Capítulo 1. Acólitos de la Estrella Roja

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Parte I. La imagen de la sonrisa roja


La triste llama del cigarrillo es la única luz en el dormitorio. Aquella tímida brizna blanca parpadea infante, pero fuerte. Es una cría de lobo, intentando reanimar a su progenitora. Muerta.

El destello muestra una cama. Sobre ella, una chica con las venas rajadas y la boca llena de babas. Torpe, ha caído en los reinos de Morfeo sumida en el control de pastillas somníferas.

Lionel está sentado en la silla y, ésta, torcida le permite observar los hilos de sangre que precipitan. Parpadea, buscando en la oscuridad las respuestas de su dolor.

Coge su cámara y usa la visión nocturna. Capta las raíces que llamamos venas. El zoom se hace cercano y amable. Con cautela y caricias, toma una copia de la deprimente escena.

- Hermana... -se levanta y la arropa, mirándola con ojos de cordero degollado- Yo convertiré tu dolor en las flores del pecado... -suspira, apagándose su ígneo placer y azote de los pulmones.

Se dirige al baño. Una cuchilla de afeitar juguetea pasando entre sus dedos. Se ve rodeado por su estudio fotográfico. El espejo hace un reflejo decadente.

Cabellos de mimbre. Mechas de plata. Gafas azabache. Metal. No hay lentes, pero sí excentricismo. Ojos marrones como magdalenas y tan fríos como apagados, perdidos en el oráculo de la noche. Lágrimas que jamás salieron ni saldrán. Una camisa con siete botones y un bolsillo lleno de tabaco. Rayas rojas horizontales y amarillas verticales. Zapatos pagados con sufrimiento ajeno y un pantalón heredado de algún padre muerto. Herencias sinsabores. Vida sinsabor.

El divorcio de la camisa y los botones. La primera en el suelo. La mano usando su juguete. Cortes que cicatrizarán solo físicamente, pero jamás mentalmente. La sangre brota, liberando sus errores según el método indio. Saca la sangre sucia y solo pura quedará. Pecho, abdomen y ambos brazos quedan marcados por las malas decisiones. Cicatrices que dejan mal sabor de boca al final del día. La melancolía del anochecer.

Se sienta al borde de la bañera. Cruza las piernas. Sobre sus rodillas sujeta la tableta gráfica que le regaló ella, el día que salió de la cárcel. Maltrato de los guardas y violaciones de sus compañeros se escurren con cada gota carmesí. Olvida. Perdona.

Pone a revelar al negativo la fotografía de las rosas que salen del racimo sanguíneo de su hermana. Lleva tanto tiempo sin hacer lo que hará. Pero, sabe que esto la hará mejorar. Mientras -en otros pequeños recipientes-, los químicos revelan su verdadera naturaleza.

Al lado del váter hay una maleta. La abre. Busca entre bolsas de cocaína. Una pipa. Un poco de marihuana. Fuma. Calada a calada logra inspiración. Intenta volver a ser lo que un día fue. Se conecta con el cosmos. Tiene alucinaciones. Ve gente mutilada. Arrancadas partes, las cuales brotan flora y alejan al hombre de su fauna. Funde en su inestable mente la naturaleza y la humanidad.

- Cuál... -pausa, inclinando la cabeza hacia el lado. Espira por la nariz el humo mágico- ¿Cuál es el precio de una segunda oportunidad? -pregunta a su dolorido recto, sintiendo como si fuese de nuevo penetrado en las duchas.

Un hilo reposa a dos metros del suelo. Se pone unos auriculares. Empieza a sonar electro. Ciertos toques de pop. Toma aire y llena todo el diafragma. Cierra los ojos e imagina el mundo. Un mundo utópico. No hay humanos y las hiedras escalan cada edificio, devorándolo. Por cada farola, un pino. Por cada rotonda, una secuoya llena de sellos taoístas.

Coge unas pinzas metálicas. Procede a examinar sus obras. Primera foto. Una ardilla devorando un ojo de pájaro. No lo suficientemente ácida. No crearía controversia. No es del todo censurable. No es buena. No es fuerte. La rompe, sin ni siquiera plantearse colgarla y respetarla como su trabajo.

Segunda foto. Un paracaidista que cae sobre un asta. Es empalado. Entrante en ano y salida en boca. Ojos en blanco. Pinceladas de sangre seca -color salmón- en la comisura de los labios. Fue en un puerto. La bruma. Borroso y distorsionado. Una gran pérdida, para el fotógrafo y la viuda embarazada. Ella tiene veinte años y tuvo su noche de bodas hace tres días.

Tercera foto. Un epiléptico sufriendo un ataque en una cabina telefónica. Espuma por todos lados. Ojos inyectados en sangre. No transmite nada. Es algo forense, más que algo artístico.

La rompe, junto a las otras dos. Cae al suelo. El confeti genera un mosaico ojos, espuma y sangre de tonalidades salmón. Precioso, pero está demasiado ocupado metiéndose unas rayitas para saciar la ansiedad como para admirar su inconsciente obra.

Sale la cuarta. Sonríe malévolo. Por dentro, su alma mira decepcionado su satisfecho cuerpo. Los colmillos están llenos de carne joven y rojizos restos de hueso. La sonrisa y mirada del lobo se clavan, directamente en la cordura haciéndola sangrar.

Fue hace una semana. En el motel dónde encontró a su hermana desnuda y maniatada. Violada. Tras dejar a su adorada familiar en el hospital volvió allí. Buscaba la identidad del malparido que hizo aquello. Llantos. Sollozos lo llevaron a la parte trasera. Allí estaba el lobo.

Crujían los huesos. Cada colmillo trituraba un dedo del pie, devorando los pies. La hermosa bestia albina había dejado parapléjico al chico, mordiéndole el cuello y perforando la espina dorsal. Cada bocado subía por las piernas. Buscaban las rodillas y babeaban por las tripas. Soñaban con los sesos. Su mirada era el hambre personificada.

Él sacó la cámara. Ignoraba el grito de auxilio del chico. Inmortalizaba la masacre. La admiraba. Pensaba todo el dinero que lograría con esto. A costa, claro, de dejar a un niño de ocho años ser comido. Vivo. Hasta el último crujido de costillas gozó y agonizó de una increíble supervivencia.

Se le saltan las lágrimas. Está increíblemente orgulloso de su obra maestra. Su Quijote. Su Mona Lisa. Su Stars Wars. Manda su joya al editor de la revista. Raudo. Excitado por el mare magnum de la imagen. Un caos de voracidad y agonía. El lobo sobrevive comiendo. El niño muere siendo comido. Un bucle. Una ley natural.

Vuelve a mirar la tableta gráfica. Da trazos. Hace que de las rajadas venas salgan espinas. De las espinas salen pétalos. De los pétalos gusanos con calaveras por rostro. Una manzana podrida en el centro de la flor. Muestra la corrupción humana. Muestra como el cerebro es una fruta llena de agentes externos, los cuales se alimentan de diversión a nuestra costa y nos provocan desórdenes en nuestra personalidad. Cada espina dibujada es un momento de sufrimiento. Casi parece un ángel caído en el jardín más hermoso del mundo.

Guarda su diamante en bruto. Lo deja sin pulir. Su editor le dice que generará grandes ventas y dinero la fotografía del lobo. Se desvanece la idea de mandar la imagen de su hermana. Decide salir a celebrar con un copazo su éxito.

Al salir del baño, observa que el puño de su hermana está cerrado. Se abre sin fuerzas en un tupido velo. Flota hasta los pies de Lionel, justo como un mensaje desesperado. Él la recoge. La mira.

Un hombre en el metro. Una bala en su frente. Un arbusto por piernas. Ramas por brazos. Astas de alce, saliendo de otras astas de alce que, a su vez, emanan del agujero dejado por la bala, siendo acariciadas por la tutela de sesos y anillos carmesíes.



El Reino de la Estrella RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora