Capítulo 1. Acólitos de la Estrella Roja IV

22 5 4
                                    

Parte IV. Avivadas llamas de una Luna Roja



Una carabina se descarga contra el ente. Wesley tiene un sudor frío por toda la frente y la poblada barba. El hombre lobo cae desfigurado, mostrando su mortalidad y un universal poder de la muerte frente a humanos y bestias.

- ¿West? -Kevin abre los ojos hasta tenerlos como platos y observa el gran arma de gran precio y tamaño que carga su comparsa de trabajo en brazos.

- Lo siento, sé que te prometí que no traería armas. Pero el Señor Aoki invitó a mi suegra a venir y no me traga desde que dejé embarazada a su hija -bromea tragando saliva con algo de éxtasis en su mirada. Una emoción superlativa por el poder de colocarse por encima, en la pirámide de la naturaleza, de un jodido hombre lobo con mucha mala leche.

Todos parecen calmarse. La brisa huele a baba de perro. Wesley se acerca a la ventana para cerrarla, cuando suena un silbido sutil y susurrante. El rostro de West se vuelve pálido y un cono metálico aparece en su nuca. Un francotirador ha reventado su ojo y ha perforado el cerebro, saliendo parte a sus espaldas.

- ¡West! -grita Kevin, colocando sus brazos abiertos para recoger el precipitado cadáver, mientras la carabina cae al suelo sonoramente.

La gente chilla. Las sombras se apiadan del escenario. El resto de camareros empiezan a sacar faroles para hacer el apaño. La iluminación revela un caballero perdiendo a su mejor amigo. Los ojos del moreno parecen abismos blancos de ausencia. Se escucha latir el corazón, espirando una parte de su alma que representaba a ese burlesco Wesley West Wilson.

- West... -musita, soltando lágrimas paulatinamente. Un charco que se hace océano.

Luna DeNiro apoya los codos en la barra, refunfuñando entre suspiros de cansancio. Parece no importarle el hecho de que su hermano ha salido huyendo. Él, a solas contra esos lejanos aullidos. Mira al frente, fundiendo sus ojos con la artificial llama de los faroles amarillos.

- Demonios... ¿No se da cuenta de que está muerto? -dice a regañadientes, empujando su mejilla con la zona del pulgar perteneciente a la palma.

Bibí la mira con asco. Hace amago de contestar de mala manera. Prefiere mantener las formas y morderse la lengua. Su lengua era como un peluche roto en una jaula de yorkshires hiperactivos.

- Oye... ¡Tú! DeNiro -frunce el ceño- ¿Acaso no entiendes que tiene entre sus brazos el cuerpo sin vida de su mejor amigo? -recalca, apretando sus puños con rabia- ¡Eres solo una versión con pechos de Lionel! -exclama, mientras los camareros colocan a la gente lejos de las ventanas y cierran las puertas.

La chica se levanta, agarrándolo por el cuello de la chaqueta con un rostro de queja ante ese tonito. Es una chica de unos diecinueve, frente a los treinta y dos del hermano. Sus cabellos son rubios y blancos. Parecía fruto de una lluvia ácida con lejía y aguarrás. Eran cortos y lisos a la altura de los senos. Lleva un piercing en la boca, en el labio inferior y lado derecho. Sus ojos son una mezcla de profundidad entre aceituna y aguamarina. Sus labios brillan y su pálida piel también.

- ¡Cállate! -exclama zarandeándolo-. Vamos a salir a buscarlo y como no lo encontremos te voy a destrosar, ¡¿Te enteras cavernícola violentusho?! -dice siseando y remarcando los sonidos de s mucho.

Con la cara llena de saliva -disparada por un aparato que llevaba Luna- Bibí siente algo indescriptible en su interior. Se siente sumiso y, por primera vez, ha hablado con una chica. Se mantiene en silencio, viendo como todos ven aquel dúo cómico maltrecho por la huida de Lionel.

- No podéis salir, ¡Es una locura! -grita el cocinero, que está manejando toda la seguridad y medidas-. Ya habéis visto como ha acabado el pobre Wesley... -farfulla, lanzando su mirada al frío suelo de metal.

Kevin deja reposar el cuerpo de West. Le pide la chaqueta a Big Brother y, éste a regañadientes -pues es el uniforme de pandillero estándar y es algo preciado dentro de aquellos gajes- se la entrega, poniéndosela el moreno por encima al cadáver. Los ojos son cerrados por la temblorosa mano del herido amigo.

- Jean, ¿No ves que es una zorra cabreada? -dice, perdiendo su educación y seriedad tan marcada- ¿Quieres aquí una zorra cabreada que va a llorar la muerte de un capullo? -interroga tirándoles la carabina-. Porque, yo no... -pausa atragantándose en autocompasión- solamente provocaría más muertes innecesarias... -suelta, ignorando el ofendido rostro de Luna.

- Bueno... Yo... -titubea zozobrando, mostrando inestabilidad empática ante el deprimente estado de su empleado-. Está bien... -afirma en un hilo de voz, dándoles las llaves.

Luna agarra las llaves, abriendo la puerta que da a la salida. Cientos de ojos rojos se iluminan en la oscuridad. Se oyen armas cargándose. Cierra la puerta de nuevo apresuradamente.

- ¿Veis? -vacila, tirándose del bigote castaño-. Os dije que era una locura... Ni siquiera tenéis munición para la carabina y, ésta, se encuentra en el último vagón... -afirma, cruzándose de brazos.

Bibí abre los ojos de manera superlativa, percatándose de algo. Su moto estaba en aquel vagón. Aquel que todos vieron estallar. Todas las esperanzas se las cobró la volatilidad de la mera existencia, la cual se escurre como líquido entre nuestros húmedos dedos.

- Entonces... ¿No tenemos ningún modo de escapar de aquí? Es eso lo que intentas decirnos... -pausa, intentando recordar su nombre- ¿Jean? ¿Te llamabas Jean? -pregunta acercándose con los ojos sombríos y los brazos cruzados.

- Ou... oui... -dice en un asustado hilo de voz, retrocediendo unos pasos intimidado-. Pero... es una estupidez... al final se nos acabará la comida... o... o... esas... esas cosas entrarán, Qué... ¡¿Qué pasará primero?! -interroga, tragando saliva con una tintineante voz que tartamudea.

- No me quedaré aquí a averiguarlo, ¡Y me da que este cara de estreñido tampoco! -farfulla, echándole a mala gana el brazo por encima del hombro. Era en parte fría amistad circunstancial y en otra parte un imperativo de que debía ayudarla.

En las lejanías se escuchan alaridos y disparos de una escopeta. Pronto, un puño toca sonoramente a la puerta y todos usan toda su atención en averiguar quién se halla tras esta. No se vuelven a escuchar aullidos. Solo llantos y sollozos de perro viejo.

Todos se alejan, temiendo que sea un berserker que entre pegando tiros sin ton ni son. Luna suspira, decepcionado por los pichacorta con los que habitaba en aquel mal situado cubículo rectangular.

- Ah... ¡Al demonio! -exclama con una expresiva cara, corriendo a abrir sin más preámbulos la puerta.


El Reino de la Estrella RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora