●1● Algodón De Azúcar.

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Capítulo 1: Cotton Candy.

Narrator's POV.

Años antes...

Bella puede tomar otra foto antes de que el rollo se acabe, y ella hace un berrinche en su sitio cuando esto ocurre.

-¡Bella, cariño! -grita su madre- ¡Deja en paz esas flores!

-¡Oh, mamá! -se queja- ¡Se acabó! -corre hacia la entrada de su casa y, en una de las grietas del pavimento irregular, su pie se atora.

Ella ya está llorando desde antes de caer al suelo. Sus rodillas están raspadas, sangrientas y llenas de tierra; su vestido está arrugado y sucio; su rostro rojo del dolor y húmedo por las lágrimas. Su madre viene hasta ella lo más rápido que puede y se hinca junto a ella.

-¿Estás bien, te duele? -pregunta.

Bella se tranquiliza.

-No. Fue solo... -se sienta en el suelo- Es la rodilla.

Cuando por fin se levanta, una gota de sangre queda sobre el pavimento.

Entra cojeando a casa. La cámara, por supuesto, no sobrevivió la caída. Esto hace que Isabella sufra por las fantásticas fotos que había tomado.

Ella está haciendo un mohín frente a su madre mientras, fuera de casa, en la acera, el predador toca la gota de sangre aún fresca y se moja los labios con el líquido rojo; la punta de la lengua rosada se asoma para degustar el sabor.

Se limpia el resto con un pañuelo de lino y se lo guarda en el bolso interno de la americana.

Su paso es cadente, pero de zancadas largas. Él no tiene apuro alguno por alejarse de la casa de su presa. Es más, él disfruta oírla gritar y llorar cuando su madre le pone alcohol sobre la herida. El predador desea poder caminar hacia el porche y tocar el timbre, para poder ver los ojos cristalinos y rojos de su princesa de algodón. Cierra el puño con fuerza para no hacerlo; atraviesa la calle y saluda a una mujer que está regando su pasto con especial dedicación.

Si la mujer hubiera prestado atención, hubiera visto que él tiene ojeras profundas y un temblor nervioso en las extremidades, producto de toda la cocaína que aspiró la noche anterior.

Él continúa su camino calle arriba, y cinco cuadras después llega a la plaza, en donde toma el subterráneo.

Su mirada pone nervioso a más de uno, a pesar de que él nunca mira a nadie. Él le sede el asiento a una mujer embarazada y da un dólar a un pordiosero pidiendo limosna en las escaleras de salida. Sin embargo nadie se atreve a mirarlo fijamente, por temor a encontrarse con sus ojos, que ellos vaticinan son mortales.

El predador sube las escaleras con manos ocultas en la chaqueta; compra el periódico y un café americano en el lugar de siempre.

La entrada de su casa es una puerta de madera oscura; el resto es ladrillo rojo. Cuando él se sienta en una de las sillas, extiende el periódico y, mientras bebe su café, revisa el obituario. Esta mañana dos chicas, casi niñas, de la misma edad que ella , han muerto. Él echa la cabeza hacia atrás y aspira el olor a muerte. Para el predador, esto es algo casi sublime.

Gira su rostro hacia su cama y la imagina ahí, atada de pies y manos, mirándolo con ojos grandes y acuosos.

Hace una mueca cuando esta imagen mental no lo complace.

Su princesa, tan pequeña y dulce, no podría jamás ocupar una cama como aquella: sábanas grises y colcha de cuadros verdes.

Tendría que comprar nuevas. Unas de color menta y rosa que resaltaran los rasgos castaños de Isabella.

Sus dedos pican por tenerla ahí, con él, siempre dormida con una sonrisa en los labios.

OoO

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⏰ Última actualización: Sep 28, 2015 ⏰

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