Parte 1: El nacer de una leyenda

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Japón. 1636.  -Hoy es un gran día. Va a nacer el niño más bonito del mundo- apunta mamá en su diario. -Estoy embarazada ya de 9 meses y el médico que ha venido a casa me ha dicho que las contracciones ya han terminado y que debería empezar a salir en cualquier momento- sigue apuntando con letra muy rápida para distraerse del dolor que está sintiendo. -Cariño, ya empieza-¡AAAAAAAAAAAAAAH!-¡Qué dolor!, espero que no se muera.-Señora, en lo último en lo que puede pensar es en eso, puede ser malo para el bebé.-¡Ale, cariño, que ya veo la cabeza!-¿De verdad?- Su sonrisa era tan grande y sus dientes tan blancos que podrían reemplazar al Sol.-Cariño-¿Sí?-¡Ya veo los pies- ¡Sí señora, ya sale!- Y, al final, ese bebé, tan bonito, vio la luz.-Doctor, ¿El bebé esta bien?- Parece mentira el amor tan grande de una madre hacia su hijo, que, a pesar de todo el dolor que tienen, lo primero que preguntan es si su  niño está bien.-Mi madre murió en el parto, y mi padre murió cuando yo tenía 10 años, por lo que me metieron en un internado donde las profesoras eran demonios, las camas eran una birria,-Ale, mi hijo, se rio- y la comida era un asco. Y ahora esto. no me lo puedo creer. Vaya vida que llevo.-¿Y cómo es que eres samurái?- Mi padre me enseñó antes de morir.-Ah- Dijo Ale con un tono de resignación. Y justo por el empedrado vino a caballo un funcionario del emperador, con su clásico trompetista, a los que todos tenían miedo. Todos, menos yo.-Que quieres, trompetista-Todos murmuraban. Entre esos murmurios se podían distinguir palabras como: Está loco, o cómo se enfrenta...-No me subestimes, inepto samurái. Puedo ser sólo un mensajero, pero tengo una escopeta y no tengo miedo a usarla.-¡Empecemos una revolución!- Dijo alguien, indistinguible. Pero, como si de un lince se tratara, apuntó, y mató.- Estoy harto, dije. Y con un salto, le clavé la espada en la cabeza al mensajero, que murió agonizando. Descansa en el infierno.-¡Ooooohhhhh!, se oyó entre todos los habitantes del pueblo, mientras el trompetista del mensajero sin escrúpulos se intentaba ir, le cogí del cuello y dije: como le digas una palabra de esto al emperador, serás el segundo en catar esta espada.-  Me fui al río a lavar mi espada con la cara del pálido trompetista, traumatizado por ver un asesinato, mirándome. Al cabo de un rato se fue.

Érase un Adiós.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora