Maxon Schreave.

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Illéa era un país joven, por supuesto. Los estragos de una inminente guerra provocaron cambios irreversibles en todo el mundo. Y por supuesto, trajo consigo el resurgimiento de la monarquía y el estúpido sistema de castas que dibujaban líneas invisibles para separar a los ricos de los pobres. Para agregarle más sabor al asunto, existía un absurdo concurso: la selección. El fin era encontrarle esposa al futuro monarca.

Mi nombre es Maxon Calix Schreave, tengo 18 años y recibí la carta para inscribirme en la selección por estar en el rango de edad. 

— No lo entiendo —dijo Astrid —. El príncipe Kota es el que debería tener una Selección.

—Pero no es así, Astrid —replicó mi padre un poco orgulloso porque yo fuera el mayor en la casa—. Este es el momento de Maxon. 

Puse los ojos en blanco al escuchar su estúpido sueño. Es cierto que el príncipe Kota debía ser el heredero, pero después de que él, y su hermana la princesa Kena, renunciaran a la corona, la responsabilidad cayó en los hombros de la princesa America. Debo admitirlo, ella era hermosa. Larga cabellera rizada y pelirroja, ojos azules como el hielo y rasgos delicados. Pero no era más que eso, una cara bonita en un cuerpo rígido y con una personalidad estirada. Decidí dejar a mi familia y corrí a mi habitación para tomar mi vieja cámara y salir a pasear a los alrededores de Carolina mientras tomaba instantáneas de nuestra decadencia. La Selección seria la red perfecta para sostenernos por un rato, pero, dudaba que la princesa llegara a elegirme. Era un Cinco, que mantenía a una familia de seis integrantes gracias a su sueldo de fotógrafo. Mi hermana Hailee, era la mayor, quien se había casado con un Cuatro, por lo cual nos dejó a su pesar al ascender de Casta. Yo era el mayor de la casa, después de mi seguía Astrid, con su larga cabellera que había heredado de mi madre. Maven era el cuarto, era idéntico a mí en todo, hasta el mismo cabello color miel y los ojos café claro; por último la pequeña Helena, esa pequeña que enamoraba a cualquiera con su tierna sonrisa. Astrid y Maven cautivaban a las familias de Doces y Treces gracias a las hermosas melodías que creaban con el piano, violín y guitarra. Mientras que Helena y mamá cantaban en el centro por unas cuantas monedad que al final del día, servían mucho para nosotros. Yo retrataba a las parejas y papá esculpía grandes edificios en hermosas estructuras a escala. Yo no quería ser príncipe, no quería dejar a mi familia abandonada. Simplemente no.

— ¿Recuerdan a los Greenwood? — preguntó sonriente. Todos asentimos, claro que recordábamos a la familia de Doces, la única que nos trataba como seres humanos y no como esclavos —. La señora Grace cree que Maxon tiene más madera de príncipe que sus propios hijos. 

Park y Jason Greenwood tambien recibieron la carta, se encargaron de gritarlo a los cuatro vientos.

— Papá...

— Vamos, Max, esta es una oportunidad que no podemos dejar pasar.

En pocas palabras, si existía alguien que pudiera sacrificarse y así conseguir estabilidad económica en la familia... Era yo. 

— Leí la carta hace un rato, cumples con todos los requisitos, es cuestión de llenar el formulario y llevarlo a la oficina de correos.

Helena, la bebé de la familia, olvidó su cena para prestar atención a la charla de adultos.

— ¿Maxie será un príncipe?

— Aquí la princesa eres tú.

Los adorables ojos chocolate de Helena se iluminaron, la pequeña adoraba los cuentos de hadas.

— No sé porque no te hace ilusión — siseó mi padre, cansado de mi actitud negativa —. Vivirás en un palacio, comerás bien y tendrás ropa decente. Cosas que, si llegas a ganar, serían de por vida. Las personas besarían el piso donde pases.

The Prince (Actualizando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora