Y ahí estábamos esa luminosa mañana dominical, con muchos sueños pendientes, con las pronunciadas ojeras del agotamiento, esperando a que llegaran los equipos para la grabación del comercial. Era incómodo estar a solas con Pete. No teníamos de qué hablar. podríamos haber conversado del bosque, pero él insistia en olvidarse de todo aquello.
Cuando faltaba poco para la diez el gordo empezó a impacientarse, miraba el reloj cada vez con más frecuencia, se llenó la boca de chicle y encendió un pucho.
-Voy a buscar a la Pupi - anunció-. Seguro que se quedó dormida.
Partió en su Audi. Me dio gusto quedarme solo y tener otra vez el bosque entero para mi. No duro mucho la calma. al poco rato llegaron un furgón utilitario, uuun jeep y una camioneta cargados de focos y cámaras. Él director, Enrique Rojas, bajó del Cherokee, crispado, tenso.
-Desgracia, desastre, catástrofe total! -aulló-. Aquí mismo termina mi carrera, la productora revienta y nos hundimos todos por culpa de un imbécil.
No le di importancia. Por algo le dicen el Nervio Rojas. Debería figurar en él libro dje récords Guiness como el director más neurótico de cine comercial.
-¡Es la quiebra, él descalabro, la debacle misma! -gritó estrujándose las manos-. Eso me pasa por aceptar imposiciones de casting -se lamentó en seguida dirigiéndose a mí: - Si me dan un comercial, yo soy él director y yo respondo por él. Por lo tanto tengo que trabajar con gente de mi confianza.
Me encogí de hombros, tenía sueño y no entendía nada. Mi indiferencia enardeció otro poco a rojas que necesitaba descargarse contra alguien.
-Ustedes me impusieron a Mauro Bertoni ¿querían un rubiecito angelical? Ahí lo tienen -dijo señalando hacia él interior del jeep-. No se puede trabajar con él. ¿Sabías que le dicen Mauro Reventoni?
Miré por la ventanilla del Cherokee. En él asiento de atrás esatab tirado Bertoni con él traje de príncipe tan estropeado como él. Seguro que se lo había puesto para ir a una fiesta de disfraces. Tenía manchas de vino y mayonesa por todas partes. Roncaba con la boca abierta. Su aspecto desastroso permitía adivinar las dimensiones de la farra que se había pegado.
-A las cinco de la mañana lo fuimos a sacar de un carrete -explicó él ayudante de producción-. Yo advertí que no le entregaran él vestuario él día antes, pero a uno nadie le hace caso.
En eso llegó Vero en su Pequeño autito japonés. Traía un termo repleto de café.
-Hay que despertarlo, levántenle un poco la cabeza-dijo y trató de hacerlo ingerir el líquido humeante y espeso.-¡No me lo trago, no me lo trago!- masculló Reventoni atorándose y escupiendo café por la boca y las narices.
-Parece que por lo menos se aprendió el libreto-acotó Vero
-¡Cuidado con el traje! -chilló Enrique.
El disfraz ya estaba hecho un asco. Un poco de café podía incluso ayudar a disimular las manchas de trago y de palta. Verónica, implacable, hacía pasar el brebaje desde el termo a la garganta de Reventoni, hasta que éste empezó a quemarse por dentro y devolvió dos flujos negros que anegaron la brillante tela de utilería.
-Ahora sí que estamos bien -comentó rojas, fatalista-, con un príncipe borracho, chorreado, revolcado.
En eso llegó Pete con la Pupi. Ella traía una espantosa cara de sueño.
-¿De quién fue la idea de grabar un día Domingo de madrugada?-refunfuñaba. La maquilladora comenzó a trabajar para quitarle las ojeras, mientras Vero hacía lo posible por desmanchar el traje de Mauro, salpicándole de paso la cara con agua, a ver si despertaba.
El Nervio Rojas se paseaba sobre cargado de energía, como una torre de alta tensión. Nadie se hubiera atrevido a tocarlo por miedo a recibir una descarga de corriente. En uno de sus arrebatos agarró a Reventoni del pelo y le hundió la cara en la acequia. El pobre y triste príncipe se puso a patalear y forcejeó hasta salir medio ahogado y estilando.
Le costó recuperar el resuello, pero cuando volvió a respirar en forma regular, por lo menos ya podía tenerse en pie. Su aspecto, sin embargo, no era nada principesco. Tenía el traje embarrado y el pelo chorreando; tiritiba como un quiltro bañado a la fuerza. Vero empezó a secarle la chasca y después a peinarlo. Entretanto, la atmósfera recuperó algo de su apacible quietud dominical cuando el Nervio se fue con la Pupi para grabar la parte del argumento que ocurría al lado de afuera del bosque.
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rockeros celestes
Randomeste libro lo escribo por aquí pq tuve prueba de el y aqui no estaba (leo mas rápido por el celular ) aparte este libro me gustó, es de darío oses y....eso