Caminaba meditabundo, absorto en sus pensamientos, tanto así, que no se percató de la capa de nieve que le cubría la cara. Se había vuelto insensible a los detalles mínimos, su mente lo distraía de cualquier cosa que no fuese totalmente necesaria.
Paró en la cafetería de siempre, compró el mismo café de todos los días, y el mismo postre de chocolate.
Atravesó el parque sin detenerse, conocía de memoria el recorrido monótono que sus pies daban cada vez que volvía a casa.
Su rutina se había vuelto un acto perfecto, donde cada movimiento estaba planeado y no podía ser interrumpido. Cualquiera que lo hubiese conocido en el pasado no sería capaz de reconocerlo. Su cabello oscuro, brillante y perfectamente ondulado se había vuelto opaco y había perdido la forma, sus ojos llenos de vida ahora estaban ocultos bajo una capa de ojeras y cansancio. Se podría decir que lo único que conservaba era su perfecta tez blanca, la cual parecía brillar al lado del color rojo-sangre de sus labios.
El único cambio que ocurrió en su día fue el ascensor averiado que lo obligó a subir por las escaleras los 7 pisos hasta su apartamento. Una vez dentro, retomó la rutina de siempre, comer, televisión y dormir, para despertar a la mañana siguiente y... Casi lo había olvidado, su rutina sería interrumpida por el día de Navidad, bueno, la única diferencia sería que se quedaría en casa todo el día, la soledad no cambiaría.