Nací en el hospital en el que pasé gran parte de mis recuerdos, me resistí un poco cuándo llegó el día de salir a ver el mundo, ya daba la lata el día en que nací así que me sacaron con unos artilugios a los que llamaban forces y salí un poco mal, pero con el tiempo me quedé bien.
A los cinco años, pese a que llevaba ya tiempo hablando y caminando, dejé de caminar de golpe y ningún hospital ni centro médico, ni siquiera los mejores hospitales de la ciudad sabían decirme que era lo que me estaba pasando así que me hicieron una biopsia en las piernas con la mala suerte de toparme con unos aprendices en medicina y no solo me lo graparon como el que grapa un informe, sino que además lo hicieron mal y llevaré el recuerdo de ese día grabado en mis piernas de por vida. Realmente no me puedo quejar ya que era tan pequeño que apenas recuerdo cuatro imágenes de el hospital y de mis padres y mis abuelos turnándose por las noches para quedarse a dormir junto a mí pero lo que sí que recuerdo bien es el despertarme y encontrarme rodeado de cables de todos los colores que entraban en mis brazos y piernas y la imagen de un chico sin pelo en la cabeza ni en las cejas de no más de ocho años a mi lado, sonriéndome.
Como todos los niños de cinco años yo era inocente e inconsciente de lo que le pasaba a aquel niño, pero me hice muy amigo suyo e incluso se podría decir que nos hicimos inseparables, jugábamos día y noche, nos reíamos juntos y nos contábamos historias de niños, aquello sí que lo recuerdo a la perfección, la sonrisa de aquel niño era comparable con pocas cosas. Ya que no sabían qué era lo que me pasaba en las piernas, estuve casi un mes en el hospital, el suficiente tiempo como para hacerme inseparable de Tomás, el niño sin pelo. Algo que no entendía debido a mi inocencia era el porqué aquel niño con apariencia tan feliz estaba en el hospital y más aún el porqué se ausentaba tantas tardes de la habitación; pero no quería preguntar porque el único momento en el que se le quitaba aquella sonrisa, era justo cuando salía de la habitación con las enfermeras y yo sabía que iba a algo que no le gustaba aunque no sabía que era.
A dos días de irme del hospital después de haber dejado lo mío de las piernas como un virus desconocido, no peligroso ni dañino, decidí hacerle un regalo a Tomás pero me dijeron que mi amigo, mi compañero de habitación y de risas se había ido con su madre pero yo no había visto nunca a su madre y Tomás nunca me había hablado de ella. Me enfadé ya que ni siquiera se había despedido de mí.
No tarde mucho en crecer y poco a poco en conocer lo que me rodeaba y llegó el día en el que en la escuela, en la clase de biología me hablaron sobre el cáncer. Al llegar a casa rompí a llorar, acababa de comprender donde estaban Tomás y su madre reunidos y porqué mi gran amigo no se pudo ni siquiera despedir de mí, su compañero de habitación y de risas. Aquel día decidí que yo sería el que salvaría a los niños como Tomás, me haría biólogo y encontraría la cura de aquello que mató a mi amigo.
A los catorce años tuve un accidente en el autobús escolar que colisionó de frente con un camión y sufrí un golpe en la cabeza que me dejó en coma durante doce largos meses. Al despertar pregunté por mis padres, quería contarles lo de mi accidente, para mí ni siquiera habían pasado diez minutos.
Sólo entró por la puerta mi padre, llorando y al abrazarlo me contó que había estado un año entero en coma y entonces hizo algo que no olvidaré en mi vida. Se apartó de mí y la cara se le tornó blanca como la más pura nieve y volvió a ponerse a llorar, era la segunda vez que le había visto llorar en toda mi vida contando con la entrada a la habitación. Según me contó, mi madre estuvo 6 meses junto a mi cama en el hospital, apenas comía, apenas dormía y lo que bebía lo soltaba en forma de lágrimas. Al séptimo mes sufrió un infarto del que no consiguió salir, allí, en la silla desde dónde mi padre se estaba recostando para contarme la muerte de mi madre junto a mí. Mi madre era la mujer más fuerte que había conocido, conozco y conoceré hasta el fin de mis días, no me podía ni imaginar el hecho de que ya no le daría un beso al despertar y otro al irnos a dormir, que ya nunca más la volvería a ver y que su sonrisa no será ya nada más que un recuerdo.
Me encerré en mi casa con mi padre durante el siguiente año hasta que un día cuando por fin decidí salir a comprar yo el pan, me encontré con ella, la chica de mis sueños, Sara.
Mi mirada apuntaba al suelo al entrar en la panadería pero al ver aquellas piernas, alcé mi mirada hacia su precioso rostro y la vi, vi la misma sonrisa de mi madre, la misma aura de felicidad alrededor suyo. Tenía que hablar con ella pero llevaba dos años sin hablar con una chica de mi edad y menos aún tan guapa como ella. Así que en un acto de locura y vergüenza, apunté mi número de teléfono en un papel y se lo dí antes de salir e intentando pronunciar las palabras: "háblame lo más pronto que puedas", mezclado con mi tartamudez debida a los nervios, solo conseguí pronunciar bien la palabra "pronto".
Me llamó nada más llegar a casa y estuvimos hora y media hablando por teléfono hasta que decidí quedar con ella, pero se iba hoy con su familia a pasar cinco días a su casa de pueblo, a unos veinticinco minutos de casa, pero podíamos quedar por la tarde antes de que ella se fuera.
Me dejó plantado. Estuve tres horas esperando en la puerta de la panadería donde habíamos quedado y donde la había visto por primera vez. Al llegar a casa esperé respuesta hasta dormirme y al día siguiente por fin me llamó, pero solo me dijo que se le había olvidado la cita con toda la tarea de hacer la maleta sumado con una bronca que tuvo con su madre. Yo estaba muy cabreado así que colgué y no le cogí el teléfono durante el resto de aquel día y del siguiente hasta que una voz en mis sueños, reconociblemente la dulce voz de mi madre me dijo que me equivocaba y aunque mucha gente no creerá en esas cosas, yo sé que aquello fue un verdadero consejo de mi madre desde donde quiera que estuviera.
La llamé y decidí quedar con ella allí en su pueblo, "y así la historia de mi infancia hasta el día de hoy"- le dije a Sara, el amor de mi vida, el último engranaje de mi reloj.
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Plumas y Delfines
RomanceUna historia que narra aquel romance con el que gran parte de nosotros hemos soñado, con el que todo lector o lectora de libros y películas románticas se ha querido sentir identificado, el amor entre dos adolescentes, entre un chico y el amor de su...