Capítulo 6.- Mundos Ajenos

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En la multimedia Mathias ^o^

Alberto se fue a dormir, ese día se obligó a verter unas lágrimas sinceras, desde entonces no ha derramado una sola más.

El muchacho no vería una vez más a su madre, no llego ni a despedirse de ella el día que salió de casa y ahora estaba muerta. Pero la verdad era que odiaba a su madre, la deseaba pero ella solo tenía ojos para Gonzalo.

Francisco llora desconsolado dándose cuenta que quería mucho a su madre, se queda dormido encima de su almohada de tanto llorar.

Antonella y Antonio lloran juntos, los dos se abrazan y duermen en la cama de Antonella, dejan la lámpara prendida porque últimamente le tienen miedo a la oscuridad.

No tenía más de cuatro años, pero el terror se reflejaba en todo su ser. Especialmente en el rostro, siempre el terror se refleja mejor en el rostro. Debería estar prohibido que un niño tan pequeño experimente esa carga enorme de pánico. Tanto miedo no cabía en un ser tan chiquito. A pesar de sus escasas fuerzas, se le notaban, se le notaban bien las costillas, el niño corría y corría por el parque, agitando todo su cuerpecito, perseguido por una alma, que esgrimía bastones y gritaba. El pequeño estaba casi desnudo, lo seguían, se acercaban a él.

Gonzalo se despertó temprano luego de ese horrible sueño, su padre entro una hora después, asombrado que el pequeño ya se había bañado y cambiado.

-Bueno baja Gonzalo, ya prepare el desayuno.

-No tengo hambre papi.

-Algo tienes que comer.

-¿No has visto mi oso de peluche?

-No, hijo vamos.

El niño sigue a su padre, sus hermanos ya están en la mesa, solo faltaba él. En la mesa hay pan, queso, jamón, mortadela, sandía, leche y jugo de naranja.

Todos se sirven menos el pequeño, el padre lo mira y coge un plato y le corta un pan y pone queso.

-No quiero comer papá -dice Gonzalo.

-¿Nada?

-No, ¿un poco de leche?

-Si, esta bien.

Toma un vaso y le sirve de la jarra , un vaso lleno.

-Te lo tomas todo.

Media hora después, todos acaban de desayunar. Manda a los niños a lavarse los dientes y llama a Armando para que regrese a la casa.

El entierro era en un hora, ya estaban todos listos. El hombre regresó, y le dio órdenes para la casa. No hubo tiempo para velorio, además no quería gente en su hogar, no quería chismes de los conocidos por la trágica muerte de su esposa.

Quería que acabara pronto ese asunto del entierro . No avisó a nadie donde sería enterrada solo a su mejor amigo, su padre ya había regresado a New York, así que se encontraba solo.

Metió rápido a los niños al coche, condujo sin divagar y llegó al cementerio. Su amigo ya se encontraba ahí con su hijo, de la edad de Alberto.

Pero no espero que hubiera tanta gente, esperaba que fuera privado.

Diviso amigos del colegio, compañeros abogados, el ministro de Justicia, alcaldes, jueces todos les daban las condolencias.

Sus hijos tristes se encontraban juntos a un lado. Francisco tenía de la mano a Gonzalo. Pero en un descuido los mellizos comenzaron a jugar y el pequeño se zafo y se fue corriendo, camino muy lejos de donde se encontraba su madre.

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