Capítulo 3

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Al parecer, había dejado el auricular y estaba esforzándose por abrir el frasco de pastillas. Ella le oyó maldecir para sí mientras forzaba la tapa. Entonces, oyó un gruñido de satisfacción, seguido de un nuevo silencio.

-¿Estás ahí? -preguntó.

No hubo respuesta.

Ella se puso a reflexionar. Para entonces ya no le cabía ninguna duda de que el chico se había tomado una sobredosis de pastillas y que seguía engullendo más. Y tampoco le cabía ninguna duda de que sabía algo de Josh. Tendría que sacarle toda la información que pudiera, pero antes tendría que salvarle la vida, y eso implicaba averiguar donde estaba. Con un poco de suerte él se lo diría. Cabía la posibilidad de que aquello no fuera un auténtico intento de suicidio sino una llamada de auxilio.

-¿Estás ahí? -preguntó otra vez.

Tampoco hubo respuesta. Dusty se llevó el teléfono a la ventana y espió desde detrás de las cortinas. Todo relucía cubierto de nieve. La última nevada había aumentado en algunos centímetros el espesor de la capa y la habia convertido en un grueso manto, al parecer todavía virgen.

Miró hacia la derecha. No se veía a su padre volviendo de Beckdale, sólo el camino desierto que se perdía en la noche. Miró a la izquierda y siguió con la vista el ramal opuesto del camino, desde la amplia explanada donde los coches giraban ante la casa hasta la parte que volvía a estrecharse para desenfocar finalmente en la entrada del parque Stonewell. Allí tampoco había nadie; sólo la blancura , la inquietud, el vacío. De pronto oyó de nuevo la voz del chico.

-¿Daisy?

-No me llames Daisy -contestó ella-. No me llamo así, ¿vale? Ahora escúchame...

-No, escúchame tú. -La voz del chico había vuelto a cambiar. Sonaba más adormilada y a la vez más imperiosa-. Mira..., no me queda mucho tiempo... hay algo que quiero decirte. Siento... siento haberte asustado.

-No estoy asustada.

-Sí que lo estás.- La respiración del chico se había vuelto más pesada-. Te he asustado. Lo sé. Y también sé que... todavía te asusto.

Ella no dijo nada. Pero sabía que el chico tenía razón.

-Y lo siento -siguió diciendo él-. Era eso lo que quería decirte. Lo siento mucho... seas quien seas...

-Me llamo Dusty.

No le gustó nada decírselo. Le hacía sentir más vulnerable que nunca. Pero era consiente de que debía correr ese riesgo. Tenía que intimar más con aquel chico si quería averiguar donde estaba.

-Es un nombre muy bonito -dijo él.

-¿Cómo te llamas tú?

-Eso da igual.

-Algún nombre tienes que tener.

-Tengo muchos nombres.

-Pues dime uno al menos. Yo te he dicho el mío.

-Ya es tarde para nombres.

Había un tono de resolución en la voz del chico que la dejó helada.

-¿Dusty? -dijo él

-¿Sí?

-Gracias por no haberme colgado.

-Dime dónde está Josh.

-No conozco a nadie que se llame Josh.

-Sí que le conoces. Lo sé.

El chico no contestó.

-¿Dónde estás? -insistió ella.

El chico habló, pero no para contestar a la pregunta.

-Esos árboles... -murmuró-. Qué bonitos son.

-Dime qué sabes de Josh. Por favor, dímelo.

-Qué bonitos. -La voz del chico se apagaba-. Me alegro de morir cerca de unos árboles.

-¿Dónde estás?

-Da igual.

-¿Por qué no me lo dices?

-Porque llamarías a una ambulancia y podrían salvarme la vida.

Ella se estremeció. Aquello no era una llamada de auxilio. Era una despedida.

-Dime dónde estás -le apremió.

-No quiero.

-Por favor.

-No quiero.

-Pero morirás.

-Es que quiero morir. Tengo que morir.

-¿Pero por qué?

-Demasiado dolor. Tengo que acabar con él.

Dusty pensó a toda prisa. Tenía que haber forma de averiguar dónde estaba el chico. Había mencionado unos árboles pero aquello no servía de mucho. Por allí había muchísimos sitios con árboles. Ni siquiera se podía asegurar que estaba en la zona de Beckdale. Tampoco había dicho que no lo estuviera. Podía haber llamado desde cualquier parte del país, incluso del extranjero. 

De pronto, Dusty captó otro sonido en el aparato.

Era algo metálico, una especie de chirrido, como un objeto pesado oscilando en una bisagra: tal vez era el letrero de un pub meciéndose en el viento, o una verja de hierro al abrirse. Dusty aguzó el oído. Aquel ruido le resultaba familiar, como si, lo hubiera oído recientemente. No le cabía ninguna duda.

El ruido cesó. Ella volvió a escuchar, estrujándose la cabeza. El chico tenía que estar cerca. Lo presentía. Si pudiera volver a oír aquel ruido, tal vez sería capaz de localizarlo. Pero lo que oyó fue la voz del chico, distante, impersonal, como si hablara para sí. Sin embargo, aquellas palabras eran para ella. Y le estremecieron hasta la médula.

-Lo siento, Dusty. Adiós, mi pequeña Dusty.

Ella se puso a temblar. No podía ser. ¡Eran las mismas palabras!

La chica recordó la última vez que las oyó. Apretó el auricular con todas sus fuerzas, igual que estaba haciendo en aquel instante. Recordó estar de pie junto a la ventana de su habitación viendo el sol ponerse sobre el páramo de Kilbury. Evocó la sensación de que el día estaba extinguiéndose y de que una vida se extinguía con él. Recordó las sencillas palabras en su oído, las últimas que le dirigió su hermano.

-Adiós, mi pequeña Dusty -repitió el chico.

-¡Josh! -chilló ella.

Pero no le llegó ninguna respuesta.

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