Realidades Paralelas, La Expulsión del Templo

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El Tormento del Recuerdo

Arturo salió del Templo y de un trancazo la puerta se cerró detrás de él. Sus pasos, cortos y ligeros, parecían apenas rozar la superficie del sendero que por esos días lucía un tono ambarino. Marchaba ensimismado, decidido a no alterar ni por un instante la dirección que seguía; nada merecía su atención, todos lo habían defraudado. Sin embargo, al aproximarse a un poste de electricidad, cuya luz pestañeaba intermitentemente, aminoró el tranco y torció la cabeza mirando hacia el foco con el ceño ligeramente fruncido y los ojos anegados en lágrimas que no se permitía soltar. Mantuvo la vista, ciego por la urgencia de alejarse, aunque fuera por un minuto, de la mezcolanza de emociones que lo atragantaba. Y desvió el rumbo, atraído por la fría luz de la ampolleta que brillaba en lo alto.

En la medida que se aproximaba, una pregunta afloraba en sus labios.

—Bueno, ¿quiero saber si... he actuado bien o mal? —y confió en que la luz titilante de la bombilla, a su paso, permaneciera encendida y no apagada como había ocurrido cada tarde durante los últimos días—. ¡Como sospechaba! —masculló enrabiado, mientras pasaba en absoluta oscuridad.

Pero eso tampoco importaba. Lo del poste, sólo había sido una interrupción maniática ineludible.

El ritmo somnoliento en que transcurrían los minutos le hacía sentir atrapado, ya que por más que apuraba el paso parecía no avanzar. Mientras tanto, en su cabeza se desataba una contienda inevitable.

Él no arrancaba de nadie, no tuvo más opciones. Con el Concejo de Ancianos había sido imposible entrar en razón y esto por ningún motivo era una fuga. Había salido delante de sus narices, consciente de que un paso como aquel no se daba dos veces. Si hasta el mismo augur Juan lo había declarado de manera concluyente en su sentencia: “¡No se volverá a repetir la historia! Nunca más serás admitido dentro de esta Comunidad”.

En tanto caminaba rehuía el capítulo completo de su salida, que afloraba por la misma vía del último pensamiento, hasta que se dejó vencer. Después de todo, evitar el dolor momentáneo sólo prolongaba el término del mismo.

La asamblea se había llevado a cabo en un salón privado del Templo, dependencia que hasta entonces Arturo desconocía. Incluso se extrañó al encontrar la puerta, ya que tras leer y releer la citación que llevaba en la mano, reafirmaba la teoría de un error en la información. Dicha oficina no podía estar ahí sin ser vista. En ese sector del edificio solamente había una oficina y él la conocía muy bien; la oficina del augur Juan.

Subió por una escalera lateral, lo hizo lo más lento que fue capaz, dándose tiempo para encontrar un desenlace coherente a todo lo que ocurría, aunque fuera dentro de su cabeza. Mas un pensamiento distinto a los que buscaba se impuso, haciéndole ver que se engañaba al buscar respuestas que no lo llevaran a un desenlace fatal. En otro tiempo, ya le habían hecho ver que para él no habría nuevas oportunidades.

Apuró el paso, no necesitaba ser autocomplaciente.

 Avanzaba con la nota en la mano, cuando el murmullo de muchas voces lo atrajo a otra puerta... que si existía. Se acercó lentamente, con el brazo extendido en un puño cerrado, pero una corriente helada, blanca y vaporosa, proveniente de todo el contorno del marco, salió disparada hacia él obligándolo a retroceder. Se quedó inmóvil, mientras el rectángulo que dibujó la brisa en el aire pasaba a través de él. Esperó un instante, inseguro de moverse y llamar de una vez por todas; nunca una puerta había supuesto semejante dilema. Miró la hora; ya no tenía tiempo, además, si quería saber qué estaba sucediendo sólo había un modo de averiguarlo: entrando. De todas formas, no sería la primera vez que se enfrentaba a los Ancianos.

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