capítulo 1

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Hacía mucho calor. Estábamos en casa de Dalas, a punto de ir a la piscina, cuando se fue a cambiar de ropa. Me dejó en su cuarto, rodeado de un montón de fotos antiguas, y yo, tan cotilla como siempre, me puse a observar cada rincón de aquella habitación. La puerta, era de un azul muy intenso. Tenía los marcos desgastados, probablemente del roce que hacia la puerta al abrir y cerrar. Las paredes eran de un azul tan claro, que llegaba a tener un gran parecido al blanco. En una de las paredes había una gran estantería negra que ocupaba gran parte de de la superficie. Me puse a mirar su contenido. Había millones de libros, y tras uno de ellos, había un cuaderno muy bien escondido, del que solo se veía una tapa de color gris, muy desgastada. Aparté unos libros para poder coger aquel cuaderno, cuando un carraspeo me interrumpió. —Freya, se te ha perdido algo? — Me preguntó con un tono algo burlón. Yo sonreí, y le dije: — ¿Qué es ese cuaderno gris? —el rehuyó mi pregunta, me agarró de la mano y me llevó a la entrada. Tras coger unas bolsas, depositó un beso en mi mejilla, y me dijo: —cariño, ve llamando al ascensor. — Yo, haciéndole caso, apreté aquel botón mientras el cerraba delicadamente la puerta. En el ascensor sonaba una música algo molesta, pero aparte de eso, no había ningún ruido. El ascensor era realmente pequeño, y sus paredes estaban cubiertas por espejos. El olor a colonia, estaba presente en el aire, y yo, aguantaba la respiración. El trayecto no era nada largo -Una vez, Dalas me contó que pusieron el ascensor porque su abuela, en sus últimos meses de vida, decidió mudarse a esta casa, y cómo estaba en silla de ruedas, tuvieron que instalar este ascensor.-Las puertas se abrieron tras pasar unos segundos, y yo seguí a Dalas hasta la piscina. Después de meternos por un largo rato en el agua, miré el reloj y me di cuenta que era verdaderamente tarde. — ¡Dalas! ¡Son las diez! — dije zarandeando su cuerpo aún mojado. — Mis padres tienen turno de noche, y no tengo llaves. — Le informé con la voz tensa. El me susurró con un tono tranquilizador: —Freya, mis padres están de viaje, no llegarán hasta dentro de unas semanas. ¿Por qué no te quedas a dormir con migo? —Yo acepté. Al fin y al cabo, no tenía otra opción.

Cuando subimos a su casa, todo estaba oscuro, y palpé las paredes hasta encontrar un interruptor. Encendí la luz, y esperé a que Dalas me guiara a alguna parte, pues no era mi casa y no sabía qué hacer en ese momento. — ¿Por qué no te acomodas en mi cuarto? — Me dijo con una amplia sonrisa. Yo asentí con la cabeza, y me senté en su cama. Dalas, me prestó un pijama de su madre, que era bastante bonito, y tenía pinta de ser súper cómodo. Cuando los dos estuvimos listos, apagué la luz y nos metimos en la cama. Entre los ronquidos de Dalas, y mis pensamientos, era imposible dormir, y estaba empezando a tener demasiadas ganas de ir al baño, así que sin hacer demasiado ruido, me levanté y encendí la luz del pasillo, para dirigirme al cuarto de baño. Todo estaba en pleno silencio, y tras salir del baño, me encaminé hacia el pasillo para apagar la luz, pero esta noche me sentía curiosa, y en la pared opuesta del interruptor, había miles de fotos de una familia aparentemente feliz. Las fotos estaban ordenadas por años. La primera foto que mis ojos alcanzaron a ver, era de un bebé con una sonrisa muy bien marcada, encima de los hombros de un padre. La segunda que más me llamó la atención, era una foto en la que un niño, estaba sonriendo con espaguetis en la boca, se le veía realmente feliz. En la tercera imagen, la que más me sorprendió, estaba aquel mismo niño, con un chaleco muy oscuro, mirando al suelo, en algo que parecía ser un hospital. La foto tendría unos tres años. Me dirigí a la habitación, pensando que ya había husmeado suficiente. De repente recordé el cuaderno que estaba escondido tras aquellos libros, y sin hacer ruido, lo posé en mis manos. De puntillas, volví al servicio de baño y me dispuse a abrirlo.

Mi corazón no podía procesar la palabra que estaba escrita en la primera página: "Suicidio". El corazón me fallaba. Creía que perdería el conocimiento ahí mismo. Con las manos más temblorosas que nunca, pasé las páginas rápidamente. Un montón de datos me nublaron la mente. Imágenes, fechas, historias, cartas ya preparadas, hasta sobres... En la última página, había una cuchilla pegada con celo, y un sobre con suficientes pastillas para matar a un elefante.

Me lavé la cara y me intenté tranquilizar. Me dirigí a la cama, y guardé este cuaderno en mi mochila. Dalas estaba dormido, yo intentaba aguantar los sollozos con todas mis fuerzas, mientras que le miraba y le abrazaba, con tanta fuerza, que no sé cómo no se despertó. Conocía a Dalas desde hace unos cuatro años. Cuando lo conocí era un chico sonriente, y alegre a más no poder. Cuando pasaron los años, supongo que por el tema de crecer, y ser más responsable, esa sonrisa se desvaneció, es más, esa sonrisa dejó de ser verdadera desde entonces. Nunca me pregunté el motivo, si digo la verdad... Siempre pensé que fue por el tema de su abuela, fallecida hace unos años, o quizás de su familia en sí.

Después de dar mil vueltas en la cama, terminé durmiéndome , aunque ya a la hora que era, casi tendría que levantar.



Cuando se acaben las rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora