Lily, hoy nos mudamos.

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-Lily, despierta. ¡Lily! ¡LILY, HOY NOS MUDAMOS! ¡Por Dios, despierta!- Petunia abrió la puerta con un estruendosos sonido mientras yo seguía acostada abrazando mi almohada como si de ello dependiera mi vida. No me quería mudar pues, pues llevaba mis 10 años en el número 15 de St. Street. Aunque yo era muy introvertida y casi no tenía amigos, extrañaría la cocina donde rompí mi primer plato, extrañaría la escalera donde me caí por primera vez, extrañaría el patio donde aprendí a caminar.
-¡Hey! ¡YA LILY!- mi hermana me sacó de mis pensamientos zarandeándome de un lado a otro.
-¡¿Qué quieres?!- la empujé con mis piernas y me paré. La señalé a ella y luego a la puerta con un dedo acusador, entonces Petunia salió arrastrando sus pies y mirando al piso. La puerta se cerró inmediatamente.
Me miré en el espejo y mi pelirrojo cabello estaba muy despeinada. Me dirigí al baño con paso decidido y me di una larga ducha. Salí y me vestí sin apuros analizando cada rincón de un cuarto lleno de cajas marcadas con palabras como: ropa, juguetes, zapatos, libros, etc. Nos iríamos a Cokeworth, a una casa no muy grande cerca de un lago con un pequeño bosque alrededor.
Salimos en nuestro carro y viajamos por unas 2 horas hasta llegar a un pueblito donde la plaza dividía el lugar en dos: uno sombrío con un letrero roto y viejo con  "La Hilera" grabada en él. Esta parte era muy oscura y tenebrosa. Y el otro muy iluminado y provocaba felicidad a la persona que mirara ese hermoso lugar.
Llegamos a nuestra nueva casa. Era grande con un pequeño jardín el frente. Entramos. Estaba oscura y llena de polvo. Entonces, subí corriendo y cuando llegue arriba, vi un largo pasillo que al final tenía un baño; en el medio, la entrada a dos habitaciones iluminadas por grandes ventanales; y a mi lado, el gran cuarto principal. 
Emtré en la habitación que estaba a mi derecha y allí, tirada en el suelo, una rosa marchita reposaba tranquilamente. Me quedé quieta, observando con atención la negra flor pensando en que si existiera la magia, la indefensa planta volvería a la vida con esplendor.
-Lily, baja a ayudar a tu hermana mayor- volteé distraídamente ante el llamado de la áspera voz de mi madre. De hecho, no la quería mucho, pues me regañaba cuando pasaban cosas raras en la casa como que las luces se apagaran, o que las cosas se cayeran. Siempre había sido la rara Evans, o la mounstuo Evans, o Evans la peligrosa. En el colegio o en la familia todos me trataba así, como la más mismísima escoria. Además, todos los Evans con el cabello oscuro, ojos negros y piel morena; y yo, cabello pelirrojo, ojos esmeralda y piel pálida. Siempre la rara Evans.
Una brisa fría me dio en la nuca y me erizó los pelos. No pude evitar girar sobre mis talones para ver qué ocurría, la flor se había transformado en una hermosa rosa roja. -¿Qué pasó?- corrí hasta la ventana pues estaba abierta. Ahí, parado y cohibido se encontraba un niño pálido con el cabello negro y grasoso cayéndole como unas cortinas sobre su cara. Sus ojos negro brillaban bajo la luz del sol y no pude evitar sonreírle. Él me respondió con una cálida sonrisa y salió caminando feliz y campante.
-¡Lily! Apúrate- caminé hasta la puerta de la habitación y giré para ver la rosa, roja como la sangre. Bajé y la maravillosa bienvenida de mi madre después de mis minutos de ausencia fue una gran caja de ropa que tendría que cargar hasta mi nuevo cuarto.
-Putunia, Lily; busque habitación- y mi madre salió para entrar más cajas.
-La mía es la de la derecha, la tuya es la otra. Ya lo decidí.- dije cortante aunque se tratara de mi hermana mayor que estaba detrás mío luchando con su caja que decía "libros".
-Esta bien,-dijo mi hermana al entrar en su nueva habitación- ésta tiene mejor vista: al lago. La tuya a "La Hilera"- mi hermana cerró la puerta orgullosa y entró en su habitación.
Entré a mi cuarto tratando de no perder el equilibrio y la rosa reposaba delicadamente sobre el sucio suelo. Dejé la caja en el suelo y la puerta se cerró despacio, pero yo ya estaba tan familiarizada con eso que era como si una mosca volara o mi hermana gritara. Recogí la flor lentamente y la dejé en la base del ventanal. Empecé a organizar mis cosas y a eso de las 3, mi cuarto estaba listo para usarse.
-¡Lily! La puerta- bajé después de que el timbre sonó unas 4 veces. Cuando me encontré en el primer piso, vi y la mitad es éste ya estaba listo: la cocina brillaba, el comedor estaba completo, pero la sala iba por la mitad. Antes de abrir la puerta, me vi en el espejo del final del pasillo para observar cómo mi pelirroja cabellera danzaba con el viento que entraba por la ventana de la cocina. Cogí el picaporte y lo giré.
Ahí estaba él. Parado, asustado, sosteniendo un pudín amarillo muy esponjoso que olía a maracuyá. Sus ojos negros brillaban bajo la intensa luz del sol, y en ellos se reflejaban los míos color esmeralda. Su cabello negro y largo caía sutilmente sobre su pálido rostro, mientras me dedicaba una cálida sonrisa. Yo le correspondí.
-Hola- rompí el silencio y escuché como alguien (seguramente mi hermana mayor) se asomaba por la puerta de la sala.
-Ho... Hola- estaba nervioso, tal vez por la presencia de mi hermana. Sus manos temblaban y el pudín bailaba al ritmo de sus movimientos.
-Lily Evans- le tendí me mano pero me arrepentí, porque casi se la cae el postre al tratar de estrecharla. Cogí el pudín antes que cayera.
-Severus Snape, vivo allí- señaló con sus largos dedos un pasillo de la otra parte del pueblo que se veía desde mi ventana- en "La Hilera". Mi mamá mandó el postre. Es pudín de maracuyá-
-Gracias, lo llevaré a dentro. Quédate aquí- llegue al mesón y en el camino, distinguí la flaca cara de mi hermana escondiéndose en la puerta. Corrí para asegurarme que Severus no se hubiese ido, y allí estaba con la mirada perdida.
Al percatarse de mi presencia, se llevó la mano a la nuca y miró sus sucios zapatos que hacían juego con el pantalón negro y el abrigo que llevaba puesto.
-Este... Hmmm... Yo... me preguntaba... si, pues, a ti.... te gustaría salir a caminar con migo- cerró los ojos tal vez temiendo que le pegara o algo así y yo sólo sonreí.
-Claro. ¡Ma..-
-¡No! Ni hablar- mi hermana me acababa de interrumpir y su pálido rostro se veía deformado por la rabia que sentía- ¡No te irás con alguien que ni conoces, Lily!- empecé a caminar hacia la puerta ignorando los gritos de mi hermana-¡LILY! ¡HEY, NO ME IGNORES!- ya estaba saliendo y la puerta se cerraba detrás mío, despacio y con calma- Mamá te prohibió hacer eso. ¡LILY, VUELVE AHO- la puerta se cerró y los gritos de Petunia quedaron ahogados.
-Perdón, ella es así- ignoraba completamente que Severus había visto como la puerta se cerraba sola, pero, al parecer no le importaba, y yo no le daría explicaciones de algo que él no quería entender. Emprendimos nuestro camino y él estuvo a mi lado mientras llegábamos al lago. Una vez allí, nos sentamos a escuchar los pájaros cantar, o al lago susurrar. No pensaba que fuera tan difícil hablar con un niño. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?
-Hmmm, Lily- me miró con sus ojos negros como el carbón- ¿Qué edad tienes? Yo tengo 10, y cumplo el 9 de Enero-
-Yo también tengo 10. Y cumplo el 30 de Enero- no me había percatado que faltaba poco más de un mes para cumplir 11, pues era 27 de Diciembre- cumples pronto, Sev-
-¿Sev?- me miró medio confundido y me asusté.
-Perdón, Severus. Si te molesta que te diga Sev, yo te digo Severus- miré mis dedos que jugaban entre sí y me sonrojé.
-No para nada. Es que no estoy acostumbrado a que me llamen de forma cariñosa- lo miré y nuestras miradas se cruzaron. Los dos reímos. No pensaba que fuera divertido hablar con un hombre. Hablamos, y hablamos, y seguimos hablando. Me contó de que su fruta favorita era la manzana; que adoraba escuchar música; que casi no tenía amigos (igual que yo); que su madre y su padre peleaban... Entré risas y anécdotas, pasaron 1, 2 y 3 horas. Miré mi reloj y ya eran las 6. Además, por el invierno (aunque aquí no nevaba) ya hacía frío. <<Ya es hora de irme>> pensé.
-Severus, tengo que irme- tuve que interrumpir su historia de como una vez le dijo a un vendedor de helados Papa Noel, porque su barba está muy poblada.
-Claro, si quieres, te acompaño. Verás, aquí es un poco peligroso cuando oscurece- sonrió.
-Si, vamos- iniciamos nuestro camino y me mantuve cerca de él con miedo de que en algún momento una cosa negra saliera y nos asustara. Cuando llegamos a mi puerta nos quedamos los dos ahí, quietos, con la mirada fija el uno en el otro.
-Adiós- le dije- deberíamos hablar más seguido- en su rostro se dibujó una gran sonrisa y movió su cabeza de arriba para abajo. Se fue hacia su casa y yo me quedé como boba aguantando frío mientras él se alejaba. En la esquina, se volteó y agitó su mano. Cuando su abrigo dejó de verse entré a mi casa que tenía la luz de la cocina prendida. Subí en silencio y entré a mi cuarto. Me tumbé en mi cama mirando al techo y la puerta se cerró, las cortinas se corrieron y de mi cajón llegó volando mi pijama. Era consiente que eso lo había hecho yo y por eso no le pusé mayor atención. Me cambié y entré en mi cama que ya estaba calentita. Sólo sonreí.

Lily Evans en HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora