Capítulo II: El Castigo Incompleto

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La luz azulada iluminaba el rostro de tez morena de Liam. Sus ojos, negros como el carbón, habían extendido la pupila hasta casi llenar por completo sus iris, aunque solo un observador muy atento se daría cuenta de dónde empezaba el uno y terminaba el otro. Estaba perplejo. ¿Un suricato? ¿Un suricato que ni si quiera era un suricato? ¿Qué narices es un suricato? Liam jamás había oído hablar de los suricatos, y mucho menos de suricatos hechos de luz azul capaces de iluminar una sala completamente. Ese era el animal más raro que había visto nunca, aunque tampoco es que él hubiese visto animales muy raros... Una vez había visto un perro al otro lado de la verja del orfanato, pero estaban tan lejos del resto de la civilización que en realidad apenas pasaba gente por allí.

Nunca había ido al zoo, ni tampoco le habían llevado al circo, pero eso eran cosas que, por raro que pueda parecer, no le apenaban lo más mínimo. En realidad, le pasaba todo lo contrario. El solo hecho de pensar en animales encerrados en jaulas o en pequeños recintos le sonaba de lo más antinatural y cruel. Él pensaba que todos los animales debían estar en su medio natural o en la naturaleza, por lo menos. También entendía que las personas necesitaban comer carne para crecer fuertes, por lo que tener animales en un medio agrícola no lo veía mal, siempre y cuando el medio agrícola fuese tan respetuoso y abierto como pudiese.

Por supuesto, los animales más raros que había visto eran los del pequeño corral que tenía Saint Aidan en la parte trasera: unos cerdos, unas cuantas vacas, gallinas y ocas. Pero el acceso al corral estaba restringido y solo podían acercarse una o dos veces al año, así que normalmente solo veían las vacas y los cerdos de lejos o cuando algún profesor les dejaba por algún motivo especial. Por ejemplo, la última vez que Liam se había acercado a las vacas había sido por una lección de la asignatura de Conocimiento del Medio en la que tenían que aprender la anatomía básica de un mamífero de cuatro patas. La profesora había decidido que era mejor que la viesen en directo a ver una foto en un libro, y por eso los había llevado al corral.

Así que, en realidad, no tenía ni idea de lo que era un suricato. No obstante, Liam se imaginaba que un suricato estaba muy lejos de ser azul y emitir luz, y estaba completamente seguro de que ningún suricato podía hablar y mucho menos expresarse con frases tan complejas como la que acababa de decir. ¿Qué quería decir con que era un suricato pero no era un suricato mientras que Liam era un humano y una persona a la vez? ¿Había diferencias entre persona y humano? Él, sinceramente, no estaba entendiendo nada.

«No puedo creer que sea más estúpido que un roedor azul» se sorprendió pensando. No entender aquello era algo que le molestaba sobremanera, como si tuviese que saber lo que significaba y no saberlo fuese una marca de estupidez absoluta.

— Pues...— ¿cómo decirle a un roedor hecho de luz que eso que te estaba diciendo no tenía ningún sentido? ¿Acaso tenía sentido que hubiese un roedor azul en mitad de las cocinas de un orfanato en Irlanda? Probablemente no—. La verdad es que no entiendo nada.

El suricato puso una expresión de sorpresa que parecía casi humana y relajó por primera vez su cuerpo, dejando que sus músculos luminosos se apaciguaran. Abandonó la posición de alerta y consiguió tomar una pose casi pensativa mientras buscaba las palabras para explicarle a Liam lo que estaba pasando.

— ¿Pero no te lo han explicado ya?— la vocecilla del suricato era dulce y aflautada, pero hablaba con cierto tono de desdén. Además, hablaba muy rápido y a veces costaba entenderla. Si a su forma apresurada de hablar añadimos que no se estaba quieto en ningún momento, siempre movía la cabeza, las patas delanteras o la cola, acababa pareciendo un ser tremendamente nervioso, pese a ser intangible o, por lo menos, dar ese aspecto—. Increíble. ¿Qué diría Wakan Tanka?

Liam Hunter y el Espíritu LiberadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora