Capítulo único

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"Ni Johnny Sins te supera", era lo que oía al final de cada jornada. 

Cómo odiaba las cámaras. Las había odiado desde que entró al negocio, y las seguiría odiando hasta el final. Era una soberana estupidez, y lo tenía muy claro, porque pasaba tres cuartas partes de su vida frente a una cámara, pero era lo que sentía y no podía cambiarlo. No recordaba tampoco en qué momento se dio cuenta de ello, pero ahora las náuseas aparecían cada vez que uno de los directores gritaba "¡Acción!", y eso sólo hacía las cosas aún más difíciles. De todas maneras, ya había tomado la decisión, hacía ya mucho tiempo, y no podía simplemente dejarlo: no era tan sencillo.

Era, básicamente, un prostituto legal. Vendía su cuerpo, como cualquier otra chica de ropa provocadora en una esquina, aunque con un poco más de decoro, y sobre todo, más llamativo. Porque podían decirse muchas cosas de él y de su empleo, pero ¿fácil? La mierda en la que trabajaba no era fácil, claro que no. Un actor normal de por sí sólo ya tiene que renunciar a su vida privada, a toda relación y a todo secreto que pueda comprometerlo. Debe renunciar a salir a la calle a caminar, a ir a comprar, a cualquier mierda. Pero aún así, de todas maneras, si es que lo hace, a parte de una multitud enorme que va a acosarlo, no hay un problema mayor.

Pero Peter Lewis Kingston Wentz III no era cualquier tipo de actor. Él... él era un actor pornográfico. Con todas sus letras, con todos los prejuicios, con todo lo que tenía que pasar día a día. Y es que, bien, lo primero que piensas cuando nombran ese trabajo, es algo como "Oh, Dios, les pagan por tener sexo con gente que está increíblemente buena, yo quiero algo así", pero claro, reducido de esa forma, es el paraíso para cualquier persona. Sin embargo, poco a poco, la cosa se complica.

Un poco de historia.

La primera vez que grabó una porno se remonta años atrás, bastantes, a decir verdad. Por aquel entonces tendría unos veintiún años, y el Internet recién comenzaba a acercarse a lo que es hoy. 2000, un año en el que fue inmensamente feliz. Joven, increíblemente estúpido, pero feliz. Nuevo milenio, mayoría de edad recién cumplida, libre del sistema educacional hacía muy poco tiempo, con una novia hermosa.

Con aquella chica de cuerpo envidiable, rostro precioso, todo lo que hubiese podido desear. Ambos ebrios después de la legendaria fiesta en casa de Joe Trohman, el imbécil popular que nadaba en oro líquido y se limpiaba el culo con billetes de 50 dólares. No recordaba demasiado, sólo la enorme casona en la que todo había comenzado, las botellas y latas vacías tiradas en el suelo, la cabeza dando vueltas, los besos que se movían por toda la piel, los gemidos que ella dejaba ir, y de pronto la risa de alguien más, alguien que tenía una cámara y ganas de hacer algo nuevo. De allí en adelante las cosas comenzaron a fluir por su cuenta, pronto el vídeo acabó en la red y medio mundo lo vio, sin embargo, nada grave ocurrió.

¿Cómo llegó a la industria, a la mafia de la pornografía? No sabía bien cómo, no quería recordar demasiado, porque recordar sólo sirve para arrepentirse, lamentar y caer en un pozo profundo y ciego del cual es casi imposible salir. Pero las fotos subidas de tono eran lo de menos, continuó, sin su novia, adentrándose en ese juego. Chicas y chicas pasaban por su cama, todas sabiendo de los equipos instalados para grabar lo que ocurría, equipos que poco a poco iban mejorando. Lo que tenía, lo gastaba en ese tipo de cosas. Pronto en alguna página web comenzó a hacerse famoso, y es que tenía lo necesario: no lucía falso, y por sobre todo, era deseable.

Una cosa llevó a la otra, y después de un par de años de estar al borde de la línea, su popularidad lo hizo acercarse a la cima. Y en menos de lo que creyó, ya le habían ofrecido un contrato como actor a sueldo de una página porno. De las que son pagadas, de alta calidad, con actores reales a contrato que exige exclusividad. Y aún hoy se preguntaba el motivo por el cual aceptó. Sí, parecía prometedor, incluso una manera de verlo sería "dinero fácil". Desde sus ojos se veía como una opción de alcanzar la mayoría de lo que siempre quiso: dinero, fama, y escapar del sistema de esclavitud de oficinista al que probablemente habría tenido que someterse de haber rechazado la oferta.

flesh ; ρeтerιcкWhere stories live. Discover now