Oscar Wilde

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Llegué a los Alpes: mi alma ardía
al oír tu nombre: Italia, Italia mía.
Y al salir del corazón de la montaña
la tierra avizoré por la que mi alma
tanto suspiraba,

y reí, como quien
gran premio conquistara,
y meditando en lo
maravilloso de tu fama
el día contemplé hasta que lo marcaran heridas de llama
y el cielo turquesa fuera oro bruñido.

Los pinos ondeaban
como cabellos de mujer
y en los huertos
cada rama sarmentosa
se abría en copos de
florenciente espuma.

Pero al saber que allá lejos en Roma
en cadenas injustas otro Pedro yacía
lloré de ver tierra tan bella.

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