Capítulo 1: La cita

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Lucía un collar con un delfín plateado y unos pendientes de plumas, aquel día era el día en el que había decidido tragarme mi orgullo y perdonarla pese a lo que me había hecho hacía apenas dos días.

Era un día de verano caluroso, quizá más de lo normal cuando decidí coger el tren camino a lo desconocido. Estaba nervioso, ¿Que era lo que me estaba pasando? ¿Yo nervioso por una cita? Vale, me sincero, hace tres años estaría más rojo que la camiseta de Jack el destripador y temblando cual chihuahua en invierno con solo pensar en que tenía una cita con una chica tan guapa como ella, pero hacía tiempo que ya no era aquel chico, o eso quería creer.

Quizá era ella, sí, ella; la chica con la que toda persona ha soñado, a la que la gente le suele llamar el amor de tu vida, la chica con la que querría compartir mi miedo a las alturas y mi pasión por las películas de miedo, la chica que me sacaría una sonrisa cada mañana al despertarme y que me dormiría con otra por las noches. Pero intenté evitar esa clase de pensamiento y centrarme en el tema principal: La Cita.

Quedaban tres paradas antes de llegar donde habíamos quedado, el calor se hacía a cada segundo más insoportable y la masa de gente mas agobiante así que en un acto de desesperación en busca de un poco de aire, me levanté de mi asiento y al girarme hacía la ventanilla la vi. Durante unos segundos el tiempo se paró para mi, al igual que mi corazón que no sabía si latir más rápido o dejar de hacerlo. No estaba preparado para hablar con ella, aún me quedaban tres paradas para prepararme mentalmente para la cita, maldita sea mi suerte pensé. No entendía lo que me estaba pasando, me volvía a sentir aquel chaval de catorce años tan vergonzoso e inseguro; aquella chica estaba rompiendo todo lo que creía que era nuevo en mí, todos estos años de seguridad en mí mismo y de conseguir evitar los nervios.

Se sentó a mi derecha, justo delante había una mujer que al verme se reía, debía notar aquellos tan detectables temblores que salían de manera incontrolada de mí. Al llegar a nuestra parada acordada, bajamos del tren y caminamos durante unos diez minutos hasta llegar a un bar bastante peculiar, era como el típico bar de pueblo, insólito pero cómodo, con esa música relajante a la par que romántica que sonaba de fondo. Era un escenario de película, en el bar no había nadie más aparte de nosotros dos y el dueño que se iba constantemente a la galería. A cada palabra que salía de esos labios color carmín me sentía más vivo, sus gestos y sus miradas me hipnotizaban mientras hablaba, y me quedaba intrigado e interesado por cada historia y anécdota que me contaba.

Lucía un collar con un delfín plateado y unos pendientes de plumas, unos ojos grandes y azules como el agua del rio más puro y limpio del mundo, una media melena rubia y una sonrisa perfecta y deslumbrante.

Estuvimos horas uno enfrente del otro conversando y describiendo hasta el último segundo de nuestras vidas, sin silencios incómodos, sin momentos en los que no reír, sin falta de temas de conversación. Y aunque intentamos alargar el momento del adiós, acabó llegando. La tenía delante mío, joder que guapa era no me podía quitar esa idea de la cabeza, estaba yo dentro del tren y ella apunto de salir de él, el sonido del cierre de puertas sonaba cada vez más flojo y se volvió a parar el tiempo para mí. Fueron unos segundos indescriptibles, perdí los temblores, el miedo y las preocupaciones, todo me daba igual solo me importaba ella. Así que lo hice, force las puertas antes de que se cerraran totalmente y dejé que el tren se fuera. Corrí hacia ella como si escapara de un asesino y la besé sin más. Aquel fue el beso más intenso que había dado en mi vida, no sabía cual iba a ser su reacción pero me daba igual porque por la forma en la que me había estado mirando antes de irse sabía que ella necesitaba tanto como yo aquel beso. Después del beso me miró, me sonrió con la mejor sonrisa que había sacado en todo el día y me dijo: "Pronto".

Aquel día no dormí, no podía dejar de pensar en ella, en ese último beso y menos aún en aquella última sonrisa que hablaba por sí sola en mi mente. Pensé en sorprenderla para la próxima cita, una chica tan perfecta se merecía una cita perfecta, al menos lo más perfecta posible teniendo en cuenta mis ahorros.

Por lo que me había explicado, era amante del baile y tuve la suerte de que de vuelta a la estación nos pudimos cruzar con su academia de baile y me dijo que iba todos los días de cinco a siete de la tarde. Tardé una semana en preparárselo, una semana de excusas por teléfono para no quedar, una semana sin ella. Pero valía la pena; aquel miércoles de baile no sería un miércoles normal para ella, había hablado con su profesora y sus compañeras para que me prestaran veinte minutos de sus vidas y al contarles el motivo incluso se apuntaron a ayudarme.

Las cinco y diez de la tarde, ella como cada día salía de casa dispuesta a ir a bailar, a medio camino de la academia, un rastro de pétalos de rosas, cada vez más azules ya que era nuestro color preferido, la luz apagada de la academia le impedía ver lo que había en su interior pero en la puerta había un cartel con una caligrafía preciosa en el que ponía: "Pronto". Al entrar se encontró conmigo en el centro de la pista, trajeado y con un ramo de rosas azules en las manos. Sus lágrimas caían en la suave madera de la pista y su sonrisa iluminaba lo que las velas que rodeaban la pista no podían, corrió hacia mi y me abrazó intensamente y tras minutos de abrazo, nos besamos hasta caer al suelo.

"Eres tonto"- me dijo; supongo que es la manera que tienen las chicas de agradecer algo y decir te quiero a la vez. A mi también me encanta el baile y sabiendo eso, me puse un chándal que había dejado en uno de los bancos de la pista y nos pasamos toda la tarde bailando lo que ya sabía y lo que ella me iba enseñando; a eso de las ocho nos fuimos a duchar y al salir le dí un vestido azul celeste que me había prestado mi prima aprovechando la talla y la magnificencia del vestido y la llevé a cenar. Como ya he dicho anteriormente, mis ahorros no eran expresamente abundantes pero mis dotes en la cocina y mi don de gentes me ayudaron a conseguir una cena en un granero que había cerca de su casa, a unos quince minutos caminando.

Un granero vacío, solos ella y yo, unas velas y gracias al camarero del bar de nuestra primera cita, un disco con todas las canciones que habían sonado aquel día. Impresionante escena, aquello solo lo había visto en películas, ella estaba estupenda, deslumbrante como siempre y su sonrisa cada vez me parecía más perfecta. Al acabar de cenar, la acompañé a casa y nos despedimos, esta vez de una manera más segura ya que ambos sabíamos que a partir de aquel día nos veríamos a cada instante. Lo tenía claro, tenía enfrente al último engranaje de mi reloj, la última pieza de mi vida, la única persona con la que quería soñar y a la que más quería amar.

Me describo a mí mismo como un chico al que le gusta sonreír y hacer sonreír a la gente, pero aquel día al llegar a casa, hasta mis padres notaron que aquella sonrisa era más brillante de lo habitual y que me brillaban los ojos como diamantes, según ellos el amor se reflejaba en mí. Ya que la confianza con mis padres es bastante abundante, les conté toda la historia y les pareció algo muy bonito y que tenía que conservar pero que tuviera cuidado ya que apenas la conocía realmente. Aquella gratificante conversación con mis padre, me ayudó a conciliar el mejor sueño de mi vida aquella noche.

Como todos los días, me levanté de la cama, le dí de comer a mi perra Nuca y bajé abajo a desayunar. Fui a verla sobre las once de la mañana y dimos una vuelta por el pueblo, comimos y por la tarde fuimos a jugar una partida de bolos a la bolera de mi tío que nos preparó una de las pistas traseras solo para nosotros, por fin me sonreía la vida, por fin podía volver a sonreír después de todo lo que había pasado.

De vuelta a casa, cogidos de la mano y yo pasando mi brazo por su hombro empezamos a preguntar más profundamente sobre nosotros y nuestras historias. Pero preguntó sobre mi tabú, claro está que siempre hay algo en la historia de cada uno que no nos gusta, pues la parte de mi historia de la que no me gustaba hablar es la más abundante de todas, mi infancia.

Aunque yo soy muy humilde y no me gusta dar pena a nadie, siempre me gusta ir con la verdad por delante así que le conté hasta el más mínimo detalle.

Plumas y DelfinesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora