Marlboro

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Fue en octubre, las hojas caían entre los carritos de compra y las mujeres compraban toallas femeninas. Después de una relación fallida, sentado en la bodega, fumando, Cameron esperaba los dos minutos restantes a su turno diario. Salió y apagó el cigarrillo con la suela de sus botas industriales, las cuales le gustaban mucho. Caminó sobre el húmedo asfalto del callejón de la salida trasera y una silueta le saludó.

— Tenemos que hablar —dijo el hombre, algo corpulento. Se acercó a Cameron

— Mierda, no —Cameron dio un paso atrás

— ¿Por qué me huyes?, odio que lo hagas —insistió Alex. La silueta se había convertido ahora en un hombre alto y moreno.

— Olvídalo, tomaré otro camino —respondió Cameron.

— Yo te llevo, mi auto está ahí —el silencio cubrió incluso el ruido citadino de una noche de viernes —Vamos.

Alex tomó a Cameron de la mano y terminó accediendo a la oferta, caminó junto a su ex novio. Luego del amor que le había hecho y tanto había disfrutado, el odio se vio florecer.

— ¡Maricón! —bramó arrojando a Cameron contra el muro.

Los pies Alex habían golpeado casi todo el cuerpo de Cameron, yaciendo en el suelo aún con sangre en su boca y nariz, vio borrosas las figuras de otra pelea. Luego que Cameron hubiera tomado control de su respiración, sintió unos huesudos dedos en sus brazos, que lo ayudaban a caminar, era Jake, su compañero de trabajo, que había quizá salido detrás de él y había presenciado la pelea.

Ya incorporado, Cameron tomó la decisión de llorar, incluso frente a su misterioso compañero de ceño fruncido. Jake sacó un cigarrillo y ofreció a Cameron, pero sus pulmones no daban para más. Luego de un profundo suspiro de cansancio, Jake comenzó a fumar, casi como si quisiera fumarse la vida.

— Qué vergüenza —dijo Cameron mientras respiraba hondo.

— Al menos no era una puta —inquirió Jake.

— Ojalá hubiese sido una puta —respondió Cameron luego de un breve silencio.

— Yo no juzgo, amigo —dijo exhalando Marlboro —pero eso no me gustó nada.

— A mí tampoco —un silencio se estableció luego de las palabras de Cameron.

— ¿Lo amas? —preguntó Jake, cortando la tensión como una rebanada de pastel de moras.

— Lo hice —confesó Cameron.

Jake lo miró cuando hubo terminado su cigarrillo, meneó la cabeza y lo arrojó al húmedo asfalto. Frotó sus manos una contra otra y esperó a Cameron. Esperó mucho rato, y pudo haber esperado más, hasta que él se hubiera tranquilizado. Casi en silencio, Cameron le agradeció y se marchó; desde esa noche Jake no era el mismo, aunque tampoco Cameron.

Ya en su casa, Cameron se recostó en su cama, la cama que había compartido con el sujeto que le había roto la cara momentos antes. Casi como si nada, se levantó y se miró al espejo: el dolor volvió. Casi como en un montaje de Hollywood vio a su madre diciéndole que no podía jugar con las muñecas de su prima Judy, que no podía usar las playeras de papá como si fuera una peluca, también que el pintalabios no era para los barones, aunque furiosa, también podía verle defendiéndolo de su padre arrojándole botellas de alcohol y llamándolo un marica. Las lágrimas volvieron luego de que alzó sus cejas y corrió a la tina. Esa noche fue una de las peores de su vida, aunque no de las más tristes.

Intentó no pensar, aunque como todos los primeros intentos del otoño, fracasó rotundamente. Se sumió en las almohadas y se sumergió aún más en su soledad y la buena música. Lo peor de una vida como la del pequeño Cameron era que no había a quién contarle sus triunfos ni sus pérdidas. Víctima de un lunes tormentoso en el que escapó de su casa a los 19, había logrado ya consolidarse en el reino de la estabilidad juvenil, a sus 22, trabajaba y vivía sólo en un departamento que bien podría pasar bajo el estilo vintage.

Lo que Cameron necesitaba eran unos brazos, unos labios, una barbilla, un largo cuello huesudo y un corazón para amar.

Luego de un tormentoso fin de semana entre apio y cebolla asada, Cameron logró recuperarse, aunque los moretones en su ojo izquierdo no habían desaparecido. Llegó a su empleo con la motivación por el suelo, igual que la autoestima, pero algo mejor que ayer y que el día anterior. Miró el suelo durante su trayecto de la entrada a la bodega, donde registró su asistencia y se sentó sobre un costal a fumar mientras se quitaba su suéter y dejaba ver su chaleco de empleado. Dieron las 8:00 y apagó su cigarrillo, emprendió su travesía en lo obligatorio.

Saludó a sus compañeros, quienes vieron con horror su rostro, aunque él no le dio importancia. Luego de un día lleno de acomodar latas, registrar empaques y cotizaciones, en el almuerzo vio a Jake, quien con su rostro de ceño fruncido logró distraer a Cameron de su monótono sándwich de pavo horneado en la salida trasera, a Cameron le encantaba comer en la salida trasera, amaba el otoño.

— Me gusta el pavo —inquirió Jake mientras buscaba una cajetilla en su chaqueta. Cameron le ofreció un poco con un ademán, inclinando el baguette a hacia él.

— ¿Por qué fumas tanto? —preguntó mientras Jake daba una mordida

— Tú también fumas

— Sólo dos al día, pero no los martes y jueves —dijo, Jake sonrió

— ¿Por qué los martes y jueves?

— Días de crisis —respondió

— Yo también tengo crisis

— ¿Los martes y jueves?

— Toda mi vida es una crisis —respondió Jake, Cameron sonrió.


Two Fingers [Gay/Yaoi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora