Prólogo

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Tiempo atrás en la Grecia Antigua donde habitaban los héroes, unas mellizas – con belleza e inteligencia – huían de la ciudad de Atenas intentando proteger a su pequeño hermano de la guerra entre dioses, semidioses y monstruos.

- ¡Apresúrense! – exclamó una de ellas.

Los tres hermanos corrían para alejarse lo más posible de la ciudad – se encontraban a unos cuantos cientos de metros del muro de piedra el cual dividía la ciudad del campo- mientras cinco monstruos los perseguían.

Kayra iba adelante guiando a su hermano y hermana, de repente se quedó petrificada al escuchar el grito aterrorizado de su melliza Keyra. Volteó la mirada y vio espantada a los monstruos que las perseguían, unos veinte metros por detrás.

Reanudaron su carrera aún más rápido, pero no fue suficiente. Cuando las hermanas habían pasado el muro notaron que su hermano no las seguía, ya que este había sido atrapado por un de los monstruos.

- ¡RICKER!

Gritaron ambas al momento que un rayo destrozaba el muro. Bloques gigantes de piedra cayeron al suelo aplastando monstruos con gran estruendo, uno de ellos alcanzó las piernas del muchacho; derribándolo. Una Gorgona – la que estaba más adelantada – sacó una gran espada y con un solo movimiento de su brazo, la cabeza de Ricker se separó de su cuerpo. Un espeluznante grito se abrió paso entre el ruido de la batalla seguido de fuertes sollozos. Keyra trataba de acercarse al cuerpo de su pequeño hermano mientras Kayra tiraba con fuerza para lograr escapar; lágrimas caían por sus mejillas.

- ¡Keyra, no puedes hacer nada! – gritó Kayra – Si morimos todo habrá sido en vano ¡Entiéndelo!

Al escuchar, Keyra, la voz rota de su hermana; dejó de forcejear y permitió que Kayra la arrastrara hasta la pared exterior de una cueva donde ambas se desplomaron – abrazadas – entre silenciosos sollozos. Entonces escucharon algo que hizo que dejaran de llorar de golpe y se les cortara la respiración: un ruido de barrotes siendo golpeados, seguido de un fuerte y potente gruñido.

De repente un rayo rompió la oscuridad del cielo mostrando a un Minotauro. Era alto y grueso como un tronco con pecho de hombre; de la cintura para abajo mostraba patas de toro al igual que su cabeza adornada con dos grandes cuernos. A su lado había una jaula que dentro tenía a un apuesto muchacho de cabellos castaños, corpulento y de unos hermosos ojos azules – al igual que el cielo antes de una tormenta – que tenía un escudo en una mano. Golpeaba los barrotes con todas sus fuerzas, mas estos no se movían. En el lado más apartado de la cueva, una espada se hallaba tirada en el suelo. Las hermanas estaban estupefactas.

El muchacho de nombre desconocido las miraba pidiendo ayuda y más aún: les advertía. Maniobrando rápido y aprovechando la ventaja de no haber sido vistas por el Minotauro, se escondieron tras una roca.

- Tú distráelo. – susurró Kayra – Yo voy por la espada.

- Ten cuidado, por favor. – respondió Keyra en susurros también.

Keyra salió de detrás de la roca corriendo y empezó a saltar agitando los brazos.

- ¡Tú! ¡Animal! ¡Métete con alguien de tu familia!

El muchacho estaba tan anonadado con la actitud de la muchacha que podía apartar los ojos de ella. Mientras tanto Kayra se escabullida silenciosamente en busca de la espada. De un momento a otro la mirada de Keyra se cruzó con la mirada del joven y todo pareció detenerse por un segundo.

- ¡Cuidado! – le gritó muy tarde el misterioso tipo.

Todo pasó tan rápido que la chica no tuvo tiempo de reaccionar a la advertencia, siendo estampada contra la pared por un brazo gigante. En esos momentos, Kayra se acercó por detrás del monstruo sigilosamente y lo atravesó con la espada, derribando al Minotauro en el duro y frio suelo de roca. Al percatarse de su hermana tirada en el piso, fue corriendo a ayudarla. Keyra temblaba y gimoteaba pero al parecer no había sufrido ningún daño. Kayra se acercó a la jaula con expresión decidida – sin embargo, debajo de esa mirada se podía apreciar el miedo por todo lo ocurrido – y de un solo movimiento la puerta de esta salió de sus goznes, y fue a parar a una esquina de la cueva. El joven salió de la jaula aún sorprendido con lo que acababa de presenciar. Estas dos humanas habían matado a un verdadero Minotauro. Las observó detenidamente y notó que eran idénticas, salvo por el cabello: una lo tenía de un negro tan intenso que cuando el viento lo movía parecía azul y la otra de un rubio cenizo con algunos mechones más oscuros que otros, dándole un color diferente. Sus vestiduras se encontraban sucias y rasgadas, al igual que los cuerpos que las portaban. Sin embargo aún conservaban la hermosura en sus finos rasgos. Las chicas irradiaban elegancia y sabiduría, pero podía notar la pena de una pérdida. Se había equivocado, las hermanas eran idénticas, pero a las vez muy distintas; lo notaba en sus ojos. Cada una tenía una mirada distinta a la de la otra.

Sus ojos.

Sus ojos eran maravillosos. De un negro más profundo que la penumbra de la noche.

- Gracias. – respondió después de un incómodo silencio – Por cierto, ¿cuáles son sus nombres?

- No fue nada – respondió una de ellas, la de cabello negro. – Ella es Keyra y yo soy Kayra.

Keyra solo asintió con la cabeza y se volteó hacia la entrada de la cueva.

- Encantado. Mi nombre es Dante, dios de los huracanes y ciclones.

Kayra abrió mucho los ojos y su boca cayó abierta, mientras que Keyra se volteó de golpe con una cara de completa perplejidad.

- Tú... Pero... Si tú... La jaula...- tartamudeó Kayra sin poder evitar que el asombro se filtrara en su voz.

- Si eres un dios ¿cómo es que no saliste de la jaula por tu cuenta? – preguntó Keyra sin vergüenza alguna y con burla en la voz exclamó: – ¡Qué gran dios!

- Bueno, era mágica; al igual que la espada y gracias por el cumplido.

- Era sarcasmo

- Ah... - se formó un incómodo silencio, nuevamente, entre los individuos.

- Creo que es hora de irnos, Keyra. – susurró Kayra.

- ¡Esperen! ¡No te vayas!, digo... ¡No se vayan! – gritó Dante al instante, mirando a Keyra, al momento en que Kayra tomaba la mano de esta para huir nuevamente – Déjenme agradecerles por tan magnífica hazaña.

- No es necesario, créame. – declaró Keyra tomando del brazo a su hermana.

- Quiero hacerlo. Tengo entendido que es encantan las buenas historias. – dijo Dante relajado –. Tengo poderes muy particulares, por ser hijo de Zeus, así que les concederé el don de la inmortalidad, serán diosas. Las diosas de las historias, desde una idea completamente oculta en alguna mente hasta un manuscrito conocido por todos. Desde ahora en más, ambas vivirán en el Olimpo. – mientras el joven dios pronunciaba esas palabras un denso humo cubrió a las damiselas.

De repente llegó a sus mentes cada una de las historias del mundo, cada palabra, idea, nota, todo. Sus vestiduras, ahora lucían hermosas y elegantes. Sus intensos ojos, antes de un negro infinito, se tornaron violetas. Lucían celestiales.

Ambas muchachas se inclinaron en muestra de agradecimiento.

- Pero tengan presente una cosa: ustedes deberán, siempre, estar buscando a los nuevos herederos. Estos herederos no podrán enamorarse, casarse, ni mucho menos tener hijos. En el momento en que ustedes decidan abandonar esta vida o ya no sean aptas, los herederos las reemplazarán; ya sea a una o a ambas. Recuerden: tiene que ser digno o digna, de lo contrario no será aceptado o aceptada

Dicho esto, Dante y las muchachas, ahora diosas, salieron de ese horrendo lugar caminando hacia los rayos del sol, mientras sus siluetas se entrecortaban y luego se fundían con la luz.


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Lu y Majo

Dante es un dios creado por nostras, en realidad no existió en la mitología. 

Una historia por escribir...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora