IV Un lugar llamado nostalgia

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¿Conocéis esa sensación que transmiten los días de verano a la orilla del mar?

¿Esos días en los que el salitre se hace notar nada más salir a la calle y las olas no dejan de estropearlo todo a su paso?

Esos días en los que sólo puedes quedarte sentada y aprovechar un fenómeno hermoso e irremediablemente incontrolable.

Pues para mí, eso es Poio.

Quién diría que un lugar tan pequeño, apenas una mota de polvo en el universo pudiera hacer esa clase de estragos en mi vida.

Pero puede, puede hacerme tomar la decisión de hacer desaparecer mi vida y trasladarla a ese lugar lejano de mi cuerpo donde se almacenan los recuerdos, un lugar llamado nostalgia.

Y al tiempo que rompe y desgarra, corrige y unifica transmitiéndome esa cálida y agradable brisa de verano que llevaba tantos años sin sentir.

Nada más terminar de colocar mis cosas en la vieja casa de mis abuelos, ahora reformada por mi primo, sentí que ese era mi lugar, un sitio en el que refugiarme, una roca.

Y es que, al fin y al cabo, ¿Busco algo más que eso? La respuesta es no. No necesito un hogar, sólo quiero un sitio en el que refugiarme hasta que la tormenta pase. Un lugar opaco, duro y firme.

Yo lo que quería era poner tierra de por medio, por mucho que me duelan las despedidas y me acojonen los cambios.

Y finalmente lo conseguí. Había conseguido marcharme a vivir con mi primo a este pequeño pueblito en el que ya no doy lástima a nadie, en el que no tengo pasado, en el que sólo soy una chica con marcas en la cara.

Iago reformó la casa del techo al suelo, pero fue un buen cambio. Falta cierta esencia a mis abuelos, a mis aventuras estivales de la infancia, pero... ¿No había quedado en dejar atrás el pasado?

Nada más entrar puedes dejar el coche en el garaje y continuar a pie hasta la entrada principal, delante de la cual hay una enorme piscina y un bonito cenador. En la parte lateral se encuentra una cabaña y un invernadero en el que suele trabajar mi primo y al llegar a la puerta principal hay un corredor con puertas, tras las que se encuentra la cocina-sala de estar con una despensa en el fondo. En ese espacio también se sitúan las escaleras que llevan a la primera planta, y a mano izquierda un comedor gigante, un pequeño baño, la sala de la lavadora y por supuesto el garaje. En la segunda planta se encuentra otra gran sala de estar con una pantalla blanca como las del cine, la habitación de Iago y la mía, ambas conectadas al mismo baño, aunque mi habitación cuenta con acceso direto a un escritorio personal y...agarraos... ¡Un vestidor! El sueño de cualquier preadolescente, un bonito vestidor en el que acumular cantidades, por qué no decirlo, probablemente avergonzantes de ropa bonita y desaprovechada...aunque el mejor está en la tercera planta. Nada más subir se puede apreciar una biblioteca enormemente gigante que ocupa casi la mitad de la planta y que me hace recordar las películas de Harry Potter, en la que además hay una chimenea. ¡Una chimenea en la biblioteca! ¿Puede ser más perfecta? Finalmente, la segunda planta cuenta con un gran baño con bañera y un estudio con grandes puertas correderas en vez de pared y ventanas, en el que Iago trabaja.

Resumiendo, la casa de mis abuelos fue transformada en una enorme masa de clichés, pero para qué engañarnos, a mí me enloquecen los clichés.

Debió costar como... ¿Cuánto? ¿ Todos los ahorros de la familia juntos?

Reflexiono sobre el tema en mi enorme bañera de la segunda planta mientras dejo que se me arrugue la piel. Las marcas de la cara siguen siendo visibles porque no puedo taparlas con maquillaje, pero por lo menos no están inflamadas y tardarán poco en desaparecer. La parte mala es que si me disfrazo de Frankenstein en Halloween no va a molar tanto sin las heridas.

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⏰ Última actualización: Oct 13, 2015 ⏰

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