Tres días en Seúl

Día 1. El séptimo cielo

     El día había llegado. Ese gran día que tanto Akira como yo llevábamos toda la vida esperando. No podía evitar que mis pulsaciones se acelerasen al ver como el enorme avión en el que nos encontrábamos alzaba el vuelo y dejaba atrás el estable suelo. Allí dentro se respiraba un aire tranquilo y calmado, pero en mi interior rebosaban millones de sentimientos que sacudían mis adentros. Mientras, Akira fantaseaba con lo que sucedería una vez llegásemos a nuestro destino. Hizo como unas setenta frases que empezaban con: "¿Te imaginas que...?" de las cuales escuché, como mucho, las dos primeras o ni eso. Sin embargo, miles de ideas se agolpaban en mi cabeza como si de un combate se tratase. Estaba tan ansiosa por verles... tan ansiosa que se me entornaban los ojos soñando con ellos.

− ¡Kyung! ¡Kyung, despierta! ¡Mira eso, mira eso! –Noté una voz que me llamaba, con lo que dejé el hermoso sueño (en el que estaba a punto de casarme con Jimin) atrás, para encontrarme a Akira zarandeándome− ¡Ya hemos llegado! ¡Mira qué pedazo de aeropuerto! –Me atrevería a decir que ella parecía estar más emocionada que yo, pero realmente estaba aterrada a la par que nerviosa.

Todo estaba pasando muy rápido. Bajamos del avión y simplemente con entrar al enorme aeropuerto de Seúl nos quedamos boquiabiertas. Era enorme y se respiraba un ambiente de paz a pesar de los millones de personas que debía de haber allí dentro. Cogimos nuestras maletas y cuando salimos había una enorme limusina esperando en la misma puerta. A su lado, un chico de rasgos asiáticos, joven y pelo castaño sujetaba un enorme cartel que decía: "Akira y Kyung". El joven cogió nuestras maletas y las cargó en el maletero.

−Joder, Kyung. Me voy a mear de la ilusión –Fue, aunque no lo parezca, el único comentario que hizo Akira desde que bajamos del avión hasta llegar a la limusina.

La limusina nos dejó justo en la puerta de nuestro hotel. El edificio se encontraba en mitad de la ciudad y resaltaba por su fachada curva hasta arriba de cristaleras. La entrada no podía ser, si no, igual de asombrosa que la fachada misma. El mostrador era curvo y un apuesto señor se encontraba con una simpática sonrisa detrás de este. El techo, parecía un tanto bajo, pero eso le daba un toque de glamour al entorno amplio que se ofrecía. Me sentí una hormiguita en aquel instante. Durante unos segundos, otro señor reemplazó al que se encontraba en el mostrador y este nos guio hasta nuestra suite a través de unos pasillos enormes. Pude ver entre estos una piscina que me recordó a los escenarios del anime Free antes de subir al ascensor.

− ¿Te imaginas que ahora aparece un Haru sin camiseta de la piscina? –Akira volvió a su mundo de fantasías sexuales conforme íbamos llegando a la última planta.

Una vez llegamos, dejamos las cosas donde pillamos y exploramos hasta el último rincón del espacio. Un jacuzzi, multitud de ventanas, una cocina moderna y unas vistas perfectas. No podía creerme que todo aquello fuese real. Nada más entrar a la habitación, Akira se lanzó de plancha a la cama de agua y rodó por ella mientras hacía ruidos extraños y comentaba en voz alta todo lo que se le pasaba por la cabeza. Yo no tuve otra que saltar también y rodar cual peonza entre las sábanas.

−Esto no se irá a explotar, ¿no? –pregunté un tanto preocupada por meternos en un lío nada más llegar.

−No creo, ¿no? Los organizadores del concurso se llevarían la culpa y pagarían los daños que pudiésemos causar –El rostro de Akira se iluminó de una manera un tanto maligna.

− ¿No te da lástima? Encima que hemos venido hasta aquí de gorra y vamos a ver a Block B en primera fila, ¿vamos a pinchar una cama de agua? Cosa que, precisamente barata no es.

−En efecto, señoritas –Una voz masculina proveniente de la puerta resonó en los cristales− Cualquier desperfecto que causen será cubierto por los organizadores.