Capítulo I

301 24 15
                                    

–¿Y cómo te sientes con eso?–pregunta.

Emely no tiene miedo en responder, pero para ella decirle cómo se siente respecto a su vida y su forma de ser es una pérdida de tiempo. Emely se abstiene en no darle ninguna explicación al psicólogo que la llevó su madre.

–Bien, como no me dirás nada puedes escribirlo.–El psicólogo le entrega una libreta y un lápiz. Emely mira lo que le están ofreciendo, y como forma de que todo termine, ella toma el lápiz y la libreta y comienza a escribirlo–.

Cuando termina, le entrega la libreta al psicólogo, toma su mochila, se levanta de la camilla y se dirige a la puerta, desapareciendo en ella.

–Púdrete–murmura el psicólogo. Esa es la palabra que Emely había escribido en aquella libreta.

Emely Canate puede ser ofusca, cara de pocos amigos, y una persona que, no tiene un buen sentido del humor.

Emely es una chica gorda con piel de tes morena, ojos negros y sin facciones en la cara. Llevaba grandes buches que parecían dos bolas de algodón. Su pelo yacía por sus hombros dejándose ver el grato cabello negro que llevaba, a puntas abiertas.

Esa era ella.

Emely no era una persona de familia de grandes recursos. Ella, para concluir, era de clase media.

En su escuela, ella no era la popular, claro es como esos clichés de las personas de poca importancia en la sociedad. Como toda persona marginada. Y que se haga a escuchar que todas esas historias de chicas gordas que no les haces caso y las omitan, pueden ser o no ser verdaderas. En fin, es como si para ella el mundo no existiera y ella no existiera para el mundo.

Es tanto así que no tiene amigos y no habla en clase.

Comenzó a oscurecerse cuando llegó a casa. Decidió pasar su noche leyendo libros que escuchar a su madre hablar de su día en el trabajo.

Se acostó en su cama rodeando con una sábana su cuerpo. Con los ojos abiertos se quedó viendo las estrellas por la ventana de su habitación.

El techo de su habitación se había derrumbado hacía mucho tiempo y un enorme hueco había crecido en el lugar que antes ocupaba. La madre de Emely quiso sellarla, pero a Emely le encantaba la vista e hiso cambiar de opción a su madre para que colocaran una ventana allí.

Emely se levantó de la cama después de un largo sueño y le dio un trago al vaso de agua que yacía en la repisa. Tomo sus zapatos para no tocar el frio piso y pescar un resfriado y se encaminó a la cocina.

–Buenos días, preciosa–le saluda su madre con gesto agradable. Emely no responde–.

Emely no le contesta y solo se concentra en elaborar su almuerzo.

Su madre quién ya está lista para irse a trabajar le regala un beso en la frente para luego decir:

–Ya me tengo que ir, hija. Que te vaya bien en escuela, cielo–dice y se retira cerrando la puerta de entrada–.

Emely corre a la ventana de enfrente de la casa y se sitúa a observar a su madre arrancar el auto e irse.

«Buenos días, mamá» dijo para ella.

Ella ya se encontraba en la puerta principal de su casa con destino a irse a estudiar.

Emely es una chica cayada – como ya se dieron cuenta–.

Al llegar a su escuela, se dirigió al baño entrando a uno de los cubículos. Sacó su libro de la mochila y tomo riendas a su lectura.

Su primera hora de clases era Física. Pero como a Emely le daba mucha vergüenza hacer lo que el profesor le decía, simplemente no iba.

Las mil y una imperfecciones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora