Capítulo 1: Paraíso en el Infierno

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El olor a alcohol comenzaba a marear. Luces brillantes le impedían la visión del público, aunque no necesitaba verlos para saber cómo eran. El humo de cigarrillo en el ambiente cerraba sus pulmones, y el caño del que se podía aferrar cómo último sostén de vida, estaba frío y sucio por la mugre y el pecado de quienes lo tomaron. Lo que un día fue diversión, hoy era agonía.

Rey levantó sus piernas en el aire al son de una provocativa música de club. Todos aplaudieron, pero no interesados en los dos años de escuela de baile que había allí. El final de sus piernas era el inicio del espectáculo.

Subió por el caño. Su piel estaba seca y casi desnuda. Sólo una ligera y sexy ropa interior la cubría del desnudo total, exceptuando los tacones y medias de red. Ya visualizaba muy cerca el final del caño metálico, y la superficie del techo, cuando se detuvo. Y se dejó caer. Resbalando por el caño, a unos centímetros del final, sus piernas se juntaron y su cuerpo se mantuvo suspendido, boca arriba, de cabeza con sus brazos al "Cristo". Nuevamente, aplausos, gritos, aclamo...

Billetes se extendían hacia ella y su espectáculo. Se acercó, siempre con una provocación fingida y una sonrisa vacía, y tomó lo que le ofrecían. De rodillas, dejaba que la tocaran bastante, pero simplemente ya no lo sentía. No le incomodaba como en un principio, y jamás le habría gustado o excitado.

Rey volvió detrás del escenario. Eran apenas las 2 a. m. y el bar aún no estaba lleno. Sus compañeras, algunas por disfrute, otras por situaciones deplorables se vestían para una segura noche de trabajo.

Magnates, borrachos, famosos, niños engreídos, hombres ricos e infieles, y cada uno de ellos adinerado se encontraban afuera, esperando a la muchacha que sea, o sólo para hablar de sus negocios sucios, cómo tráfico de droga, armas... personas...

En el espejo tras bambalinas, sucio y mal iluminado, vio su reflejo y tembló. Su cuerpo entero dolía. Subir un caño era trabajo de cuerpo completo. Rey retocó el rojo carmesí de sus labios, y se acercó. Odiaba su reflejo. Lo odiaba.

Cambio el desnudo casi total por un vestido corto y escotado, que realmente no generaba la gran diferencia. Entonces, con un último suspiro, salió.

Tosió un poco, y los ojos por un momento se le volvieron cristalinos. El humo era mucho, y los simples Marlboro a los que ella se había acostumbrado no eran nada comparados con tabaco puro, cigarros negros, habanos cubanos, entre otro tipo de mezclas.

Sonrió de manera artificial y se echó el cabello a los hombros. Un rubio que alguna vez habría sido uno castaño como el café negro.

Caminó entre las mesas, regalando sonrisas a los clientes, meneando las caderas con gesto sensual. Un par la tocaban al pasar, pero cuando ella se volteaba, fingían no haber probado el tacto de su trasero.

Comenzaba a frustrarse. Sentía hambre, ya que no comía hacía 2 días, pero comer o fumar en el trabajo no era opción. Le dolía la cabeza, y sentía que los ligueros cortaban la circulación de sus piernas. Se mareaba.

De un momento a otro, no supo si por una caída o que, se encontró sentada, con una presión en la cadera. Miró con atención, y bajo su trasero, la pierna de un magnate más. La había tomado al andar, y sentado sobre él. Fue un movimiento rápido, casi fugaz.

Era un hombre entrado en años. Tendría unos 60 y tantos, y su apariencia no era atractiva en absoluto. Tal vez lo hubiera sido en su época, pero ahora, con los kilos extras, las pronunciadas entradas en la cabeza, con escaso cabello peinado hacia atrás con gel de manera ridícula, y la panza pronunciada, no le provocaba a Rey nada más que asco. La manoseaba sin escrúpulos, y ella fingió que le divertía, cuando en lo más profundo de su ser imaginaba 23 formas diferentes de asesinarlo con su zapato de tacón izquierdo. Ese era su trabajo por el momento.

Suspiró, resignada cuando el hombre le sonrió, sin dejar de hablar con otros tipos de trajes elegantes, y obviamente adinerados. No supo adivinar si eran narcotraficantes, pero lo descartó al notar buena salud a pesar del peso extra. Eran 5 hombres, y ninguno llamó su atención, excepto el último. Sentado junto al gordo del cual Rey hacía asiento, había un joven. De unos 25 años, peinado con un peinado adecuado a un modelo de su edad, de cabello castaño, y ojos verdes, el muchacho la había observado. No la miró, la observó. Con profundidad, cómo si acaso quisiera adivinar algo sobre ella. Entonces apartó la mirada, sintiéndose incómoda.

Era un chico en buena forma, guapo, se notaba adinerado. Jamás estaría allí por una mujer, de eso estaba segura. Un hombre como él conseguía a las féminas con miradas, y eso a Rey la molestaba.

El gordo no le prestaba atención más que para tocarla un poco, pero entonces los otros consiguieron su diversión y se marcharon tres con diferentes chicas. Quedaron dos, sin incluir al panzón. El joven, y otro hombre, de unos 40 bien cuidado. Sintió pena por ella misma.

-Entonces preciosa... Bailas muy bien, eh. Eres... elástica.

Sintió nauseas al sentir su aliento. Una asquerosa mezcla de unos tragos de un licor demasiado fuerte, mal aliento de algo anteriormente consumido, y cigarros negros.

Sonrió, acercándose, y aguantando como siempre.

-Soy Queen... Y tu... ¿cómo te llamas?

Sabía que a los hombres le atraía los labios de una mujer, así que la mejor técnica era ponerse muy cerca para hablar, y decirlo todo con voz de haber tenido el mejor orgasmo de tu vida, y muy pausadamente, como si desearas cada momento.

-¿Importa mi nombre?

Respondió, con soberbia.

Las formas de matarlo con el zapato había incrementado a 34.

-Importa... Si no, ¿qué nombre gemiré esta noche?

-Tu puedes llamarme papi, perrita.

Estaba tan acostumbrada a fingir que las palabras no le dolían, que antes de llorar, sonrió. Y siguió; porque era su costumbre.

-Mh... ¿Por hora, o toda la noche?

Preguntó, jugueteando con el cabello lleno de gel. Odiaba el gel. También movía las piernas, de modo que se realzara su trasero.

-Una hora... Sólo eso me hace falta para dejarte exhausta...

Rey rio, coqueta. No le había hecho la más puta gracia.

Su mirada por un momento se desvió. El muchacho ya no estaba, y el hombre de los 40 se había quedado sólo, tomando un trago y chequeando cosas con su móvil.

Cómo si el instinto y la suerte vinieran de la mano teniendo sexo fuerte, alguien tocó el hombro de la chica. El gordo gruñó, y Rey se giró.

-Queen, alguien preguntó por ti.

Una de sus compañeras, Yena la miró. Tenía una situación de vagancia, y de sexo y dinero fácil para vivir. Era pelirroja, y bien proporcionada. Su nombre de noche: Foxy.

-Ve a las recámaras, se van a enojar contigo si no.

Rey miró algo confundida al hombre, y se levantó. Éste quiso protestar, pero Yena ocupó su sitio en las piernas del señor, y entonces éste se cayó. En pocos segundos, ya estaban en la "parla caliente".

Estaba tan confundida, pero caminó. Se habían hecho las 3, según preguntó al pasar por una barra, y no vio a nadie en específico que se hubiera fijado en su baile. No protestó, pero sintió una extraña curiosidad. Una vez llegada a los cuartos, le informaron que ya habían solicitado una noche entera con ella, y que la esperaban en el cuarto. Se sintió molesta por esto, pero el malestar de los mareos, el hambre, y el dolor de cabeza le impedía ponerle más esfuerzo a lo que hacía.

Rey esperaba a algún gordo adinerado que se quedó pensando en ella. Pensó en algún viejo cliente que volvía luego de algún viaje y recibía su dosis de sexo. Imaginó a algún idiota con vergüenza de solicitar a una bailarina una hora luego de su acto... Pero jamás imaginó encontrarse con aquellos llamativos ojos.

Se sintió perdida. Cómo si encontrases un pedazo de paraíso en el infierno. Un paraíso sereno, y de mirada amable. Un paraíso verde...


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