Capítulo 4

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Como a Dylan le daba miedo volar le tuve que ceder mi sitio porque él decía que se entretenía mirando por la ventana. Ilógico, si, lo sé y acabé sentada entre él y otro chico.

Cuando la voz del piloto anunció que quedaban menos de cinco minutos para despegar mi hermano se tensó en el asiento por lo que acabamos llamando a la azafata para que le diera una pastilla, que resultó ser muy fuerte y le dejó dormido al poco antes de despegar.

La azafata apareció al final del pasillo anunciando a los pasajeros que se abrocharan el cinturón hasta que estuviéramos estables volando. Al no tener nada que hacer me fijé en el chico que tenía al lado.

Tendría unos veinte años. Era de estatura media, robusto pero sin pasarse, pelo negro revuelto y no estaba demasiado moreno. Su color de ojos no lo pude ver puesto que los tenía cerrados y la cabeza recostada en el asiento. Llevaba ropa informal: camiseta azul y vaqueros.

-Oye chica, ¿estás soltera?

Me sorprendí al creer que el chico me había pillado observándole. Pero esa voz no era suya, venía del chico del asiento de atrás suya.

Giré la cabeza y lo miré confusa.

-¿Perdona?

-No es que como miras tanto a mi hermano a lo mejor te interesa. Está soltero. –añadió como para aclarar mientras subía y bajaba las cejas insuándome que estaba totalmente disponible para mi.

-Cállate. –le dijo con voz cansada el chico de mi izquierda aún sin molestarse en abrir los ojos.

-Y además, ni estoy interesada ni le estaba mirando.

-Venga ya, a mi no me engañas. Si le estabas comiendo con la mirada.

Cansada de él y su actitud me di la vuelta dispuesta a pasar de él.

-Deja de hablar y deja a la chica ya en paz. –le respondió su hermano y esta vez si que se dio la vuelta y empezaron a discutir.

Para mi buena suerte, sus gritos despertaron a un bebé que empezó a llorar y molestaron a la niña pequeña que había detrás de mi asiento y que aparentemente quería hacérmelo pagar pasándose todo el viaje dándole patadas a mi asiento.

Al cabo de quince minutos por fin nos pudimos levantar y prácticamente corrí al baño para escapar de aquel escándalo. Pero, como no, con mi enorme suerte de que una pareja entró antes que yo, por lo que imaginaros que estaban haciendo y que no saldrían en un buen rato.

Me fui alejando hacia mi asiento con una mueca de asco mientras los gemidos de la chica iban desapareciendo hasta que ya no los oí.

Cuando alcancé mi asiento llegó la azafata preguntando si queríamos algo para tomar. Yo le rechacé la oferta amablemente con una sonrisa, pero ella siguió insistiendo hasta que finalmente tuve que pedirle una de esas típicas bolsas de cacahuetes que dan gratis y una botella de agua.

Y así prácticamente duró el viaje de treinta y dos horas hasta Australia.

(...)

Cuando el exasperante e infinito viaje acabó tuve que despertar a Dylan que se pasó el viaje comiendo y durmiendo, si lo llego a saber yo también me habría tomado esas pastillas.

Eran las cinco y media de la mañana de un día de invierno allí en Australia.

Nuestras maletas eran de las últimas por lo que mientras llegamos a la puerta del aeropuerto dónde se supone que tendría que haber alguien esperando para recogernos ya eran las seis, pero claro, eran los Desmond, así que lo último que se me ocurría sería que se acordaran de venir a recogernos y menos siendo puntuales.

Aproximadamente una hora más tarde aún seguíamos esperando y claro, no podíamos llamar a nadie porque estábamos en otro continente donde nuestras líneas de teléfono eran inservibles y donde no teníamos dinero suelto para llamar a nadie y si pedíamos un taxi no sabríamos a dónde decirle que nos lleve puesto que no habíamos estado en la casa de mi tía Gwendolyn desde hace unos nueve años.

En ese momento a mi hermano se le ocurrió lo único que podíamos hacer.

-Oye Mara, solo podemos esperar así que yo no se tú pero yo estoy muy cansado y me voy a dormir. –exasperada por no ver otra solución lo seguí dentro donde solo quedaban algunos pasajeros rezagados y el señor de la limpieza.

Nos tumbamos en los asientos de la sala de espera y nos quedamos allí durmiendo, esperando que al menos por la mañana se acordaran de nosotros y vinieran a recogernos.

(...)

Me desperté cuando algo duro y puntiagudo empezó a darme golpes en la cara.

Abrí lentamente los ojos intentando adaptarme a la claridad que entraba por las cristaleras del aeropuerto.

Me incorporé y me di cuenta de que lo que me había despertado era en realidad una chica rubia con el pelo largo y planchado, y, como no, tenía que ser teñida. Se le veían perfectamente las raíces marrones. Llevaba una falda por la mitad del muslo con cuadros escoceses y una camiseta con el logo de un colegio, obviamente era un uniforme. Me senté y observé que me miraba con superioridad con unas gafas en la mano, seguramente con lo que me despertó.

-Perdona, ¿quién eres?

-Soy yo, Ashley.

No lo entendí y la miré confundida por lo que ella rodó los ojos y siguió hablando.

-Mara, soy tu prima. Ashley Desmond.

Como no, tanta superioridad en su mirada me lo tenía que haber dejado claro.

-Eh, claro –miré a mi alrededor y en seguida me di cuenta de algo.-. ¿Y Dylan?

-Fuera. Ya ha llevado las maletas, nos está esperando.

La seguí bostezando escuchando como me sonaba el estómago. Al llegar a la salida caminamos hasta su coche y abrió el maletero para guardar las maletas. Una vez los mi hermano y yo estábamos en la parte de atrás ella aceleró siguió hablando con su típico tono de superioridad e indiferencia.

-Tengo que ir al instituto y no quiero llegar tarde así que os tengo que dejar a un par de manzanas de allí. Os dejaré en la puerta de la urbanización y solo tenéis que seguir hasta que encontréis que casa es, es el número 23 –como no, aquí aún había clases puesto que era otro hemisferio, y, como no, los Desmond tenían que ir a un colegio privado.

Las puertas de la urbanización eran de metal negro con el nombre en letras doradas y a la urbanización la rodeaba un muro en el que se veía el ladrillo lleno de enredaderas.

Una vez dentro pude apreciar que todas las casas parecían mansiones de dos plantas, con un jardín implecable y una fuente a un lateral del camino de inmaculada piedra que llevaba a la entrada. Había dos direcciones que seguían y cada dos casas había una carretera que unía las dos direcciones.

La casa de los Desmond resultó estar al final del primer camino a unos cinco minutos andando. Y como no, tenía que ser la última, por lo que medía el doble que las demás.

Nos acercamos por el camino de piedra dejando las maletas a los lados y Dylan se acercó a tocar al timbre.

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⏰ Última actualización: Sep 06, 2015 ⏰

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