Eugenio Martínez Orantes

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Señorita:
Yo viví en un país que cantaba.
Cantaba con los fuertes brazos
y los desnudos pies de sus indígenas.
Con el sudor de los obreros
y con las manos
de las madres que veían en cada hijo
-floridas de caricias-
una espiga
creciendo de la tierra a las estrellas.


Yo viví en un país que amanecía
en los labios de todas las muchachas.
Un país que levantaba
su pequeña estatura contra el llanto.
En cada arado había, progresando,
un plano de cosechas futuristas
y en cada surco
un deseo vegetal tomando forma.


Yo viví en un país que despertaba
-de una antigua y tremenda pesadilla-
así como su nombre, señorita,
despierta en mi garganta a cada instante:
Fresco: sencillo,
jovial y transparente.


Un país que era la realización de un sueño
soñado por millones y millones de hombres
durante más de cuatro siglos.
...Un país donde se había desterrado a la tristeza
y se empezaba a destrozar a la miseria.


Sus ojos, señorita,
son dos mares de petróleo
encandilando al tiempo.
Su cabellera
es la selva donde extravían
-conscientes de lo que hacen-
las huellas de mi sed y mi locura.
Y su boca es un imán que me arrastra
hacia una constelación de nísperos maduros.
Por eso,
cada vez que la veo,
la emoción rebasa mis sentidos
y me hace recordar a ese país
que era un potente amanecer rompiendo
la estructura del llanto.


Yo viví en un país que era...
Sí; era.
Hoy es dolor.
Grito arrodillado en el espacio.
Hoy
las manos de sus obreros
son contenidas lágrimas de piedra.
Las frentes mancilladas, escupidas.
Y sus duras carretas
cargadas de bananas
son tristes luceros de ceniza.
Yo viví en un país que un día
romperá las cadenas de sombra que lo niegan
para volver a ser como antes era:
Igual a su mirada deslumbrante.

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