una ambulancia.
-Pero has dicho que te estás muriendo.
-Porque me estoy muriendo.
-Entonces tienes que llamar...
-No tengo que llamar a nadie. He dicho que me estoy muriendo. No que quiera vivir.

Se produjo un silencio entre los dos que a ella no le gustó nada.

-Me he tomado una sobredosis-dijo él

Ella se mordió el labio, sin saber qué pensar y sin querer adentrarse más en el mundo de aquel chico. Podría ser que estuviera diciéndole la verdad y podía ser que no. Pero fuese cual fuese su problema, eran otras personas las que tendrían que preocuparse.

-No puedo ayudarte -dijo
-Si que puedes. Sólo necesito una voz amiga. Alguien con quien hablar mientras me voy.
-Tienes que llamar al teléfono de la esperanza, no a mi. Te daré el número.
-No necesito el teléfono de la esperanza -dijo el chico-. Te necesito a ti.

Aquello estaba pasando de castaño a oscuro. Todos sus instintos le decían que colgara el teléfono. Pero antes de que pudiera hacerlo, el chico volvió a hablar.

-¿Cuántos años tienes?
-¿Y a ti qué te importa?
-Por la voz, serán unos quince.

Ella no contestó. Cualquiera podría adivinarlo y seguramente había acertado de chiripa, pero no dejaba de ser desconcertante.

-¿Cómo te llamas? -dijo él.
-Eso tampoco es algo que te importe.
-¿Por qué no quieres decírmelo?
-Porque no es nada que te importe.
-Yo me llamo Josh.
Ella apretó el teléfono con fuerza. Josh. Como si no hubiera nombres que elegir. El chico volvió a hablar.
-He dicho que me llamo Josh.
-No es verdad -contestó ella.
Rezó por estar en lo cierto. No quería que aquel chico se llamada Josh. No quería que nadie se llamara así. Hubo un silencio, tras el cual el chico dijo:
-Tienes razón. No es verdad. Pero puedes llarme Josh si no te importa. Así podrás llamarme de alguna manera.
-No quiero llamarte de ninguna manera.
-Tú misma. -El chico hizo una pausa-. ¿Y tú?
-Y yo, ¿qué?
-Dame un nombre con el que pueda llamarte. El que más rabia te dé.
De nuevo su instinto le pidió a gritos que colgara el teléfono. Todo aquello de los nombres le hacia sentir vulnerable, y en especial que hubiera salido el de Josh. Empezó a preguntarse quién sería aquel chico. Era un completo desconocido, y sin embargo había elegido el nombre que más significado tenia para ella.
Tal vez fuera coincidencia. O tal vez él sabia quién era ella y dónde vivía y en aquel preciso instante estaba vigilando la casa.
Dirigió la vista al salón. Era la única habitación de la casa que tenía luz encendida en aquel momento y, si él observaba desde el camino de la entrada de la casa, era casi seguro que estaría mirando de aquella precisa ventana. Se alegró de que las cortinas estuvieran corridas.
Sin embargo, no por ello se sintió más a salvo. Thorn Cottage era una casa aislada en medio del campo. Con las afueras de Beckdale a varios kilómetros a la derecha, y nada a la izquierda excepto el parque Stonewell y el páramo de Kilbury, y más allá el lago y los cerros, allino había mucha protección.

-No estoy mirando tu ventana -dijo el chico de pronto-. No sé quién eres y no sé dónde vives.

Dusty sintió un estremecimiento. Parecía imposible que aquel chico sacada a colación los miedos que estaban asaltándola. Lo siguiente que dijo no hizo más que aumentar su inquietud.

-¿Daisy?
Ella se puso rígida.
-¿Qué has dicho?
-Daisy. Estoy intentando adivinar tu nombre. Es algo tipo Daisy.
Ella tragó saliva y de nuevo no pudo evitar echar una mirada hacia las cortinas.
-Ya te he dicho que no estoy mirando tu ventana -dijo el chico.

Estaba asustada, muy asustada. Aquel chico parecía saber todo lo que estaba haciendo y pensando. Hizo un esfuerzo para ser racional. Tal vez nonfuera tan difícil para él. Debía de saber que una chica joven se asustaría con una situación como aquélla; debía de haber deducido que ella estaría preguntándose dónde estaba él y que seguramente echaría una mirada a la ventana. Pero precisamente Josh; y luego... Daisy. No había acertado pero le faltaba poco.

-No me llamo Daisy -dijo ella lentamente.
-Ya me lo figuraba -dijo el chico-. Pero es algo así ¿Verdad?
Ella no contestó.
-¿Te gusta más... <Chicote>? -dijo él-. ¿Puedo llamarte así? Ya se que es un poco raro pero es que tu voz es un poco grave.
A ella se le cortó la respiración. Aquello ya era más serio. Sólo había una persona en el mundo que le hubiera llamado <Chicote>, el apodo cariñoso que le había puesto Josh. Era un apelativo demasiado insólito como para emplearlo por casualidad. Aquel chico sabía quién era... Y mucho más.
-¿Dondé está Josh? -dijo ella en tono seco.
-No conozco a nadie que se llame Josh.
-¿Dondé está? Dímelo.
-No conozco a nadie que se llame Josh.
-Has dicho ese nombre hace un momento.
-Lo he elegido al azar. Igual que tu número de teléfono. Y el nombre de Daisy.
- Y chicote.
-Pues sí. ¿Por qué? ¿Te ha llamado alguien así antes?
Ella no contestó; no quería hacerlo. Las sospechas se amontonaban en su cabeza. Aquel chico sabía mucho más de lo que reconocía. Tenia que sacar de él todo lo que pudiera.

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