- Alejandro – Cuando escuché su voz, mi cuerpo se paralizó al saberse descubierto por ella. Escondí mi cara en el abundante pecho de la rubia sobre mí, mi "amada" prometida y respire un par de veces rápidamente antes de mirarla directamente a los ojos.
Al hacerlo ví en ella el primer dejo de alejamiento, había una clara muestra de disgusto por la situación, pero ya no estaba ese dolor y esa angustia que siempre habitaba en su rostro cuando me veía con ella. Eran esos sentimientos los que me habían arrastrado a seguir viendo a la rubia, quería que Alejandra, mi flamante esposa - Ex esposa - sintiera todo el dolor que me había ocasionado cuando no confió en mí.
- Nos vemos después – Dije tajante a la mujer que intentaba abrazarme como si su vida dependiera de ello. Juliana se puso de pie enojada y cansada de la situación, más allá de que había conseguido el "titulo", aun nadie, ni yo, la consideraba la señora Martínez o, la próxima a serlo. Dando un portazo nos dejó solos. Mariana miro la puerta por donde salió ella con un gesto de burla tatuado en su rostro. Era lógico, la actitud era por demás inmadura.
- ¿Para qué necesitabas hablar conmigo? – Se sentó frente a mí y cruzo las piernas de una manera segura, sin importar que la falda que llevaba se levantara por sus muslos y me mostrara más piel de la que era correcto. Ella siguió mi mirada y en silencio sé que se marcó un tanto a favor cuando noto mi deseo.
- ¿Los Gurrea? – Le pregunté y vi rápidamente el cambio que hizo su cuerpo ante el tema; se enderezó y su ceño se frunció de una manera demasiado sexy para ser legal. Los Gurrea eran los hombres que dirigían una empresa gastronómica familiar que llevábamos hace varios años intentando comprar, convencidos realmente que siendo parte de nuestra empresa generaría más ganancias de lo que lo hace ahora.
- ¿Cena en casa? – Su pregunta me trajo a la mente miles de recuerdos de nosotros planeando cenas para socios o posibles clientes, antes yo me dedicaba a llevarlos de fiesta y en medio de los tragos los terminaba convenciendo de que firmaran. Muchas veces había cerrado tratos así, pero desde que Mariana llegó a mi vida esas veces se multiplicaron por modos un poco más "legales" como le gustaba llamarlos mientras preparaba la cena.
- ¿En casa? – Retruque con una pregunta, ella se ruborizo levemente y rápidamente comenzó a aclarar la situación.
- Quiero decir en mi casa – Bajo la cabeza, de repente concentrada en cómo se veían sus dedos sobre sus muslos.
- Pero dijiste en casa, como si fuera aun de los dos – Respondí despacio mientras me acercaba a ella, nerviosa se recostó más sobre el espaldar generando una sonrisa pícara y medio burlona en mi rostro.
- Es la costumbre, Mariano – Se puso de pie y se alejó rápidamente de mi agarre – Lo que sí, es que si cenamos en MI - remarcó con intensión esta palabra – casa, te pido que te marches con los Gurrea cuando todo termine y no intentes buscar la forma de quedarte para luego hacerlo en medio de la noche – Y ahí, por fin, estaba el palo que espere desde que ingreso a mi oficina. Su pose de superada al principio fue tan creíble que dude por un momento que aún le importara, pero verla allí, frente a mí con sus brazos cruzados sobre su pecho y su labio inferior levemente temblando; supe que aún en ella existía así sea un poco del gran amor que nos habíamos jurado. Aun cuando por su culpa todo terminó.
- Esta vez, Marianita – Mencioné su nombre de la manera que más detestaba – lo haremos a mi manera – Sus labios dibujaron un NO en silencio, rechazando aún si terminar de decirlo, mi idea – Si, sí. Ya está todo arreglado.
- Vos te volviste realmente loco – Me espeto con un tono de voz alto y yo reí, feliz, en silencio – Hemos trabajado en esto por casi dos años, Mariano. No podemos arruinarlo por llevarlo a uno de esos boliches de mala muerte donde acostumbras ir – Se plantó frente a mí, con seguridad y enojo. Tan sexy, tan mujer que no pude evitar poner mis manos en sus caderas, ella al notar esto dio un paso hacia atrás y arrepintiéndose se acercó aún mas a mi cuerpo para luego estallar su mano abierta en mi cara.
ESTÁS LEYENDO
Ecos de Amor
RomantikNo hay nada tan ensordecedor como el eco de aquello que te hizo feliz.