Capitulo 2

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Me levanté sobresaltada por el pitido de la alarma. Dalas tenía una almohada en el rostro, intentando matar la luz que le cegaba, procedente del ventanal. Posé mis pies desnudos sobre el suelo, y me dirigí al cuarto de baño, donde me lavé la cara en un intento de borrar de mi mente todo lo que vi anoche.

Unos pasos resonaban sobre el suelo. A los pocos minutos, había dos tazas de café instantáneo sobre la mesa, y Dalas estaba sentado en una silla esperando a que yo me sentara, para empezar a tomarlo. Estaba mirando por la ventana, se le veía despreocupado... Se podría decir que hasta feliz. No podía creer que todas las palabras escritas en aquel cuaderno, le rondaran por la mente. — Dalas, que vas a hacer hoy? — Le pregunté con un tono más calmado del que esperaba producir. El me respondió: — Tengo que ir a la tienda de mi tío un par de horas a sustituirle, después, si quieres vamos a ver una película—Esto me lo dijo con cierta picardía.­­­­­­­-Desde hace un tiempo, Dalas ayuda en una pequeña tienda, situada en una esquina de su calle. Su abuela, lleva un tiempo sin poder trabajar, por una rotura de cadera, y él ayuda a mantener la tienda.

Salí a una pequeña pastelería, cercana a mi hogar, y compré un par de bizcochos de canela. Después , subí a mi casa y me dispuse a guardar los bizcochos en la nevera. La casa estaba vacía. A esa hora seguramente mis padres habían salido. Cogí una taza de chocolate caliente, y me senté en mi cama. Abrí la mochila, y saqué el cuaderno. Tras mirarlo por un largo rato, y hacerle fotos, pues no quería olvidar ninguna palabra, me di cuenta que había una fecha. "14 de febrero".

El catorce de febrero era San Valentín. ¿Por qué ese día y no otro cualquiera? Al lado de la fecha, había una dirección, que me resultaba bastante familiar. Tras pensarlo detenidamente me di cuenta que era la de una floristería. Cuando era pequeña, recuerdo que mi abuelo me llevó a aquel lugar y me dijo que escogiera una flor. Yo, cogí una gardenia. Aquella flor me llamó la atención por sus hojas, tan blancas y carnosas, y su olor; refrescante y dulce.- En ese momento mi teléfono empezó a sonar, evadiéndome de mis pensamientos. Era Dalas, creo que no se había dado cuenta de que el cuaderno estaba en mi posesión, y me habló con normalidad en todo momento. Quedé con él en mi casa, dentro de un par de horas. Estaba decidido, se lo contaría todo. Le contaría que ayer no lo pude resistir, y abrí ese cuaderno. Me da igual como acabe todo. Al final de la película se lo diría. Le devolvería aquel cuaderno, con algunas hojas de más... Que me molesté a escribir mientras él estaba duchándose. No permitiría que su vida acabara.

-Al cabo de un largo tiempo, mi timbre sonó, y yo, esta vez cogí las llaves y salí por la puerta. Dalas estaba ahí fuera, esperándome frente a una pantalla de móvil. Cuando me vio me dedicó una sonrisa. Yo sabía que no era verdadera, y no pude evitar pensar en ello durante casi todo el trayecto. El me cogió de la mano, y se puso a caminar en dirección al cine. Por el camino solo hablamos de tonterías. La verdad, intenté sacarle todo lo que pude, pero no recibí ni una palabra sincera. Al llegar, miré alrededor, había poca gente la verdad, pero esto no me supuso ningún problema. —Dos entradas por favor.— Oí decir a Dalas. Entramos en una sala, totalmente vacía, y nos sentamos al fondo. Dalas era el típico chico que no para de comentar las películas, y nos solemos sentar al fondo para no molestar demasiado. La película comenzó y no había ni un alma en la sala. La película se me estaba haciendo muy pesada, y Dalas estaba quedándose dormido. —Debimos escoger otra película. — Musité. El rió débilmente, mostrándome su dentadura. La torcedura de sus paletas era muy sutil, pero yo no podía fijarme en otra cosa cuando sonreía. Esto me resultaba encantador. En esta sala hacía un calor horrible, y Dalas estaba empezando a sudar. Se le notaba en la mano, que estaba encima de la mía, y también se le notaba en la faz. Empecé a jugar con su cabello, parecía un bizcochito, era realmente blandito. El me miró con una cara de entre duda y miedo, y con media sonrisa pícara. Yo le sonreí y giré mis ojos a la pantalla. Transcurrió el tiempo y yo no paraba de pensar en que pronto pondrían los créditos, y que después de ellos, tendríamos que salir de allí, y que a lo mejor, en el peor de los casos, al contarle todo, él se iría de allí. Mi estómago dio un vuelco. Los créditos ya estaban en la pantalla, y Dalas estaba cogiendo su chaqueta para salir de ahí. —Cariño, tenemos que hablar de algo. — Le dije con un hilo de voz. El puso una sonrisa y me contestó: —Claro, vamos fuera y hablamos. —Me cogió la mano y bajamos las escaleras. Al salir de la sala, e ir a la salida, nos dimos cuenta de que acababa de empezar a llover, y fuimos a una cafetería cercana. Pedí dos cafés intentando ahogar el tiempo, cuando Dalas me dijo: —Y bien... ¿Que es lo que me tenías que decir? — Yo, no respondí, solo metí la mano en mi bolso y saqué el cuaderno, y mientras mi pulso temblaba, lo dejé en la mesa.

Un silencio horrible se hizo presente, y yo sorbí un poco de café. Su cara estaba pálida. El estaba con la mirada perdida, creo que ni notaba que mis ojos estaban posados en él. De repente, él cogió el cuaderno y lo movió más cerca de su cuerpo. —Dalas,¿ no vas a decir nada? — Dije jugando con la cucharilla del café. El todavía ni lo había probado. Al ver que el silencio quería volver a apoderarse de la conversación, proseguí. — Acabarás con migo, terminaré muerta. No lo hagas. — Mi tono mostraba mi angustia. Él, parecía estar a punto de desmayarse, e hizo una cosa, que no esperaba. Se levantó cuidadosamente de la silla, cogió el cuaderno, y se marchó. Sin decir una palabra.

Me quedé paralizada. Me senté en su silla, que estaba aún caliente, no aguanté más los sollozos. La gente me miraba, y yo, lloraba sin decir nada, sin que ningún ruido saliera de mi boca. El café se consumía. Al igual que yo. Me sentía mareada. Sentía esa sensación que me entraba de pequeña cuando la aguja de una vacuna se acercaba a mi piel. Pasó un largo tiempo hasta que pude moverme. Salí de allí , y la lluvia me caía en la cara, en el pelo. La lluvia me empapaba. No sabía si acudir a casa de Dalas, o ir a la mía, pero sin darme cuenta , mi cuerpo se movía hacia mi hogar. Cuando llegué, cogí el teléfono. Mi pulso iba realmente lento. Llamé al número de Dalas, pero tenía el móvil apagado. Llamé a su teléfono fijo, pero nadie contestaba.

Me empecé a preocupar, y aunque ya era tarde, me calcé y fui a llamar a su casa.
Las luces de su cuarto estaban encendidas, pero nadie cogía el telefonillo. De repente recordé la cuchilla que estaba ahí pegada, junto a los somníferos, y me puse histérica. Llamé a todos los vecinos, hasta que uno me atendió. —¿ Si? — Oí tras un largo rato. Yo contesté sin pensar: —Hola, buenos días, perdón por molestar a estas horas, pero es que es muy urgente.¿ Me podría abrir la puerta? — Tras unos segundos la muerta empezó a emitir unos sonidos. —Muchas gracias, que pase una buena noche— Dije antes de que colgara el telefonillo.

Como supuse que el ascensor tardaría demasiado, subí las escaleras a toda prisa. Era un tercer piso, con lo que no me costó llegar. Llamé al timbre muy repetidamente. Pero nadie me atendía. Aporreé la puerta como una posesa, chillando su nombre, cuando empezó a ladrar un perro. A los diez minutos me di por vencida, pero pasé una nota por debajo de la puerta en la que ponía: " Llámame cuando puedas, me comienzo a asustar Dalas". Bajé las escaleras con la esperanza de que él me detuviera, pero sabía que eso no pasaría. Llegué a mi casa, y me tumbé en la cama, esperando a que Dalas encendiera el teléfono, o al menos diera señales de vida. Pero las horas pasaron y pasaron, y me sumí en un largo sueño.

Cuando se acaben las rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora