He estado cazando desde que mi madre murió; es la única forma de acallar mi sed. La forma en que mis dientes se hunden en los pequeños cuerpos de los animales hace que casi olvide que alguna vez la he sentido.
Algunas de mis víctimas me persiguen en mis sueños rodeadas por una oscura neblina de fuego y humo, mientras que otras solo me persiguen a través del oscuro bosque que siempre aparece en ellos.
Conejos, ardillas, palomas... y otros animales pequeños que corretean por los bosques durante la noche. Una vez que siento el pulso de sus diminutos corazones e imagino el sabor de su sangre se puede decir que ha empezado el fin de sus cortas vidas.
Son bastante fáciles de capturar. Sólo necesito cerrar los ojos y sumergirme en el ambiente. Necesito formar parte del viento y ser tan libre e invisible como la corriente de aire que mueve las ramas de los árboles, sentir la firmeza de la tierra bajo mis pies e imaginar la sensación de mis dientes clavados en su piel. El resto consiste en llegar a ser lo suficientemente sigilosa como para camuflarme en el ambiente que me rodea y por fin poder introducir mis dientes en su piel. Todo termina con su corazón deteniéndose y el mío volviendo a adquirir su ritmo habitual.
Los animales no mueren en vano. Con ello evito que nadie más pueda sufrir el dolor necesario para calmar mi sed. Ellos son su salvación, su diminuta y extraña salvación.El colegio había terminado por hoy unas horas antes de lo habitual. Había pasado las últimas horas en el bosque, esperando el momento en el que el sol se esconderiera entre las nubes y me permitiera cazar sin llamar la atención de nadie. La sed aumentaba cada minuto que pasaba sentada en aquella roca junto al río. Podía escuchar el ritmo de los corazones de mis presas que todavía disfrutaban de sus vidas.
El dulce aroma de la brisa de otoño se respiraba en el aire. La roca donde estaba sentada estaba rodeada por montones de árboles en los cuáles se escondían algunos animales como ardillas que me observaban desde sus escondites como si de verdad estuviesen temiendo por sus vidas mientras descansaban en las fuertes ramas de los árboles.
El sol empezaba a ponerse cuando mis ojos se centraron en un conejo que parecía no compartir la preocupación de las ardillas.
Me dejé llevar por mi instinto y caminé por detrás de los árboles sin levantar mis ojos del pequeño animal que se lamía las patas delanteras con ansia. Me fui acercando hasta que estuve junto a él, cerré los ojos y acerqué mis labios a su pelaje. Mordí su piel con cuidado de no manchar la hierba de sangre. Escuché el pulso del conejo ralentizarse hasta que cesó por completo. Con cuidado de no derramar sangre tomé el cadáver y lo enteré cerca del árbol donde las ardillas seguían observándome. Tal vez mañana ellas se convirtieran en mis víctimas.
Lo que estaba haciendo no se trataba de una típica escena de caza, estaba intentando ocultar las pruebas de que alguna vez esto había ocurrido porque era la única forma que tenía de olvidar por algunos instantes que nada había sucedido. No ver la principal prueba de mi delito podía ayudarme a fingir que jamás había sido cometido. Llevaba años haciéndolo. La caza era la única forma que tenía de acallar la sed de sangre y las voces que la seguían.
Apoyada de nuevo en la roca junto al río continúe mirando el lugar donde había enterrado a mi última víctima.
Una vez que la tierra se unificara, nadie volvería a saber nada del conejo, su cuerpo estaría atrapado para siempre en aquel agujero, así que lo único que tenía que hacer ahora era desaparecer de aquel lugar lo más pronto posible.
Miré mi reloj de pulsera, solo quedaban dos horas antes de que tuviera que quedar con mi padre para que me recogiera. Había sido una tradición desde que mi padre se volvió a casar que pasara una tarde junto a mis hermanastras, esa era la tarde que yo aprovechaba para escaparme y ellas no parecían notar mi ausencia. Poco antes de que llegara la hora caminaba hasta el centro comercial en el que ellas se dedicaban a gastar todo el dinero de sus tarjetas. Una vez allí, visitaba mi librería favorita. Una pequeña tienda que daba al exterior con decoración que recordaba a algún paisaje de cuento de hadas. Allí solía comprar un libro y me lo llevaba para leerlo en uno de los bancos cercanos a la parada de autobús en la que quedábamos con mi padre para que nos recogiera.
Las compras y escuchar conversaciones estúpidas sobre cualquier tontería no eran mi idea de una tarde divertida, pero mi padre insistía en que era bueno para nosotras y para fortalecer los vínculos familiares. Tal vez pensaba que pasando unas horas con ellas en el lugar que la mayor parte de las chicas de mi edad frecuentaban me convertiría en una de ellas.
Aunque estaba totalmente equivocado.
Al menos no todo en aquel plan era malo. Sólo era mi billete de ida al bosque donde podía cazar y acallar las voces de mi interior.
Sólo así conseguía ser como verdaderamente era. Aunque tuviera que ocultarlo el resto del día.
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Shades of Us
FantasyPrimero era un suspiro que se convertía en lágrimas, más tarde estaba cayendo en el vacío, después... simplemente no había un después.