6. VAYA PELÍCULA

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Recuerdo una de las veces en las que fui al cine con Carol. Tendríamos quince años y nos encantaba salir por ahí.

A ella le gustaba un chico de clase y muchas veces me proponía que fuésemos al cine a ver una película. Yo me hacía la loca pero sabía que él estaría allí. Lo único que me molestaba es que no me dejara ni opinar sobre qué película ver. Carol hacía lo imposible por enterarse de cuál era la película que Christian iba a ver con sus amigos y allí nos presentamos.

Si al menos se sentaran juntos sería más emocionante. Pero yo la veía a ella como se pasaba la película observándole a él,  fuese de acción, o de terror, porque además me tocaba tragarme una película de esas en las que un virus infecta a la humanidad y un grupo de personas tienen que sobrevivir, u otra en la que tíos con coches persiguen a otros tíos con coches . Casi llegó a gustarme ese cine de entretenimiento. Christian era su película favorita y yo me divertía siendo otra espectadora.

«¿Debería hacer algo?» pensaba muchas de las veces.

Sabía que en cuestión de segundos, mi amiga Carol podría convertirse en la protagonista de su propia película de amor con mi ayuda, pero eso sería injusto para Christian, quien ignoraba que era observado desde tres filas más atrás, o dos pupitres a la derecha si hablamos de clase.

Por otro lado, Carol no sabía de mi secreto. Aún no había sido capaz de compartirlo con nadie. ¿Cómo se tomaría si supiese que puedo controlar sus sentimientos a mi antojo? Nadie está preparado para esa información. ¿Me pediría que la ayudara con este asunto? ¿Saldría corriendo pensando que estoy loca?¿Sería más feliz si pusiera a Carol en los ojos de Chris?

La verdad es que necesitaba compartir mi secreto con alguien, saber otras opiniones. Pero ese no era el momento ni la mejor situación.

Esa vez pude elegir la película, pero resultó que ella sabía que íbamos a coincidir. Me apetecía una de terror. El miedo es uno de los sentimientos que más me cuesta controlar y esa era la mejor manera para experimentar. Lástima que Carol fuera mi conejillo de indias.

La sorpresa es que esa noche, casualidad del destino, la butaca de Carol coincidió al lado de la de Chris.

—Esto... Hola —consiguió decir nerviosa a su compañero.

—Hola —respondió sin más, volviendo la vista a su caja de palomitas ya casi vacía antes de empezar la peli.

Tomamos asiento. Noté como el rubor de sus mejillas y el palpitar de su corazón dibujaban un sentimiento de amor en el aire.

  «Otra película que se va a perder»  pensé comprobando que mi amiga aferraba con los puños su vestido intentando idear un plan para lanzarse esa noche. Casi podía leer sus pensamientos.

La película transcurrió aburrida. Ya no hacen buenas películas de miedo. Todas tratan sobre espíritus o personas que están mal de la cabeza. La mayoría de los sustos eran previsibles, pero siempre había alguien en la sala que se sobresaltaba.

Quise entretenerme jugando con los sentimientos de mi amiga, pero percibí que ella seguía distante en su plan de conquista, así que decidí desviar mi presa jugando con Christian. Mientras no jugara con los sentimientos del amor entre ambos, no habría ningún problema en hacer que el chico pasara una de sus peores noches. Puede que esa noche tuviera que dormir en la cama con sus padres o con la luz encendida.

—¿Qué te pasa? —me preguntó Carol.

—¿A mí?—respondí desconcertada—. Nada.

—¿Y por qué reías?

—Jaja, de nada, perdona—me excusé entendiendo que me había dejado llevar por las emociones de mi macabro plan—. Había recordado algo.

Volvimos a centrarnos en nuestros asuntos. Yo en la película, buscando el mejor momento para dirigir el miedo de Christian, y ella en él mismo.

Ocurrió en una escena muy oscura. El protagonista cruzaba un pasillo con un encendedor en la mano como única luz. La madera del suelo chirriaba a sus pies. Un reloj marcaba las doce de la media noche. De repente, una puerta en el centro del pasillo comienza a abrirse. El protagonista emprende su camino lentamente sin apartar la mirada. Nadie con dos dedos de frente sería capaz de aventurarse en la oscuridad, en una casa desconocida, y con un mechero como única arma de defensa. Los pasos resonaban en la casa. La puerta seguía abriéndose lentamente mientras él se acercaba. Extendió la mano para agarrar la manivela. Casi se podía mirar al interior de la otra habitación, pero también estaba oscura.

Fue ahí cuando lo percibí. El olor era diferente al que estaba acostumbrada, pero la sensación era la misma. Observé mi mano como si pudiera agarrarlo. Imaginé el sentimiento envolverse entre mis dedos como su tuviera luz propia.

El protagonista agarró el picaporte de la puerta dispuesto a abrir. La música dejó de sonar. La tensión casi se podía cortar.

Y apreté el puño con fuerza al mismo tiempo que escuchaba alguien revolverse en su asiento.

De pronto, la puerta se cerró, provocando un gran estruendo. La llama del encendedor se apagó.

Pude comprobar como Christian había sobresaltado en su butaca. Carol le estudiaba extrañada.

La escena aun no había acabado. El hombre encendió de nuevo el mechero tras varios intentos y, cabezón, insistió en abrir la puerta para descubrir lo que había al otro lado. Ésta abrió fácilmente. Empujó lentamente como si no hubiera ninguna prisa en descubrir el pastel.

Notaba ese sentimiento de miedo en mis manos. Creí poder moldearlo con ellas. Podía estirarlo, darle forma, encogerlo,...

La habitación estaba vacía. Al fondo había un espejo y en él se podía ver el reflejo del protagonista y la luz del encendedor.

Intensifiqué el miedo al mismo tiempo que el hombre se  acercaba al cristal. Observé como las uñas de Christian intentaban hundirse en el reposabrazos. En breve lo arrancaría.

Fue en ese momento, antes de que toda la sala explotara en un grito de terror, cuando otro nuevo sentimiento se incorporó al juego. Resultó bastante extraño, pero divertido.

Carol había puesto su mano sobre la de Christian como si hubiera advertido su sufrimiento y quisiera protegerle. El tacto de sus manos provocó una nueva sensación en él que no pasó inadvertida. Sus miradas se cruzaron por primera vez y sus endorfinas comenzaron a aflorar. Notaba como envolvían el ambiente, convirtiendo en minúsculo lo que poseía entre manos. 

Y ni el rostro de esa niña detrás del reflejo del hombre, ni cuando fue empujado contra el cristal que acabó en mil pedazos, ni cuando toda la sala gritó asustada, pudieron desviar su atención el uno del otro.

A veces, el sentimiento de protección prevalece sobre otros y ayuda a crear otras emociones placenteras que acaban confundiéndose con amor.

Pero yo sabía que la llama se estaba encendiendo entre los dos. Yo solo quise acelerar el momento. Sentí la magia que se estaba formando entre los dos, la cogí entre mis manos, y formé un nudo para que se convirtieran en una y jamás se pudiesen separar. Fue entonces cuando me percaté de que la película de terror se había convertido en una de amor cuando los dos se perdieron en un apasionado beso.

Me gustó el final de esa película. La de miedo no, la de mi amiga, pues hoy en día siguen juntos, y son la pareja más bonita que he conocido en la vida.

No quisiera terminar esta anécdota sin decir, y esto me da vergüenza, que la situación se me fue un poco de las manos esa tarde, pues nadie de los allí presentes recuerda el final de la película, pues todos se pasaron a disfrutar del sentimiento de amor que se respiraba en el aire y lo experimentaron con sus parejas, o quien se encontrara al lado de la butaca. Suerte que a mi lado no había nadie y al otro ya estaban entretenidos.

Disfruté viendo como mi mejor amiga había encontrado el amor, y yo, repito, no había tenido nada que ver.

Stop feeling [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora