Abrí los ojos despacio, los párpados pesados como nunca parecían resistirse, rehacios a encontrarse nuevamente con el espacio de al lado de la cama vacio. Dicen que ojos que no ven, corazón que no siente pero yo en particular, no lo creía; porque aun cuando mi cuerpo entero se resistía a ver y comprobar que él nuevamente se había marchado, mi corazón ya lo sabía y aunque quería creer que no importaba, que ya estaba acostumbrada a que actuara de esa manera, tenía que admitir que aún sentía morir.
Me senté en la cama y vi el desastre que había alrededor, mi ropa desperdigada haciendo un camino hasta donde estaba, era la muestra clara del apuro que habíamos tenido anoche para entregarnos uno al otro. En el borde del colchón, perfectamente doblada, se encontraba la camisa blanca que él había vestido, extrañada y tentada como nunca me acerque a ella, vistiendo solo mi tanga de ese mismo color, me la coloque y abroche la mitad de los botones, tome el cuello de la misma y lo acerque por varios minutos a mi nariz. Extrañaba tanto su aroma.
- Seguramente tenías otra, limpia y planchada aguardando en el auto - Le dije a mi reflejo, sintiendo que se lo reclamaba a él, en forma de camisa sobre mi cuerpo - Siempre tan malditamente preparado para huir.
Sorprendida por la poca luz que entraba al lugar, pese a que las paredes estaban de piso a techo, cubiertas por ventanales, me dirigí hasta donde había dejado el celular.
- Tres de la mañana - Repetí la hora en forma de mantra, aun un poco sorprendida porque se hubiera marchado a mitad de la noche que por primera vez no hubiera esperado a que amaneciera para escurrirse en silencio por la puerta, borrando cualquier muestra de haber estado allí hasta tan solo horas atrás - Maldito.
Horas atrás...
- Maldito - Le grite al microondas cuando haciendo un extraño ruido, dejó de funcionar dejando mi cena completamente helada - Maldito, maldito - Continué gritándole mientras intentaba comerme esa insulsa pasta que además de fría, estaba simple - Ya regreso - Le prometí al plato a medio comer después de escuchar el sonido del timbre de casa.
- Hola - Me sonrió él ampliamente, "estúpida" me grite en el interior mientras me recriminaba no haber usado la mirilla de la puerta antes de abrir - Te traje comida - Comentó mientras ingresaba, sin necesitar invitación. Como tantas veces atrás, la diferencia, es que antes él tenía las llaves del lugar. Y de mi vida.
- ¿Qué haces acá? - Quise saber después de un momento de verlo en silencio servir nuestra comida china favorita.
- Te traje comida - Levanto el plato mientras seguía hablando - Necesitaba verte y hablar contigo.
- Nos íbamos a ver igual mañana - Le recordé mientras me acercaba - Además no necesito tu comida - Enrolle unos fideos en el tenedor que había dejado sobre el plato - Porqué si no ves ya tengo todo listo - frio y simple, pero listo
Él me miro con la burla tatuada en su rostro, nos conocíamos mucho e íntimamente como para saber que odiaba la pasta, a menos de que ésta estuviera acompañada por una grasosa salsa bolagnesa y una buena copa de vino. Erguí mi pecho lo más que pude, aun cuando se enmarcaran más mis redondos senos bajo mi camisa de seda y en busca de algo de dignidad estire uno de mis brazos indicándole la puerta, esperando de verdad que se marchara, logrando simplemente una ligera y sincera carcajada por parte del hombre.
- No voy a irme, Alejandra - Pronunció mi nombre y mis piernas le cedieron terreno, débil - vas a cenar esto - Tomo el plato que estaba en mis manos y lo cambio con rapidez por uno de los que él había recién servido - vamos a hablar y, si tengo suerte, quizás pueda yo comer- enarco una ceja perfecta - te.
- Muy gracioso, Alejandrito - Respondí mientras comenzaba a disfrutar del primer bocado de lo que él había traído. Me reproche disfrutarlo tanto.
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Ecos de Amor
RomansaNo hay nada tan ensordecedor como el eco de aquello que te hizo feliz.