Prólogo

15 0 0
                                    

Yo era un menor de edad. Peor aún; era un niño. Pero eso no impidió que mi madre me golpeara, gritara o abusara de mi. Y lo peor de todo; no habían limitaciones para ella; mi madre era una hechicera muy poderosa, que vivía de timar a turistas, pero sus poderes no eran un timo.
Yo solía tener un trabajo, muy pequeño, casi insignificante, en una tienda, ayudando a la anciana dueña a cargar latas y bolsas.
No era mucho, pero de eso consistían mis tardes; la señora Diana era una buena mujer y tenía un poco de dinero para comer en las tardes, privilegio del cual me privaba mi madre.
Aparte, de vez en cuando la señora Diana me dejaría agarrar unas papas o un dulce; la única comida que ingería en las tardes.
Recuerdo el día que comenzó con nuevas amenazas, nuevos abusos y yo comencé con nuevas dolencias.
Me desperté a las 6, y salí a la escuela pública de medio tiempo en donde me enseñaron un poco de matemáticas, y algo como historia. Quizá un poco de ortografía.
Salí a la una de la tarde y la señora Diana ya me estaba esperando como hacía cada tarde; desde que se enteró que caminaba solo en la calle, ella cerraba temporalmente la tienda, com ese peculiar letrero suyo que decía "cerrado" con dibujos decorando las letras, caminaba hasta mi escuela y platicaríamos de mi día hasta llegar a la tienda "el vitral" que ambos conocíamos tan bien.
Estaba subido en una escalera, acomodando latas de comida de perro cuando me llamó la señora Diana, y al bajar, me dio un sobre curiosamente pesado; mi primera paga. Tenía garabateado encima las palabras "el fruto de tu trabajo" en esa letra tan conocida para mi. Eran doscientos pesos y yo estaba como loco; no podía dejar de ver el sobre ni todos los billetes de veinte... Era muchísimo dinero.
Salí a las cuatro después de sacar dos billetes e irme a la tienda de tacos más cercana; mi estómago rugiendo con anticipación. No había comido nada desde el cereal de la mañana, y conociendo a mi madre, comería sobras de carne para la cena.
Así que pedí mi comida.

Feliz y satisfecho por primera vez en la semana, me dirigí a casa con 160 pesos aún en el sobre en mi mochila, y caminé sonriente por la acera.

Llegué a casa y entré silenciosamente, dejando todo en mi cuarto y me dirigí a la cocina, donde me saludó una columna de platos, vasos y cubiertos para lavar.
Suspiré profundamente y me puse los guantes de cocina.
..............................
Escuché el azote de la puerta antes de oler su cigarro encendido: Señoras y señores, mi madre estaba en casa.

- ¿Ace? ¡Ace! Te he dicho que quiero que pongas mi cajetilla en la entrada, ¡ya casi me acabo este cigarro y no veo ninguno a la mano!- entró a la cocina.- y ya sabes como se pone mami cuando no tiene un cigarro.-
La manera en la que pronunció "mami", me causó escalofríos y me giré para encararla.
Y así sin más, me soltó una bofetada en toda la cara, con el dorso de la mano.
Comencé a llorar, pero ya me sabía la rutina, así que me callé y me quedé quieto.
Siguió gritándome y ofendiéndome, al igual que golpeándome por un buen rato, y yo solo lloraba.
Al menos, hasta que me agarró por el cuello de la playera y me acercó a ella. Estaba viéndome a los ojos... Hasta que bajó la mirada.
-¿es eso una mancha de... Grasa?-me preguntó, y luego abrió mucho los ojos.- Comiste algo, ¿cierto?-luego miró hacia el techo, pensando en mi cuarto en el piso de arriba.- tienes dinero-. Murmuró, ávida.
Me soltó y presurosa, se dirigió a las escaleras, pero corrí detrás de ello. Me podría quitar mucho, pero no eso. Yo me lo había ganado. La señora Diana y yo.
Entré a mi cuarto justo después de ella, pero ella ya sabía que tenía que buscar en mi mochila, porque era lo que había llevado hoy. De haber tenido dinero en mi cuarto, ella me habría visto con manchas de comida en la camisa desde hace días.
Tomó mi mochila y me acerqué para arrebatársela, pero la elevó por encima de mi cabeza, como una clase de hermana mayor molestando.
Pero esto no era por molestarme. Me iba a quitar lo único que tenía para comer aquella semana.
Tomó la mochila de abajo y la volteó; vaciando todo su contenido, y a pesar de haber quedado enterrado bajo todas mis pertenencias, el sobre era lo único que había llamado la atención de mi madre.
Me llevé las manos a la cabeza. Había encontrado el sobre; ya no habría manera de que yo lo conservara.
Se giró hacia mí.
-Hijo... Ace... Tú sabes lo que mami puede hacer con esto- ahí estaba de nuevo, esa pronunciación despectiva de la palabra mami que me hacía empequeñecer.- Mami... Mami puede duplicar este dinero, quizá incluso triplicarlo, si me concentro. Ace... No puedo creer que seas tan egoísta. Podríamos comer bien si compartieras esto conmigo. Ahora, como castigo, no podrás gozar de los... Beneficios que nos concede este descubrimiento.

>> no es un descubrimiento, es un robo<<
>> siempre podemos comer bien, pero tú nunca me has dejado<<
Ya estaba harto, porque estos pensamientos estaban muy vívidos en mi mente, pero no musité ni una palabra.

Así que así viví por un año más; jamás negué la paga de la señora Diana, pero siempre buscaba nuevos escondites. Pero ahora que mi madre sabía que había algo que buscar, usaba su maldita magia para descubrirlos. Hubo un momento en el que se lo di voluntariamente, pero ni así me dio una sola comida.
Así que a la corta edad de nueve años... Huí de mi casa. No huí en la noche en silencio mientras mi madre dormía, sino que en la mañana del día de paga de la señora Diana, tomé mucha comida de la cocina de mi madre y la puse en la mochila, solo para ir a la escuela y recoger mi dinero dela tienda, y despedirme de mi querida amiga, la dueña de la tienda.

Así que ahí estaba solo, en la calle, a las 5 de la tarde con mi mundo dentro de la mochila en mi espalda. Me habría encantado quedarme con la señora Diana, pero no endilgarle esa responsabilidad.

Estaba en la estación de autobús, y me dirigí a uno con cualquier ruta.

Porque no tenía a donde ir.

ColorblindDonde viven las historias. Descúbrelo ahora