Capítulo I: El Ladrón de Comida

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El orfanato Saint Aidan era el edifico más grande de todos los que se encontraban en aquella zona. Antiguamente, habían sido tres edificios diferentes pero ahora se habían unido tras las cuantiosas reformas conformando una única construcción. El ala este había sido unificada al cuerpo principal antes que la oeste, pese a que esta había sido construida antes que su contraparte. El edificio original, el del centro, era mucho más antiguo que los otros dos, y el ladrillo rojo lo denotaba claramente ya que estaba mucho más gastado que el de las alas laterales. El tejado era de color gris y muchas veces se camuflaba con el cielo nublado y lluvioso de Dublín, eso hacía que pareciese mucho más grande de lo que realmente era, e incluso los huérfanos se sintiesen atrapados en el edificio cuando estaban fuera.

Poseía una finca mucho más grande de lo que necesitaban, sin embargo, la escasez de recursos les había llevado a plantar un enorme huerto en la parte trasera de la finca, donde también tenían un pequeño corral con vacas de las que sacaban leche y carne a partes iguales. El orfanato había pasado una mala época económicamente y habían optado por mantenerse mediante un sistema más o menos autosostenible, al menos unos cuantos años. Sin embargo, durante la década de los ochenta, el orfanato decidió cambiar radicalmente. Abrieron sus puertas a los niños y no solo las niñas y, lo que es más, también convirtieron el orfanato en un colegio.

Estos cambios llegaron de la mano del director del colegio, el Padre Roberts, un hombre que se caracterizaba por su mal humor y su mirada fría, que rara vez dejaba que los niños riesen en clase y que, normalmente, solo se dirigía a ellos cuando tenía que darles clase de matemáticas, su asignatura preferida. Sin embargo, la verdadera maldad de este hombre no era su carácter, si no su gusto por el dinero. Él fue quien creó los diferentes grupos de alumnos y quien los separó a unos de otros.

Los grupos de alumnos eran tres: los internos, los externos y los huérfanos. Cada grupo buscaba el cariño de los profesores, de forma que pudiesen granjearse ciertos privilegios, sin embargo, el Padre Roberts solo tenía cariño a los externos. Este grupo era el que más dinero llevaba al colegio, pues no tenían ni que alimentarlos ni vestirlos, ni tampoco tenían que darles cobijo y, sin embargo, pagaban cada mes. Después, estaban los internos, que eran su segundo grupo preferido, ya que tenían una cuota mensual más alta que los externos.

Por último, estaban los huérfanos, que eran acogidos por caridad, y muchas veces tan solo cobraban una pequeña subvención gubernamental por ellos. Al ser un orfanato católico, el dinero que recibiesen debía provenir de la Iglesia, por lo que constantemente el gobierno de Irlanda se negaba a darles el más mínimo euro. Esto había causado que la situación económica del orfanato fuese, cuanto menos, precaria durante bastante tiempo, y por eso era que se habían tomado las medidas de apertura del orfanato.

De lo que el Padre Roberts no era consciente, o eso esperaban los huérfanos, era de que esa actitud estaba llevando al grupo más desgraciado a la marginación. Los huérfanos rara vez tenían derecho a repetir un plato de comida o, incluso, recibían peores calificaciones de parte de los profesores al final de cada evaluación escolar. Además, nunca podían ir al baño durante las clases e incluso se ganaban castigos injustificados cuando los que estaban haciendo cosas mal eran los externos. Muchas veces los huérfanos no tenían más remedio que ceder ante las injustas exigencias de los alumnos de los otros grupos, solo porque los profesores así lo exigían. Y para colmo, los huérfanos no podían irse de Saint Aidan, mientras que los demás sí.

En cierta ocasión, un huérfano llamado Matthew trató de huir del orfanato, cansado de los abusos de los demás grupos. Lo hizo durante la noche, mientras todos dormían y tan solo quedaban unos pocos profesores levantados de forma que tenía la posibilidad de pasar inadvertido. Una de las normas más importantes de Saint Aidan era el toque de queda. Si los profesores le pillaban, lo más seguro es que le castigasen sin volver a salir en las horas libres durante un mes, como mínimo, y le pusiesen muchos más deberes que a los demás.

Liam Hunter y el Espíritu LiberadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora