Fuerzo los ojos y siento lentamente la fuerza en que un foco de luz ilumina hasta la oscuridad en la que he estado por un tiempo desconocido por mi. El ojo derecho me empieza a temblar nerviosamente como respuesta a la evasiva y potente luz que opaca toda máxima oscuridad. Abro los ojos alternamente y pestañeo de par en par, tratando de asimilar la cegadora habitación alumbrada por un molestoso foco de luz justo arriba de mi, que enciende hasta el último rincón de la pálida habitación del hospital en que me encuentro.
Asumo que he estado un buen tiempo dormida por la notable extensión de mis uñas, ya que acostumbro a llevarlas cortas y pintada con un esmalte negro, que obviamente ha desaparecido y que ha sido reemplazado por un esmalte rosa aún más pálido que el color de la triste habitación en la que me han dejado. Noto que por muy pálido que sea el color de mis uñas, combinan con los moretones de mis manos. Frunzo el ceño y paso mi brazo por sobre mi cabeza, observando como una fila de cables se arrastran con él sobre mi cabello, cables que entran dentro de mí y que me aterran notoriamente. Miro a mi alrededor y me concentro en los globos que flotan gracias a unas tiras desde un fierro al final de mi cama, con diseños mamones y con mensajes como "mejórate pronto" o "te queremos" con un gran corazón en el medio, opacado por letras que pareciesen haber sido vomitadas por un unicornio. Pero lo que más llama mi atención es aquel bolso negro que reconozco de inmediato. Es de Christa, mi mejor amiga. La chica con que me había enojado antes de echar a andar mi moto y salir despotrificando contra ella, andando a máxima velocidad y pasándome una luz roja. La luz roja. Es lo único que recuerdo antes de salir inyectada de la moto. Recuerdo el efecto en cámara lenta y cómo asumí mientras volaba sobre el pavimento que no me había detenido ante aquella luz roja. Luego de eso todo se tornó negro. Todo fue oscuridad, como si un agujero negro me hubiese tragado, pero afortunadamente acabo de ser expulsada de él. Pensé en ese momento que del único lugar de donde sería expulsada sería del mundo de los mortales. Siento un alivio en el pecho por seguir viva, por poder respirar y seguir jodiéndole la vida a muchos por mucho más tiempo, que es en lo que soy buena. Me paso la yema de los dedos por todo el rostro y siento las cicatrices que aún no sanan; son varias y hay una en la zona justo arriba de mi ceja izquierda que me preocupa más que todas las anteriores. Lentamente aparece un dolor de cabeza que me recuerda el golpe que sufrí al caer arrebatada sobre la acera de la calle. Me pregunto si es grave o no.
Pero todo indicio de una secuela del accidente desaparece.
Inhalo y exhalo, la presión se me sube a las nubes y noto un leve rubor en mis mejillas que no pretendo disimular. Mis ojos no asumen el espectáculo que tengo frente a mis ojos. Por un momento dudo si realmente estoy viva o si estoy en aquello que llaman cielo, donde todo lo lindo perdura por la eternidad. Pero sé que estaría fría si estuviera muerta; y no lo estoy. Y tampoco estoy loca, ¿o sí?
El hombre que tanto persiguen mis ojos se detiene en frío justo al lado de mi, como si verme despierta fuera inesperado. Vuelvo a pensar en lo mal que pude haber estado, pero mi mente en lo único que se enfoca es en él; un hombre de al menos 25 años, alto, de espalda ancha que resalta con el delantal blanco, de cabello rubio y rizado, con una mirada radiantes y pacífica que tranquiliza hasta el último rincón de mi mente. Sostiene entre sus dedos una tabla con unas hojas que pretendo creer que es mi informe, y que, raya con un bolígrafo negro. Deja sigilosamente la tabla sobre mueble al lado de mi cama, y me habla. No recuerdo perfectamente qué fue lo que me dijo; no sé si estaba aún algo dormida o si estaba sobre una nube bajo un arco iris. Él me desconcentraba y lo único que recuerdo que haya salido de su boca fue algo como:-Brooke, cuéntame; ¿cómo te sientes?-me dice, rozando con sus dedos mi ardiente frente. La temperatura me subía en seco mientras más se acercaba, y temía que me diera algo para bajarla, porque el aumento de ésta no era por el accidente o algo parecido. Era gracias a él.
Recuerdo que me quedé muda por unos segundos casi eternos, y que luego de aclarar mi garganta tragando consecutivamente, pude gesticular una palabra luego de un gran período de tiempo en el que pretendo haber dormido.-Si..., solo que me duele un poco la cabeza-le dije, mintiéndole. Todo era una mentira. Ya no me dolía nada. Solo era un pretexto para tenerlo cerca y fue lo primero que salió de mi boca. Apenas podía controlar el uso de mis palabras y de mi coherencia, aunque, ¿cuándo lo había hecho? Toda mi vida he resultado ser un completo desastre. Técnicamente nací y la depresión post parto de mi madre terminó por recaer en mi padre, quien nos abandonó y se marchó con su amante. A los años, cuando yo ya tenía al menos 7 sufridos y largos años de hambruna y de soledad, a mí madre se le ocurrió acostarse con un patán que me miraba con aires depravados. La cosa es que al final mi madre terminó con un brazo torcido y un par de moretones en su rostro cuando me rescató de los brazos de aquel gilipollas que nos perseguía a cada ciudad que nos mudábamos. A los 11, como si fuera poco, mi madre se enredó con su jefe, y que a los meses, dejó de serlo; ambas quedando prácticamente en la calle y sin un peso en los bolsillos. Ahí fue cuando abandoné la escuela hasta que mi madre consiguió un trabajo estable, y yo pude retomar mis clases más que atrasada, pero volví siendo otra y las cosas nunca volvieron a ser lo mismo. Nunca le tomé el ritmo a la escuela, y cuando podía, me escapaba de clases y de casa para liberarme de la realidad. Mi vida nunca fue normal cuando pequeña y lo que me faltó a esa edad, me sigue faltando hasta ahora. Con 23 años no conozco la estabilidad, y así he vuelto loca a mi madre, que sigue trabajando en el mismo lugar que hace 10 años, y aún solterona. Lo único que traigo es problemas, y de no haber nacido, mi madre estaría felizmente casada y con una gran casa blanca, como ella siempre ha deseado.
-Es normal, no te preocupes. Llamaré a tu madre para que se entere de que has despertado. Se pondrá muy feliz-chequea los cables que salen de mi cuerpo, y anota otra cosa en la tabla. Oh no. ¿Se pondrá muy feliz? Lo dudo.
Frunzo el ceño y abro la boca, mordiéndome el labio inferior.-Antes de que la llame...-me detengo, inhalando gran cantidad de aire-¿cuánto tiempo he estado aquí?-le preguntó, presionando mis dientes, sin dejar de mirarlo a los ojos. Demonios, son tan dulces...
-3 semanas. Tu accidente fue grave. Tuviste mucha suerte Brooke, debes entender eso, no cualquiera vive a un accidente de esas características. Te han dado otra oportunidad...-guarda ambas manos en los bolsillos de su pantalón, y se menea levemente, sin dejar de mirarme a los ojos.
Sus palabras se proyectan en mí y reflejan una cierta preocupación. No porque protagonicé un accidente gravísimo, sino porque me han dado "otra oportunidad". No sabría qué hacer con ella. No sé si podría ocuparla de forma correcta en algo que realmente valga la pena, o si realmente me merezco esa "otra oportunidad".-No, no vi esa luz roja. Solo la vi cuando ya era demasiado tarde...-digo, ciertamente arrepentida, con un tono cabizbajo. Bajo la mirada hasta su delantal y visualizo algo que en que no me había fijado antes al estar tan concentradísima en sus ojos. Justo en el dobles del bolsillo superior, hay un grabado a mano que dice Dr. John McAuliffe en letra cursiva y de color azul marino. John McAuliffe..., perfecto, pienso.
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Such a beautiful love
Romance-Me sentía como uno de esos globitos de helio atado a la superficie con una piedra. La más pesada del mundo. No podía alcanzar mi metas y mi destino, porque el peso de la superficie era tan grande que no podía luchar e ir en contra de la gravedad co...