Dolor

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Siempre me he sentido así, después de pensar un poco, veo que siempre he sentido atracción o cierto tipo de admiración por todas las personas que tienen su vida organizada, que se conocen a ellas mismas y saben que hacen y que quieren hacer con su vida, así que hoy en día no me extraña que me haya sentido atraída por Pablo.

Ese día el me hizo sentir mejor al respecto de la situación. No curo mi locura, no solucionó mis problemas, pero sí me hizo sentir mejor, en un principio porque sentí que por primera vez en mi vida alguien me entendía y me conocía, sentí confianza y por otro lado porque estaba empezando a tener sentimientos nuevos sobre él que no se habían manifestado antes.

Pablo me abrazaba, una y otra vez y yo por primera vez contesté uno de sus abrazos y me sentí bien. Pero... no era el bien que alivia a la mayoría de las personas, no era un bien que me calmara ni que me estabilizara.

Tengo que admitir que siento placer en el dolor, no es un placer sexual, es simplemente un sentimiento de gozo al ser herida que también siento cuando todo va demasiado bien y me siento extremadamente feliz e hiperactiva, pero cuando estoy en un estado neutral, donde reina la calma y la estabilidad, no me siento cómoda, aun y cuando envidio la estabilidad de otras personas, la neutralidad y calma generan en mi una especie de ansiedad, como una piquiña, tanto así que si me quiero sentir mal para que se me quite esa sensación lo hago.

También es así con el dolor físico, experimento el goce en cada golpe y en casos extremos donde no puedo controlar mi mente ni mi excitación, donde es imposible estar demasiado hiperactiva o demasiado deprimida me auto mutilo. En las situaciones en las que más propensa soy a la auto mutilación es en las situaciones donde tengo un estado de ánimo indiferente, estoy aburrida y sin nada que hacer. Esos son los peores momentos para mi. Me puedo cortar, morder, golpear y con todos son sensaciones diferentes para cada tipo de ocasión, lo que me da miedo es el placer que me da. El sentimiento de culpa que tienen muchos hombres después de masturbarse lo tengo yo después de que me auto mutilo, es la única manera en la que lo puedo explicar.

Quién sea que esté leyendo esto pensará que estoy loca y está en lo correcto.  Así me sentía en ese momento, con esa piquiña, no necesitaba calma, yo estaba deprimida porque las personas no me tomaron en cuenta, tan deprimida que lo menos que necesitaba era  la calma, sentía unas ansias de frenesí inexplicables, quería ir de un extremo a otro, como siempre e inconscientemente puse mis manos sobre los hombros de Pablo y este, así como así, me empezó a besar.

Mi mente gritaba: ¡Esto es lo que necesito! ¡Sí! ¡Dame más!

Era la adrenalina que buscaba en el alcohol para que me hiciera olvidar mis problemas, pero esta vez conseguí la adrenalina en los labios de Pablo y sí que me estaba ayudando a olvidar.

Pablo se sentía bien, como un muchacho al que podría querer, sólo que tenía miedo, miedo de que él se volviera una víctima de mi necesidad de reconocimiento, no quería hacerle daño, sólo quería que estuviéramos los dos solos en un mundo donde no existan los sentimientos y sólo nos abracemos por mucho rato. Era algo muy especial, tan especial que me daba pena sentirme tan emocionada, ya que estar tan emocionada implica que en un período de tiempo muy corto voy a estar deprimida otra vez. Por eso evito la calma, la felicidad y la hiperactividad, pero esta vez la necesitaba.

Fue un impulso, uno de tantos impulsos a los que les he seguido el juego. Pablo no me hablaba, sólo me besaba suavemente y me acariciaba el cabello mientras yo, con ganas de llorar, lo abrazaba por el cuello y unas pequeñas lágrimas comenzaron a salir de mis ojos otra vez.

- ¿Está todo bien, Flor? - Dijo Pablo, poniendo su dedo sobre una de las lágrimas que había derramado que estaba en mi mejilla.

- Sí, todo bien, es sólo que no te quiero hacer daño. - Contesté.

- No me harás daño, yo sé como te sientes ahora y lo único que quiero es ayudarte. ¿Quieres irte de aquí por un rato? Recuerda que es un amanecer, podemos volver al rato.

- Sí, creo que necesito eso.

Pablo me ayudó a levantarme del piso y fuimos hasta su carro y nadie se enteró de que nos íbamos, él empezó a manejar y yo no sabía ni a dónde íbamos, pero adivina qué, no me importaba, cualquier cosa que me hiciera palpitar más rápido el corazón era bienvenida en ese momento. 

Durante todo el camino estuvimos callados escuchando la música de la radio y a lo que llegamos a nuestro destino, Pablo me volvió a besar.

- Estamos en mi casa. - Me dijo.

- ¿No hay problema? ¿No hay nadie acá?

- No, es una casa que alquilé hace un mes para estar más cerca de la universidad.

No le contesté, no sabía qué pensar y tampoco quería pensar. Nos bajamos del carro y entramos a su casa, estaba muy vacía así que acertaba con lo que él había dicho anteriormente. Me senté en su sofá y el se sentó conmigo.

- Si quieres vamos a mi cuarto, no voy a hacer nada raro, quiero que te sientas mejor. - Dijo Pablo tomándome de las manos.

Pablo al parecer no entendía mis sentimientos, yo quería que el hiciera cosas raras inconscientemente, no quería estar allí calmada, pero me tuve que contener, sentía la necesidad de hacer algo más extremo aun y ahí sí me habilitaría a calmarme.

- Bueno, está bien, espero no estar abusando. - Le dije.

Pablo me llevó a su cuarto y estaba todo muy ordenado, me ofreció su cama y yo me acosté y me arropé, le dije que estaba cansada, que necesitaba dormir un rato o descansar y él estuvo ayudándome en todo lo que le decía, apoyándome y sin quejarse, cosa muy rara en alguien que tiene que lidiar conmigo, pero él lo hizo.

- ¿Me puedo acostar contigo?  - Preguntó Pablo.

- ¿Ah? 

- Digo, sí me puedo acostar a tu lado.

- Ah, está bien.

Pablo se acostó a mi lado abrazándome por detrás y los dos empezamos a acariciarnos espontáneamente, lo cual le favorecía a mi estado mental.

Me encanta cuando los planes se destruyen y se vuelven cosas más interesantes.


La luna en tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora