Y así fue noche tras noche. Me despertaba siempre con un puño golpeando suavemente la puerta de mi habitación. Y allí estaba él siempre. Solíamos tener una corta charla, y entonces yo me volvía al cama. Las pesadillas desaparecieron poco a poco, y un día se fueron para no volver. Sin embargo, el fantasma de Gilbert se fue con ellas. No podía evitar sentir una gran pena, pues había comenzado a cogerle cariño.
Y llegó el día. Un día frío de invierno. El día en el que volvería a ver a Gilbert. Todos los soldados regresarían a casa. Estaba muy emocionado por reencontrarme con él. Feliciano vino a mi casa para acompañarme hasta la estación de tren. El tren llegaría por la noche, así que cogimos unos faros para llegar.
Al llegar a la estación de tren, tuvimos que llegar como pudimos hasta las vías de éste. La estación estaba a rebosar de gente. Yo esperaba con los nervios a flor de piel.
Y al final llegó el tren.
Comenzaron a bajar soldados. Mujeres, niños, ancianos... Todos corrian a reencontrarse con sus seres queridos. Veía las lágrimas de felicidad recorrer los rostros de la gente mientras se abrazaban, pero también veia lqs lágrimas tristes caer por rostros de gente que se enteraba que sus familiares y amigos habian muerto.
Mientras me fijaba en la gente, Feliciano, quien estaba a mi lado, comenzó a correr hacia las vias. Entonces vi que corria hacia Ludwig. Se abrazaron y se besaron, dejando ver el amor que sentían el uno por el otro.
Me alegré de que Ludwig estuviera bien, sin embargo, estaba muy preocupado, porque no veía a Gilbert por ninguna parte. Un poco alarmado, me acerqué a Feliciano y Ludwig y les pregunte.
"¿D-donde está Gilbert?" Pregunté con voz temblorosa y esperándome lo peor.
"Gilbert..." Dijo Ludwig "Está vivo."
El escuchar esas palabras me hizo suspirar aliviado.
"P-pero ¿Donde está? "
"ESTOY AQUÍ! " Gritó Gilbert detras mío. Me di la vuelta y lo abracé, lleno de alegría. Ese era el día más Feliz de mi vida. Le abracé y le besé con todo el amor del mundo.
Volví a abrazarle, y mientras lo hacía, miré hacia arriba, al cielo, dando las gracias porque Gilbert estuviera vivo.
Y por primera vez en mucho tiempo, pude ver las estrellas. Quise extender la mano y coger una, pero antes si quiera de mover un poco el brazo, pude distinguir al Fantasma de Gilbert entre la oscura noche. Le sonreí, y el me sonrió de vuelta.