Nacimiento

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Hace 16 años...

En un pequeña habitación de un convento de España, para ser mas concretos: Sevilla, una mujer acababa de dar a luz, con la sola ayuda de una compañera.
La mujer, dura como un roble, sabía perfectamente quien era el padre, pero por nada del mundo quería saber nada de él, pues después de enamorarla y utilizarla de la manera mas ruin posible la había tirado a la basura como si de un simple desperdicio se tratase. No, no quería volver a saber nada de él, y tampoco quería tener consigo nada que le recordase a ese asqueroso pirata, aunque eso consistiera en no saber nada de aquel bebé que rompía en llanto, envuelto de sangre, sobre los brazos de su compañera.

Un par de días después, cuando la mujer sostenía en brazos a su pequeña y, observaba sus facciones tranquilas se daba cuenta de que aquella pequeña criatura se parecía mucho a su padre; tenia sus mismos ojos. Cada vez que contemplaba al bebé y sus inocente mirada se clavaba en la de ella miles de recuerdos y momentos vividos surcaban su mente, las lágrimas inundaban sus ojos y bajaban por sus mejillas mientras la niña, cerraba los ojos quedándose dormida.

La mujer dejó sobre la cuna a la pequeña y mientras la observaba dormir agarró su cruz que siempre llevaba de colgante y se la acercó a los labios dejando un leve beso.

-Perdoname por esto-. Dijo en un leve murmuro y seguidamente se fue hacia la mesa, sacó bolígrafo y papel y comenzó a escribir una nota.

Tras terminar de escribir llamó a su compañera y le puso a su hija en brazos, tendiéndole también la nota que acaba de escribir.

-Quiero que la llevéis al orfanato mas cercano que encontréis y la dejéis allí, con esta nota-. Ordenó la mujer.

-Pero... ¿estáis segura?-. Le preguntó algo desconcertada su compañera.

-Si -mintió- iros ya antes de que sea más tarde-. Le volvió a ordenar, pero antes de dejar marchar a su compañera se acercó a la niña y dejó un suave beso sobre su frente, a lo que el bebé se removió e hizo un leve puchero antes de comenzar a sollozar.

La mujer se dio la vuelta rápidamente, no podía verlo, no podía ver como se alejaba, la culpabilidad le había empezado a invadir el pecho e impedía las ganas de llorar mordiéndose el labio inferior, pero no serbia de mucho, pues las lágrimas sin sus ordenes recorrían sus mejillas, terminando en el precipicio de su barbilla.

Mientras su compañera mecía en sus brazos a la pequeña niña, intentando calmar su llanto, andaba bajo el cielo de terciopelo cubierto de estrellas, camino a un orfanato que conocía, el cual no tenía muy buena crítica.
Al llegar a la verja donde arriba, en grande, confirmaba que había llegado a su destino, abrió la puerta, escuchando los chirridos que esto conllevaba. Ando hacia la puerta principal subiendo un par de escalones y, al llegar, con un suspiro y un remordimiento de conciencia, dejó a la niña en el suelo, con la nota al lado, y llamó un par de veces a la puerta.

-Buena suerte, Mia-. Le dijo por última vez al bebé antes de salir de allí.

Hija InesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora