Aquella criada siempre recordaría el reencuentro que había tenido lugar en aquella mansión. Sentada en la vieja silla de su pequeña habitación, recordaba los momentos increíbles de su vida. Recordó.
Y volvió a recordar.
Minúsculos retazos de un recuerdo.
Cuando fue a abrir la puerta y encontró a Will y Cecy en la puerta de Ravenscar Manor.
El efecto en las caras de Linette y Edmund.
Cerró los ojos, reviviendo aquel recuerdo tan vívido, como un faro de luz perdido en la inmensidad del mar que era su menguante memoria.
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Entró acalorada en la sala donde estaba el matrimonio Herondale, mientras pensaba que lo que acababa de pasar era un sueño, que en cualquier momento se despertaria y se daría cuenta de que los hijos de sus señores no habían vuelto a la casa, y que seguía en su cuarto, con las habituales sombras de su habitación, recortándose contra su ventana.
Al entrar en la habitación observó como los Herondale estaban cómodamente sentados en la salida de estar, en sus lugares habituales, su señor estaba leyendo un libro en su butaca preferida. Una taza del té que ella misma había traído minutos antes reposaba en el brazo de la butaca. Por aquel gran ventanal de la sala, se filtraba el sol y iluminaba el cabello y los ojos de Edmund, convertiendo al primero, de natural rubio con hebras canosas a causa de la que empezaba a ser una avanzada edad, en dorado, y sus ojos, normalmente azul claro, destellaban con el brillo producido por aquel astro. Su señora, sin embargo, estaba reclinada en un diván mientras saboreaba otra taza de té. En el ambiente flotaba una tristeza palpable. La sirvienta del matrimonio sabía que se debía a la ausencia del hijo y la hija de la señora y el señor Herondale.
- Señores- dijo con voz entrecortada por su alocada carrera y por el acontecimiento que acababa de suceder en la imponente puerta de Ravenscar Manor.- hay algunas personas que desean verlos.
Su señora Linette la miró con esa mirada penetrante que tenía ella, violeta oscura, mientras que Edmund entrecerró los ojos y ladeó la cabeza, animándola a continuar:
-¿ De quién se trata, señorita? ¿Son conocidos, o se tratan de unos perfectos extraños?
-Señor- La pobre sirvienta estaba nerviosa, no sabía como comunicarles quienes eran los visitantes - Son personas muy allegadas a ustedes dos.
-Por favor, señorita- En este momento, la señora Herondale fue la que dirigió la pregunta a su fiel y pulcra sirvienta.- dígame quienes son los recién llegados.
Llegados a este punto, la sirvienta de los Herondale no sabía como decirle a sus señores que esa hija suya de quince años había vuelto a su casa tras su repentina fuga, y que aquél niño flacucho de doce años que hacía cinco años había abandonado la casa, había retornado al hogar familiar convertido en un apuesto joven de diecisiete años. Así que, optó por la manera más fácil, que muchas veces suele ser la más adiente a la situación requerida. Con la voz más relajada que logró encontrar y con la mayor tranquilidad posible en aquel descabellado momento, dijo de un tirón;
-Señores Herondale, el señorito Will y la señorita Cecily están en la puerta de Ravenscar Manor.
El efecto fue inmediato. Linette y Edmund Herondale se levantaron al segundo y corrieron como nunca antes a la puerta de aquella casa suya de Gales. Cuando llegaron a la puerta de la mansión y la abrieron, se produjo una tremenda reacción por parte de Linette, Edmund, William y Cecily Herondale.
Si en aquella época se hubiera podido hacer fotos con una cámara de fotos, se habría inmortalizado para la posterioridad la cara de Linette Herondale en cuanto observó que sus pequeños habían vuelto a su hogar en Gales. Sus ojos violeta profundo, en aquellos últimos meses portadores de tristeza sin límites, se expandieron al máximo, llenos de euforia.Cientos de emociones se vieron impresas en aquellos ojos, las más reconocibles eran sorpresa, alivio, incredulidad, alegría y sobre todo, felicidad, una inmensa felicidad, una de esas felicidades que solo se tienen una vez en la vida. Su boca también se abrió hasta prácticamente desencajársele sus mandíbulas. Sus manos se alzaron como si de un espasmo se tratara. A su lado, su marido Edmund no podía hacer otra cosa que quedarse atónito, mientras pensaba que eso era un simple milagro.
Sentía que sus ojos le estaban jugando una mala pasada. Él era un hombre curtido por la vida y no creía que los deseos se hicieran realmente realizar. No podía creer que el mayor sueño de su alma se hubiera podido cumplir. Porque ese era el mayor sueño de su vida. Anonadado, extendió los brazos a su hija, su Cecy. La menor de los Herondale se lanzó a una carrera desenfrenada de pocos metros, cuya meta eran los brazos de su querido padre. Mientras el padre abrazaba a su cariad, Linette corrió a abrazar a su hijo, su pequeño, que tan cambiado estaba desde que lo vio por última vez. Revivió todos aquellos años de angustia y desesperación por no saber nada sobre su Gwilym.
-Sabía que volverías-le confesaba- Lo sabía.
Y entonces empezó a hablar a su hijo como nunca lo había hecho. Su galés nunca había sido tan veloz. Las palabras intentaban hacerse paso entre otras palabras de aquel torrente de desbocado amor maternal mientras dos desconocidos, uno de ojos verdes y la otra de ojos gris lluvia miraban enternecidos la escena. Pero nadie sabía que, tras la puerta entonada, unos ojos pequeños y agudos para encontrar motas de polvo, miraban la escena, felices de que sus señores hubieran recuperado a sus hijos.
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La vieja criada sonrió mientras se sumergía en aquel viejo recuerdo, sin darse cuenta de que su mente se iba quedando aletargada. Cuando quiso darse cuenta, su conciencia la abandonó, como si alguien hubiera apagado la débil llama que había sido su vida.
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La mansión que vio una muerte, dos viajes y un reencuentro
Short StoryEs un One-Shot sobre los señores Herondale en Princesa Mecánica, cuando la sirevienta les comunica que Will y Cecily han vuelto a casa.