Frío en la noche

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Hacía calor ese día. Era extraño, ya que no era muy común en un 31 de octubre, pero así fue, caluroso como un día de verano. Era casi medianoche, estaba tendida en la cama y no lograba dormir.

Recuerdo con claridad porque el ambiente en aquel dormitorio solitario se había vuelto sofocante, casi viciado, como si hubiera alguien más respirando el mismo aire y dejándome sin oxígeno.

Apenas tenía una sábana cubriéndome, adherida al cuerpo por causa del sudor. Había apagado la lámpara de mesa y no me atrevía a levantarme a encenderla, ni siquiera a abrir la puerta.

Pero estaba volviéndose agobiante y no tuve otra opción que sacar media pierna afuera de la sábana para refrescarme.

Y recuerdo que sentí frío, como si una mano gélida me tomara por el tobillo.

Y grité con todas mis fuerzas.

Pero no tenía voz.

Jalé de mi pie al interior de la protección de mi cama y me quedé temblando bajo aquella oscuridad hiperventilando desesperadamente.

Intenté decirme que estaba demasiado sugestionada por la fecha y por la película de terror que acababa de ver, así que me giré e ignoré la respiración que sentía en mi nuca.

Pero algo así era imposible ignorar.

No quería girarme.

No debí girarme.

Abrí la boca por la sorpresa.

No debí girarme.

Ya que eso fue lo último que hice.

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Relato de terror para el Concurso de Halloween LEH

El rincón de las historias perdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora