1. Infancias de John

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El tiempo destructor, que no perdona obras de poetas ni otra cosa humana, ha destrozado y reducido a polvo muchos cuadernillos y destruido más de un pliego en el que los buenos troveros de antaño se habían esforzado por honrar la memoria de los amantes de Cornualla en la Edad Media.

Hace muchos años reinó en Cornualla una poderosa reina llamada Linda. Tuvo que hacer frente a una dura lucha contra sus vecinos que muchas veces penetraban en su territorio y devastaban sus campos y sembrados.
Alfred Lennon, el señor de Leonís, tuvo noticias de la guerra y acudió en su ayuda. Sirvió a la reina Linda con su consejo y su espada como si fuera uno de sus vasallos porque deseaba conquistar a la bella hermana de Linda, Julia (porque , aquí son hermanas, lol) Cuando se hicieron las paced el rey se la dio en recompensa.

Tras casarse, el señor Alfred regresó a sus tierras llevando consigo a Julia.
No fue largo el tiempo del solaz para los jóvenes esposos; no había transcurrido un año cuando llegaron noticias a Alfred de que su viejo enemigo, el duque Morgan, se había sublevado y saqueaba sus burgos y ciudades. No dudó y marchó a guerrear a los confines de sus reinos. Confió a Julia, que estaba embarazada, a un fiel mariscal y amigo suyo llamado Martin.

La guerra fue dura. Alfred y sus barones causaron grandes pérdidas en las tropas de sus enemigos, pero en uno de los combates Alfred perdió la vida.
Meses y semanas esperó Julia su regreso. Al fin nadie pudo ocultarle la triste noticia. Ni una lágrima escapó de sus ojos, ni un grito, ni un lamento, pero sus miembros se tornaron débiles y flojos; parecía como si su alma, en su deseo, quisiera arrancarse de su cuerpo. Martin no sabía cómo consolarla:
-Reina- le decía-, no queráis acumular los duelos sobre vuestro país; todos cuantos nacen están condenados a una misma muerte. Dios reciba en su seno el alma del rey, nuestro señor, y vele por la salud de los vivos.
Pero la reina no lo escuchaba. Durante tres días esperó reunirse con su señor. Al cuarto, dio a luz a un hijo al que tomó en sus manos diciéndole:
-Hijo, ¡cuánto he deseado verte! ¡Eres la más hermosa criatura que nunca mujer llevó en su seno! Triste te he traído al mundo, triste es la primera fiesta que puedo hacerte, por ti siento tristeza de morir. Tu nombre será John, y tus apellidos serán los de tus padres, para que no nos olvides.
Mientras decía estas palabras lo besaba, poco después murió para reunirse con Alfred. Martin entregó al huérfano a una dama noble, llamada Mimi, que se encargó de cuidarlo junto a otra niña.

Cuando el infante cumplió siete años, y no necesitó cuidados de mujeres, Martin lo confió a Brian, que se convirtió en maestro y mejor amigo. Aprendió a leer y a escribir y en poco tiempo conoció las artes que convienen a un caballero. Brian le enseñó a correr y a franquear de un salto los más anchos fosos, a manejar la lanza, la espada, el escudo, el arco y a lanzar discos de piedra. También se acostumbró a detestar toda felonía, a socorrer a los débiles y a guardar la palabra dada. Le enseñaron diversas formas de canto y pronto supo tocar a la perfección el arpa, la rota y la cítara. Era admirable en la caza.

Al llegar los quince años, un buen día Brian lo llamó aparte y le dijo:
-John, ya eres un perfecto doncel; sólo una cosa te falta: buscar tierras lejanas y mostrar tu habilidad en cortes extranjeras. Mucho puedes aprender viajando y así conseguir precio y renombre. Pídele a Martin que te permita abandonar Carlion durante uno o dos años para probar aventura.
John se alegró al escuchar los deseos de Brian.
-Maestro- le dijo-, diríase que habéis leído en mi corazón. Me gustaría ir a Cornualla, donde mi padre fue a tomar mujer, según lo que me habéis contado.

Acudió en busca de Martin, quien, con gran tristeza, lo bendijo y le dejó marchar en busca de aventuras.

Hicieron los preparativos para el viaje y cuando todo estuvo listo, John viajó con su fiel ayo Brian y otros compañeros. Cabalgaron mucho tiempo hasta llegar a Cornualla.
Llegaron a las puertas del castillo. John tomó una trompa de caza y la tomó. Todos los monteros lo imitaron hasta que Linda, sorprendida por tan insólita costumbre, acudió a las murallas. El montero mayor llegó hacia ella le explicó que mientras viajaban con John, habían podido comprobar muchas habilidades suyas, como despedazar noblemente a un ciervo. La reina le recibió con alborozo, ordenó a su chambelán que lo albergase junto a Brian y los demás compañeros.
La reina entonces no era demasiado mayor. Era alta, elegante, bien plantada, de mirada fiera y a la vez dulce. Vestía un manto bermejo y ceñía una corona de oro adornada con pedrería. Era limosnera, no pasaba semana sin que regalase corceles, mantos de escarlata... No pasó mucho tiempo sin que sintiese gran afecto por John. Tal vez fuese la voz de la sangre que lo inclinaba, sin saberlo, hacia él. Tres años vivió John con la reina Linda. Durante el día la acompañaba a la caza. Le confió sus aves certeras, halcones, gavilanes... Le dio autoridad sobre sus chambelanes, sus mariscales, lacayos, cocineros y servidores. Todos lo apreciaban y admiraban.

Al caer la noche, John distraía las veladas de la reina con su arpa. Sentado a sus pies sobre un tapiz sarraceno, cantaba lays y los acompañaba con sus manos finas, blancas como el armiño. Linda se complacía escuchando historias en las canciones, pero su preferida era la de Píramo y Tisbe.

Llegó el tiempo en que John debió ser armado caballero. Recibió las armas a manos de su tío y regresó a su país, dispuesto a vengar la muerte de su padre. Con la ayuda de Martin, reunió un gran ejército, retó a Morgan y lo mató en duelo; luego restableció sus dominios usurpados por el duque. Después de unos meses regresó a Cornualla.

Hay que tener paciencia hasta que salga Paul, un poquito✌

John y PaulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora