Capítulo 2.

413 33 4
                                    

Todos los personajes y tramas principales pertenecen a J.K. Rowling.

Harriet sacó con delicadeza el contenido de la carta y lo extendió cuidadosamente sobre su pequeño colchón. Las manos le temblaban tanto que por un segundo temió que el delicado papel se rompiera entre sus dedos antes de que pudiera leer lo que contenía. Cerró los ojos durante un segundo y respiró profundamente. 

Sabía que era una tontería alterarse tanto por una simple carta, pero para ella era mucho más que eso; esa carta anunciaba que alguien más allá de los Dursley sabía de su existencia (algo que sabía que los ellos habían querido evitar a toda costa) y quería hablar con ella. No tenía más familia que los Dursley – por más que deseará que esto no fuera así – y Delilah se había asegurado de que no tuviera amigos en la escuela, por lo que nadie le había escrito jamás.

Intentó no ilusionarse, tal vez la carta era de la biblioteca, algo poco probable ya que no era miembro de ninguna, o del colegio (no sería la primera vez que recibía alguna carta hablando sobre su "extraño comportamiento"), aunque esas siempre iban dirigidas a sus tíos. No, esta carta era especial. Por algún motivo que desconocía, Harriet estaba segura de ello. Respiró hondo una última vez y comenzó a leer.

Si Harriet no hubiera estado tan ensimismada en la incógnita que presentaba la carta, probablemente habría prestado más atención a lo que estaba ocurriendo a su alrededor. Pero, con el latido de su corazón retumbándole en los oídos, no pudo oír como la puerta de la entrada se abría o como Tía Petunia la llamaba y, al no obtener respuesta y ver la luz salir de la alacena, se dirigía hacia allí. Apenas había podido leer la primera frase cuando la puerta de la alacena se abrió de golpe asustando tanto a Harriet que por poco rompió la hoja que sostenía entre sus manos.

"¿Se puede saber que..." comenzó a preguntar Tía Petunia, pero dejó la pregunta en el aire al ver el sobre sobre la cama. Aunque estaba mayormente oculto, el escudo de armas que adornaba el sobre aún era visible y atrajo la mirada de su tía como estuviera ardiendo.

"No puede ser" murmuró, su rostro volviéndose cada segundo más pálido. Harriet se preguntó si estaría a punto de vomitar y cuanto tiempo le llevaría limpiarlo después. "¿Dónde has encontrado eso?" Su voz apenas era un susurro, pero Harriet podía ver como la ira iba invadiendo su semblante poco a poco, una expresión a la que estaba acostumbrada.

"Estaba con el correo" respondió la niña apretando con fuerza la carta contra su pecho, rezando para que su tía no se la arrebatara. "Ponía mi nombre en el sobre".

Harriet se arrepintió de haber hablado al segundo de que las palabras abandonaron sus labios. Tía Petunia parecía que iba a desmayarse en cualquier momento. Harriet extendió una de sus manos hacia su tía para comprobar que se encontraba bien, pero el movimiento parecido despertar a su tía que apartó la mano de un manotazo y le arrancó la carta a Harriet de entre los dedos. Sus ojos repasaron rápidamente los papeles antes de empezar a reírse histéricamente.

"¿Tu nombre? ¿De verdad piensas que alguien querría escribir a alguien tan insignificante como tú?" Se adelantó otro paso y cogió el sobre que reposaba sobre la cama. "Esto no es más que una equivocación. Tu tío y yo lo solucionaremos".

La rabia invadió a Harriet y la hizo levantarse. Antes de que su tía pudiera reaccionar esta volvió a agarrar la carta y la estrujó entre sus dedos girándola para que su tía pudiera ver la dirección.

"Esta carta es para mí" Dijo con la mandíbula apretada. "Aquí pone mi nombre, incluso está puesta mi alacena. Así que es mía".

Harriet debía habérselo esperado, pero estaba tan enfadada, tan concentrada en recuperar la carta, su carta, que cuando tía Petunia le abofeteó la cara apenas lo sintió. Podía saborear sangre allí donde el anillo de su tía le había cortado el labio, pero no le importaba. Se limpió la cara con la manga de la camiseta y miró desafiante a su tía.

"Maldita niña insolente" escupió su tía. "No sirves para nada, debería arrojarte a la calle y dejarte a tu suerte" jadeaba de la rabia y escupía al hablar. "Deberías dar gracias de que tu tío y yo seamos tan amables de permitirte vivir aquí y dártelo todo".

Volvió a abofetear a Harriet y esta vez perdió el equilibrio, cayendo sobre la cama. Su tía recogió la carta que Harriet había dejado caer y la hizo pedazos ante ella. Antes de que pudiera responder su tía salió de la alacena y cerró la puerta tras de ella. Harriet oyó cómo echaba la llave en la puerta.

"Te quedarás ahí hasta que yo decida lo contrario. A ver si cuando vuelva a abrir esta puerta has aprendido la lección".

Sus pasos se alejaron de camino a la cocina. Cuando Harriet estuvo segura que su tía se había alejado lo suficiente, se dejó caer al suelo y sollozó lo más silenciosamente posible. No podía creer cómo había podido ser tan estúpida. Su tía tenía razón, no valía para nada. Ni siquiera había sido capaz de leer la carta antes de que la descubrieran. Debía haber ido a otro sitio, debía haber esperado hasta que todos estuvieran acostados, debía...

Los sollozos la sacudían tan violentamente que tuvo que agarrarse a la cama para poder controlarse. Sabía que estaba siendo estúpida llorando de esa manera por una carta que ni siquiera había leído, pero esa carta era importante, lo sabía. Podía sentirlo. 

No solo era la primera carta que había recibido en toda su vida, sino que algo en ella le decía que el contenido era importante. Pero su tía se lo había arrebatado, así como hacía con todo lo que le interesaba a Harriet. Hacía tiempo que Harriet había aprendido a esconder sus emociones cerca de sus tíos y su prima, si descubrían que le importaba algo por insignificante que fuera no dudarían en destrozarlo como fuera. 

Harriet Potter y la piedra filosofal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora