Dos centímetros, una distancia que llevaba presente entre nosotros desde que volviste de Australia, dos centímetros que me obligaban a levantar la mirada para ver esa sonrisa, que me hicieron perder una apuesta porque no fui capaz de recortar esa distancia. Y sigo sin serlo.
A día de hoy me arrepiento de no haber recortado esos dos centímetros cuando pude, cuando me sonreías, cuando estábamos solos. Ahora los centímetros se han convertido en kilómetros, tú sonrisa está demasiado lejos y se ha vuelto inalcanzable. Tengo que conformarme con la imagen virtual que tu cámara me permite ver, pero no es lo mismo.
Me dices que volveremos a vernos, que vendrás a Japón y podremos competir, y por un momento me prometo a mi mismo que eliminaré cualquier distancia. Y es entonces, cuando días después llamas a la puerta de mi apartamento, que descubro que ya no son dos centímetros, que puedo mirarte sin levantar la cabeza, que toda distancia ha desaparecido entre nosotros, y el miedo desaparece. Me uno a tus labios por primera vez sin saber si habrá una próxima, pero no importa. Tus labios son suaves y cuando me correspondes se que no tendré que arrepentirme de nada.
Ojalá permanezcas a menos de dos centímetros de mi boca.
